La palabra cambio estuvo en el centro del debate político del último año. Aunque lleva a una idea de alternancia y de rupturas, que oculta las continuidades que se dan en nuestro país.
La palabra cambio estuvo en el centro del debate político del último año. Aunque lleva a una idea de alternancia y de rupturas, que oculta las continuidades que se dan en nuestro país.
Esta tensión se expresa en primer lugar en que un poco más de la mitad de la ciudadanía se expresó el año pasado a favor de cambiar el signo político de quien gobernaba. La decisión de los electores estuvo orientada por la idea de terminación de un ciclo, de un modo de gobernar. Pero no necesariamente de oposición a muchas de las políticas con las que se referenció a la experiencia anterior. Estos cambios en los comportamientos colectivos y en las preferencias se dieron en momentos en los que la decepción y la insatisfacción por lo preexistente se expresó.
No debemos olvidar que una de las constantes de la política argentina desde los años 90 fue (con pocas excepciones) el otorgamiento de "superpoderes" al Poder Ejecutivo Nacional para el manejo de las partidas presupuestarias y la utilización de Decretos de Necesidad y Urgencia para gobernar hubo un ejercicio hiperpresidencialista justificado en el argumento de la gravedad de las crisis vividas.
Sin embargo, el reparto de poder luego de diciembre de 2015 entre el Congreso y el Ejecutivo Nacional plantea un cambio en la manera de gobernar que no necesariamente fue deseado por Cambiemos. Fue el producto de la expresión de la voluntad popular. Así, la democracia argentina tuvo y tendrá como tarea alcanzar acuerdos cooperativos que erradiquen paulatinamente el malestar que vive nuestra sociedad.
En segundo lugar se encuentra el impacto de Cambiemos sobre los partidos políticos, principalmente los tradicionales. Con claridad, tanto el FpV como el PRO son los dos emergentes de la crisis de representación del 2001. Pero los caminos elegidos para relacionarse con las anteriores fuerzas políticas nacionales y provinciales fueron diferentes.
La construcción de Cambiemos tuvo importantes tensiones entre sus socios. Implicó un trueque entre la UCR y el PRO, en el cual la primera dotaba de territorialidad a la alianza, y el segundo daba un liderazgo con performance electoral y vínculos representativos renovados.
Hasta el año 2010 el PRO privilegió la ciudad de Buenos Aires. A partir de allí comenzó a proyectarse sobre las provincias captando cuadros de las élites conservadoras de cada distrito, de los partidos tradicionales (tanto del peronismo como del radicalismo), de algunas organizaciones no gubernamentales, del sector empresarial, deportivo, del mundo del espectáculo. Las dirigencias disponibles en cada distrito, más algún emergente particular por su conocimiento público, fue el modo de presentación del PRO como "partido completamente nuevo".
A ello se sumó una constante afirmación discursiva para desprenderse de una diferenciación tradicional entre los partidos: "no somos de izquierda ni de derecha", "queremos estar cerca de la gente". La "gente", no los ciudadanos. Esto no ha sido una singularidad del PRO ya que esta misma afirmación sobre la ideología la realizaba el líder del Frente Renovador en el proceso electoral de 2015.
Son las alianzas provinciales las que tensionan la construcción de Cambiemos. En el ciclo electoral pasado, en algunos distritos, sólo la separación de los comicios locales, provinciales y nacionales permitieron una convivencia que será puesta a prueba en el próximo turno de votación (Santa Fe y Córdoba entre ellas). En otros distritos implicó la no presentación de partidos tradicionales de la alianza (el ejemplo es la UCR en Entre Ríos), subsumió al PRO en la UCR (como en Mendoza) o produjo acuerdos más abarcadores con la inclusión del Frente Renovador (Jujuy como caso exitoso).
El tercer punto es que Cambiemos intenta una transacción entre sus miembros respecto del rol del Estado y del rumbo económico. De ella no pueden excluirse por su participación (explícita o no) a los actores económicos, empresariales y sindicales.
Contradicciones
Esto se debe a que Cambiemos ha definido (no sin contradicciones) que el Estado debe tener un rol a ejercer y los conceptos de heterodoxia y desarrollismo forman parte de su vocabulario. Pretende que no sea el Estado de los años 90, tampoco el de la última década Sin embargo las presiones para implantar políticas más ortodoxas son internas a la misma coalición y se incentivarán al posponerse los resultados esperados.
Así, el gabinete nacional expresa una amalgama de dirigentes partidarios de diversas extracciones, expertos en diferentes áreas y ex gerentes de empresas privadas (en algunos casos multinacionales). Sus posicionamientos ideológicos son divergentes ya que Cambiemos no se ha constituido a partir de una unidad en ese sentido, y plantean tensiones en las decisiones sobre el camino a seguir.
En estos tres elementos: un poder dividido que obliga a un modo de gobierno diferente; una construcción inacabada de la coalición; y un rol del Estado sin un consenso consolidado; constituyen algunos de los desafíos de la política de Cambiemos para su futuro como fuerza electoral y gubernamental.