Cristina Fernández no debe haber participado como presidenta de un acto con tantas pujas como el de ayer en Villa Gobernador Gálvez. Y puede que se haya ido del pago sin entender bien qué era lo que se jugaba entre las barras.
Cristina Fernández no debe haber participado como presidenta de un acto con tantas pujas como el de ayer en Villa Gobernador Gálvez. Y puede que se haya ido del pago sin entender bien qué era lo que se jugaba entre las barras.
Por esa costumbre que tienen los muchachos, el ex intendente Pedro González movilizó a su gente, el diputado Agustín Rossi la suya, el Sindicato de la Carne a sus descamisados y el concejal Rodolfo Cavallieri a los propios. Todos peronistas. Pero pegaditos se pararon firmes varios socialistas llegados de Rosario y los jóvenes del flamante intendente de Villa, Jorge Murabito. Eran 2.000 almas bajo un sol rabioso.
Dos columnas entre esas tantas se mostraron quejosas desde el arranque: los seguidores del cacique Pedro (derrotado el año pasado) y del gremialista José Fantini, disconformes porque el barrio se construyó por las gestiones de ambos jefes que no estaban arriba del escenario junto a la presidenta. Sino abajo.
Entonces, cuando habló Murabito (a quien sí le tocó sentarse al lado de Cris) lo taparon con la marchita. Tuvo que hacer un discurso breve.
El gobernador Hermes Binner hizo una correcta lectura del escenario que había enfrente y dijo lo que se debía. Hizo un reconocimiento expreso a Pedro y a Fantini, a quien describió como un dirigente preclaro no sólo en la faz gremial sino en el conocimiento del complejo eslabón de la industria cárnica.
Cuando la bola gira es difícil pararla, y si bien el silencio marcado recién llegó con el discurso de Cristina, los murmullos reaparecieron abajo de las banderas. "Soy peronista pero fanáticamente argentina, que es más importante", gritó la dama y los muchachos festejaron.
Las casitas, prolijamente pintadas, estaban ahí. Pero poco se habló de ellas.