La manera que tenía Hermes Binner de decir mucho era hablando lo menos posible. Lo supe la primera vez que me aseguró que sería gobernador. Fue en septiembre de 1998 en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Ambos —yo como periodista de LaCapital y él como intendente de la ciudad de Rosario— integrábamos la delegación oficial de la provincia en una feria internacional que entonces se hacía en la capital de la llanura boliviana.
Entonces, Binner y el gobernador Jorge Obeid se llevaban muy bien. Algo que recelaban propios y extraños. Esa amistad le permitía al mandatario peronista diferenciarse de su antecesor, Carlos Reutemann, quien había tenía un karma negativo con Rosario y a Binner, además de fondos para su administración, lo posicionaba en la escena provincial como hasta entonces ningún socialista —fuera de Guillermo Estévez Boero— había logrado.
Intentando sondear la profundidad de la relación con Obeid me respondió con lo que entonces creí que era una broma: "Espero que siga cuando le gane". Faltaban 9 años para que esas palabras evidenciaran el tono premonitorio con que fueron dichas. Los reutemistas alentaban por lo bajo la relación entre el gobernador peronista y el intendente socialista cuya reelección en el Palacio de los Leones también veían bien porque era un modo eficaz de desquiciar a los adversarios de entonces para 1999: los radicales. En el 2007, cuando Obeid le traspasó la banda de gobernador a Binner ya hacía tiempo que ambos no se hablaban y sólo cruzaban críticas recíprocas en actos y medios de prensa.
El socialista había hecho campaña culpando al peronismo de la represión que mató a Pocho Lepratti en los sucesos de 2001. En una nota en este diario Obeid me dijo: "Tuve una excelente relación con Binner durante mi primera gestión. Imprevistamente para mí y cuando fue candidato, disputando conmigo la Gobernación, comenzó una serie de agresiones, incluso en lo personal, maltrato e insultos que yo creo que no me lo merecía. Si está dispuesto a pedirme disculpas por toda esa agresión y esos insultos, yo no tengo ningún problema en recibirlo".
En respuesta a esa declaración de Obeid en LaCapital, Binner envió a la delegación Rosario de la Gobernación una carta con la respuesta que encabezaba con una fórmula caída en desuso desde el retorno de la democracia al dirigirla al "Excelentísimo Sr. Gobernador de la Provincia de Santa Fe". Apenas dos líneas expresaban el objetivo antes de despedirse atentamente y firmarla acompañada de su dirección particular. En ellas, la mecha fue encendida. "Me dirijo a usted para pedirle perdón y le envío el teléfono de la mamá de Pocho Lepratti, por si usted quiere hacer lo mismo con ella".
En mayo de 2010, tomando mates en la sucursal de diario en la capital provincial (solía visitarnos con frecuencia de modo sorpresivo y sin motivo aparente; la mayoría de las veces no hizo notas pero casi siempre cebaba él) nos reveló que sería candidato a presidente. Recién se lo pude preguntar en una nota en el mes de julio de ese año. Y se limitó a decirme: "Me veo en un espacio nacional". El kirchnerismo venía desgastado por la batalla con el campo por la 125 desde marzo de 2008 y la derrota legislativa que había sufrido el propio Néstor en 2009.
Ni en mayo y ni en julio de ese año, se podría prever que el ex presidente moriría en octubre y eso daría vuelta la historia política. Su viuda, Cristina Fernández, recogió en pocos meses —ya en el 2011— la empatía social y ganó la Presidencia por el 54 por ciento de los votos. El segundo, debió conformarse con menos del 20 por ciento, pero Binner fue ese candidato. Había sido el primer gobernador socialista del país y se podría decir que también el primero en pelear una presidencial como el único más importante referente opositor del momento.
Binner era amable y austero, eso se ha escrito hasta el cansancio en estas últimas horas que sucedieron a su muerte en la tarde del viernes. Su carisma no era ni gracioso ni efusivo. Era parco pero no tímido ni dubitativo y como queda demostrado con los datos arriba expuestos tenía una voluntad irrefrenable para alcanzar lo que se proponía. Esa noche, la del domingo 23 de octubre de 2011, en el bunker que el Frente Amplio Progresista —la alianza que los llevó de candidato presidencial— había montado en el hotel Savoy de Buenos Aires me dijo cuando ya se sabía el resultado: "Estamos bien, lograr a la Gobernación me llevó tres intentos y acá ya llegamos al primero". Los jóvenes de su partido cantaban: "Paso, paso, paso, en el 2015 se viene el Binnerazo". Los señaló y sólo se permitió el anhelo: "Ojalá". El destino tenía otros planes.
Pero hasta que enfermó su don de gentes no podía confundirse con debilidad. En el 2012, sus críticas a Cristina Kirchner sólo se comparaban con las que entonces le formulaba el peronista Alberto Fernández: "Tapan una realidad con otra. ¿Qué pasó con las casa de las Madres? ¿Alguien sabe cómo sigue el caso Schoklender? ¿Nadie recuerda ya el accidente de Once donde murieron 50 argentinos?¿Quién se acuerda hoy lo que pasó hace pocos días con el vicepresidente de la Nación, nada menos, involucrado con una maquinita que no fabrica cualquier cosa sino billetes? Avanzan mintiendo y los argentinos tenemos que reunir fuerza para doblegar tanta mentira. Nosotros queremos y tenemos que instalar otra agenda", me dijo en declaraciones que se publicaron en este diario el 29 de abril de 2012.
En febrero de 2008 escribí un comentario que titulé "La sonrisa de Felipe en fotos" en el que aludía a sus habilidad como gobernador de utilizar el lenguaje gestual para evitar los costos de las palabras y de ese modo no sólo decir lo necesario sino evitarse pronunciar alguna que sobrase. Una pléyade de comedidos me destrató con ahínco y furor. Aunque en la nota cité varios momentos el principal fue la reacción de Binner ante el presidente Kirchner quien blandiendo una maqueta a escala con entusiasmo infantil prometía un tren bala de miles millones de dólares entre Rosario y Buenos Aires (quizás las dos ciudades mejor conectadas por autopista). Parangonar la promesa con los vuelos estratosféricos de Menem, era toda una tentación. Binner sólo lo había mirado sonriendo y abriendo los ojos bien grandes en silencio; como hacía el admirado comediante. Algunos días más tarde durante un acto público en Santa Fe, Binner se me acercó y me dijo al oído: "Siempre admiré a Sandrini". Sonrió y dio media vuelta.
Otro tanto había pasado un par de meses antes. En un comentario de balance sobre su primer año escribí cosas que no parecieron contentar a sus exégetas satelitales. A los pocos días, Binner tocó el timbre de la sucursal que en ese entonces quedaba apenas cruzando la plaza de Mayo que está frente a la Casa Gris, subió la escalera sólo pare decirme: "Te pido disculpas ojala para el balance del segundo año, hagamos las cosas mejor". Estábamos junto a Carlos Morán y Atilio Pravisani en ese momento y admito que nos dejó atónitos.
Acepto que no pude reprimir algún tiempo más tarde escribir una nota titulada: "La Binnerdependencia del gobierno provincial". El ganó por 10 puntos de diferencia a Rafael Bielsa y nadie pudo objetar o dudar de su triunfo con el que desalojó al peronismo después de un cuarto de siglo en el poder. Y, de aquello sólo quedan sus recuerdos.