“Memoria, verdad y Justicia”. El grito que el movimiento de derechos humanos levanta desde el retorno de la democracia se hace carne en cada fallo y en cada condena por los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar. “Es la posibilidad de reparar, que el Estado venga y condene lo que se hizo en su nombre. Eso sana en lo colectivo y en lo individual”, dice María Luz Olazagoitía. Militante social en la agrupación Causa desde su ingreso a Comunicación Social en la UNR, militante por los derechos humanos y feminista, y ahora concejala de Rosario por el Frente Social y Popular, nacida en 1983, encontró en la sentencias de las llamadas Causa Feced II, III y IV nada menos que “la posibilidad de verdad” sobre quién había sido su padre, Ovidio Marcelo Olazagoitia. “Sin los juicios yo no sé si sabría que mi papá fue un genocida”, afirma, y cuenta que ahora espera otra decisión de la Justicia que le permita cambiar su apellido por el de su abuela materna. Un cambio que asegura “no viene a negar nada. Sino a darme la posibilidad de nombrarme desde la felicidad, y no desde el dolor y la tristeza”.
“El Vasco”, integrante de la patota de Agustín Feced que operó en el centro clandestino de detención del Servicio de Informaciones (SI) que funcionó en la actual sede local de Gobernación, fue condenado a 18 años de prisión por privación ilegítima de la libertad y torturas en febrero de 2014. Un fallo que Luz escuchó sentada ante el Tribunal Oral junto a sus compañeros de militancia, y las organizaciones de hijos, familiares y militantes de derechos humanos. Si bien falleció en enero pasado a los 83 años mientras cumplía su condena con prisión domiciliaria, también estaba entre los acusados por homicidio agravado, privación ilegal de la libertad, imposición de tortura agravada, abuso sexual y asociación ilícita cometidos contra 188 personas que la Justicia Federal condenó el 14 de mayo pasado. Un proceso iniciado en diciembre de 2018 y que se cerró con perpetuas para dos de los genocidas, y un fallo que por primera vez en la región condena las violaciones sufridas como delitos de lesa humanidad. Luz volvió a estar presente, esta vez a través de la pantalla como obliga la pandemia.
_Fue difícil. Mi papá era muy mayor, había tenido otro núcleo familiar anterior con dos hijos. A mi madre la conoce en el 78, ella tenía 21 y él 42 años, y de ahí resultamos 4 hermanos, yo soy la segunda. Fue un padre muy presente porque estaba retirado de la policía desde cuando éramos muy chicos por un ACV, y estaba jubilado. Era un padre de todos los días en la casa, con todo lo que significaba su presencia. Es difícil caracterizarlo, pero fue una persona cruel, violenta, autoritaria, hipermachista y patriarcal. Yo le era una ofensa continua y más cuando adopté una actitud confrontativa. Y no lo digo orgullosa, fueron una adolescencia y niñez de mucha tristeza y pesar, de mucho sufrimiento. Ya en la adolescencia lo confrontaba desde lo político, y más cuando empecé a transitar la Universidad, donde encontré la posibilidad de repensar la historia y acercarme a otras realidades. Ahí fue todo peor.
_¿Qué discurso circulaba en tu casa sobre su accionar mientras estuvo en la Policía?
_El discurso era que él era policía. Pero yo no tenía diálogo con él, entonces sólo tenía lo que escuchaba y lo que podía preguntar. Sabía que se había jubilado estando en Drogas Peligrosas, donde además había conocido a mi mamá en un operativo en una farmacia donde ella trabajaba. Hubo cosas que pude desnaturalizar después y poner en dimensión, como la presencia continua de armas en mi casa. Además lo que él había hecho era un secreto sobre el cual empecé a atar cabos después. Ya en el 2000 con la crisis, se hablaba de política en la escena familiar y él refería a los movimientos de izquierda como guerrilleros y subversivos, y a las Madres y Abuelas (de plaza de Mayo) como terroristas, y yo que ya en Universidad entraba en crisis con ese discurso. Llegué a preguntarle a mi mama y a mi hermano mayor, pero me dijeron que era “imposible” porque él era “un perejil”. Cuando en 2012 lo llevaron preso yo ya no vivía en la casa familiar y hacía tiempo que había decidido no tener vínculo con él, pero todo eso se fue resignificando. Porque incluso estando ya preso, mis hermanos y mi mamá referían que era una persecución política, esa discurso que aún vive y que la familia reproducía justificándolo y diciendo que era una “guerra”. Yo ya entonces militaba, había do a los juicios, y la detención sólo confirmó las sospechas.
_Habías preguntado, te latía en algún lugar
_Cuando mi hermano me llamó al trabajo y me dijo que se lo habían llevado preso el peor miedo de mi vida se confirmó. Sí, me latía. Pregunté, pero me dijeron que no y en ese momento no investigué mucho más, me resultaba muy doloroso. El día de la detención me senté y lo googlée para ver qué había. Y sí, había información disponible a la que podría haber accedido antes, pero evidentemente era tan doloroso que pude hacerlo. Yo sospechaba y me había atrevido a preguntar, pero me lo negaron hasta el día que se lo llevaron preso. En la última charla que tuve con mi mamá, varios años después de la condena, recién ahí llegó a esbozarme que podría ser verdad.
_¿Tampoco sostenés el vínculo con tu mamá y tus hermanos?
_Ninguno de nosotros tuvimos un vínculo amoroso con mi papá porque él no era capaz de vincularse con nadie desde el amor. No hay nada de superlativo en la actitud que tomé frente a él porque cualquier persona del campo popular que sea sensible y abrace la lucha por los derechos humanos hubiese tomado la misma decisión. Trato de no ser dura con mis hermanos, pero estamos políticamente en veredas opuestas, y para mí la política y la militancia son mi estructura vertebral, y yo cambie la estructura familiar por la militancia porque desde ahí es mi posibilidad de ser.
_Ya en ese espacio propio de la militancia te encontró en 2014 su primera condena, luego su muerte y hace semanas, un nuevo fallo ¿Cómo atravesás esos momentos tanto en el plano colectivo como individual?
_Para mí los juicios marcan mi vida porque son la posibilidad de pensar lo familiar y lo político, fue develar un secreto, la posibilidad de verdad. Sin los juicios yo no sé si sabría que mi papá fue un genocida. Fueron momentos de reparación. Cada sentencia repara el tejido social, es el Estado el que condena con nombre y apellido lo que se hizo en su nombre. Ahí hay un valor de restauración y sanación colectiva que vivimos siempre, y en estos dos fallos yo lo sentí también individualmente. Fue poder saber que todo ese padre abusivo y violento que yo sufrí en el ámbito privado, también tenía una condena colectiva porque era la misma persona en su rol de genocida y en su rol de padre. Esa violencia se condenó.
_Ahora iniciaste un proceso nuevo, un paso más.
_Estoy en el proceso de cambiar mi apellido con un juicio que empecé en diciembre de 2018, para tomar el apellido de mi abuela materna. Tampoco quería el de mi mamá, porque al igual que el de mi papá, me vinculaba desde el dolor y la tristeza. Estoy esperando el resultado para ser María Luz Ferradaz.
_¿Qué había y sigue habiendo en esa abuela materna?
_Mi papá y mi mamá eran hijos únicos, entonces no había tíos ni primos que contaran su adolescencia y juventud. Tenía mis abuelas y tías abuelas, todas Ferradaz. Con el tiempo pude ver cómo mi abuela estaba muy presente en nuestras vidas, desde un lugar de resistencia y protección. Pude repensar esas tías abuelas muy presentes, que iban todos los miércoles a mi casa, con facturas y estaban ahí toda la tarde, incluso caracúlicas, resistiendo porque sabían quién era mi papá. Es la presencia de mujeres en mi casa, y a su vez sus casas que fueron muchas veces el lugar donde me refugié.
_¿Que significa cambiar tu apellido?
_Primero no fue una necesidad porque me vinculaba al resto de mi familia, pero con el tiempo y viendo cómo fuimos sentando posiciones ante esto y otros temas… Los vínculos que no hacen bien no hay que visitarlos. El feminismo me dio herramientas para repensar esos vínculos y encontrar lazos de familiaridad en otras corporidades. Y lo decidí porque es un apellido que me genera tristeza. Voy a ese otro apellido que también es familiar, y que me da alegría cuando lo pienso.
_Hablás desde el feminismo, una militancia a la también te sumaste y donde en este último fallo se dio también un hecho inédito que fue condenar las violaciones como delito de lesa humanidad.
_La agenda feminista irrumpe, y en cada situación importante para el desarrollo de la sociedad hay una impronta feminista. Que la causa Feced haya logrado incluir como crimen de lesa humanidad una violación habla de las compañeras del movimiento feminista llegando a todos los discursos. En todas las instituciones y en la historia hay una violencia hacia las mujeres que no estuvo nombrada como debía, y es central avanzar en ese sentido porque recoge el trabajo, la militancia, el sufrimiento de tantas compañeras. Que además el Estado lo reconozca es fundamental. Todo lo que pasa en los juicios es bueno: desde lo simbólico, lo material y lo político, el impulso que le da al movimiento de derechos humanos que sigue vigente, es central.
_Hay un colectivo que agrupa a hijos de genocidas. ¿Te reconocés en ese espacio?
_ Que estén organizados me parece bien, siempre y en todo sentido. Personalmente, me pasa que lo que me sugiere mi apellido y mi vinculación a mi papá, no fue ni es un lugar desde donde me gusta proyectarme ni pensar mi vida. Tuve un acercamiento, todos tienen recorridos particulares, y lo que les da la posibilidad de organizarse es ser “hijo de” y a mí es una categoría que no me gusta ni me hace bien. A eso se suma que yo ya tenía un espacio de militancia. No desmerezco el trabajo, me parece bien que se configure como un actor más de derechos humanos, y los valoro como una voz legítima, pero quiero poder pensarme desde otro lugar.
_¿Qué te provocó su muerte?
_ Fue un alivio y un cierre en un sentido, pero fue movilizador y angustiante. Fue otra vez una presencia que yo no tenía en mi cotidianidad, de golpe volvió a irrumpir de muchas formas. Incluso en forma de una herencia que colectivamente estamos viendo qué destino tendrá porque no tiene nada que ver conmigo. Fue angustiante primero, y hubo alivio después. Ahora con el cambio el apellido, la causa y su sentencia, espero el final de un proceso de sanación, o algo que me dé tranquilidad. El cambio de apellido viene a saldar algo y para nada es negarlo, porque sé quién soy y de dónde vengo, pero es poder nombrar lo que me da felicidad y no lo que me da dolor. Es ver lo importante de nombrarnos desde lugares de placer y deseo, y que allí también el Estado me dé esta posibilidad con el nuevo Código Civil, es también una reparación. Una reparación para mí y para que todos podamos nombrarnos desde el lugar que elegimos.