Como en un juego de contrapesos y hasta de pacto explícito entre los
protagonistas, siempre se especuló que cuando Cristina Fernández asumiera a pleno la Presidencia,
Néstor Kirchner iba a tener el mismo papel de segunda guitarra que ella había cumplido durante la
gestión de su esposo. A dos meses del cambio de mando, Cristina no pudo aún hacerse cargo de
puntear la melodía, mientras que Néstor sigue llevándose todos los flashes de la política, en medio
de la reorganización del PJ, que conduce con galera y bastón y también con ciertos golpes de
efecto, como la vuelta al redil orgánico de Roberto Lavagna, y el consecuente terremoto que eso
causó en la UCR.
Semejante despliegue institucional del ex presidente dejó
por estos días a Cristina en un papel de debilidad objetiva en función de gobierno, lo que le ha
dado pasto a críticos y agoreros.
Hasta el momento, la tarea presidencial se centró casi de
modo único en continuar cosas inconclusas de la administración anterior o en apagar incendios, como
la crisis energética (combatida con bombitas de bajo consumo) o el caso de la valija con EEUU.
Otro presidente se hubiera hecho un festín con la excusa de
la "herencia recibida", pero este artilugio Cristina lo tiene vedado. Por otro lado, por estos días
el humor social se fastidió tras la aparición de los índices de inflación de enero, con cuasi
burlas al sentido común, como fue el caso emblemático de la baja en los gastos de turismo (-8,5%)
de un año a otro.
No obstante, el gobierno sigue creyendo que esconder la
basura bajo la alfombra es un buen camino, pese a que el mundo quiere saber qué pasa con la
fiabilidad de las estadísticas en Argentina, un mecanismo más o menos homogéneo que utilizan los
países para compararse.
El tema inflacionario ya le genera a la Casa Rosada un
costo de credibilidad bastante alto debido a que las expectativas han comenzado a galopar y las
autoridades a correr detrás de ellas. Parte de los aumentos ocurren por un mecanismo de autodefensa
típico de consumidores preocupados: comprar ahora para no tener que pagar más caro después.
El mismo gobierno se encargó de exacerbar el consumo (y lo
muestra como un éxito), para lo que se recurre a ahorros y créditos, que los bancos estimulan
porque pueden cobrar tasas más altas. El miedo a una disparada inflacionaria está provocando una
mayor concentración de depósitos a plazos cada vez más cortos, lo que frena préstamos para la
producción.
Momento de cambio. Con todos estos problemas en la cabeza de gente, es posible
que Cristina deba replantear algunas cosas en materia de gestión, viraje que algunos sitúan no más
allá de marzo, sobre todo en cuestiones que hoy le están dando letra fácil a los opositores.
En este aspecto, no puede dejar de contabilizarse el show
que montó la Coalición Cívica con el rimbombante anuncio del Plan Nacional de Seguridad Vial, un
viejo documento que está anclado en la página web de la Secretaría de Transportes desde el 2006,
cuando se presentó con promesa de tratamiento legislativo. Hoy, varios miles de muertos después, se
le pasa el plumero y será por fin enviado a Extraordinarias.
Tampoco resultó muy propicia para la imagen de polemista y
excelente y documentada oradora que Cristina se había forjado desde su banca en el Congreso la
elección de algunos temas de sus últimas apariciones públicas, como la defensa del tren bala días
después del traspié del Gran Capitán y en medio del bochorno diario de los pasajeros de los trenes
suburbanos.
Para avanzar en tan costoso y poco prioritario proyecto hizo, por ejemplo,
una apología de Puerto Madero, el barrio impulsado por Carlos Menem y Carlos Grosso en los 90.
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