Las chicas de los pañuelos verdes bailan agrupadas a las puertas de decenas de carpas sobre la avenida de Callao. Como en una feria política, cada cual con su temperamento y con su matiz. La ola verde es lucha, y también es fiesta. Fiesta por la libertad, y por enterrar al patriarcado. Con una nueva demostración de fortaleza política el feminismo verde volvió a copar el barrio de Congreso, en Buenos Aires, y se metió para siempre en la historia. Y esta vez ya no de modo testimonial. El color verde atravesó el muro del Palacio, consiguió el favor de las mayorías parlamentarias y quedó a pocas semanas de cambiar la historia. Para siempre.
Los rostros marcados, pintados, diseñados para acompañar a esos cuerpos guerreros, libertarios, disfrutaban por anticipado de un desenlace que parece cantado: será ley.
La interrupción voluntaria del embarazo, esta vez sí, se encamina a consagrarse en el Senado. Más de 130 diputados se preparaban para darle el apoyo en la Cámara baja.
Con energía que les circula por la sangre, las coreográficas feministas hace tiempo han abandonado falsos pudores, y temores. Sin embargo, y a diferencia de la experiencia parlamentaria de 2018 —que culminó con el rechazo del Senado a la ley que promovía la despenalización del aborto—, esta vez las verdes saben que será ley. Entonces se entiende por qué no flotaba tensión política, ni dramatismo, dentro del universo verde. No había dientes apretados, ni siquiera se repitieron —mayoritariamente— los cruces de 2018, con discursos ensangrentados, ni dentro ni fuera del recinto.
¿Pero qué pasó con la alegría explosiva y luego frustración de 2018? Desde aquel invierno inclemente de hace dos años a estos días calientes de diciembre de 2020, los argumentos a favor y en contra de la ley no han cambiado demasiado. El cambio más significativo, en dos años, fue el cambio del signo político gobernante, del presidente.
A diferencia del anterior presidente, que habilitó el debate en su momento a la vez que se pronunció en contra de la legalización del aborto, Alberto Fernández abrazó la causa de la legalización como propia. Y la promovió con un proyecto de ley con la marca de la Casa Rosada. Cumplió un punto sensible de su contrato electoral.
La importancia del debate y su probable destino de ley sigue en pie como en 2018. La misma épica para el pañuelo verde, y también para el celeste resistiendo el cambio, pero con las pasiones algo sosegadas.
En estas horas habrá votado Diputados, pronto votará Senadores, pero la sociedad ya votó: le dio el sí a la despenalización del aborto. Y ese “sí”, a diferencia de 2018, ahora transcurre, manso, entre los millones que no son ni verdes ni celestes. Por eso cierta furia estética movimiento verde —en 2018—, ahora cambió a feria de celebración, aunque siempre dentro del registro político. No podría ser de otro modo.
El debate en Diputados coincidió con una jornada cargada de noticias clave para la Argentina. 37 años de la recuperación de la democracia, el anuncio de la firma de un contrato que proveerá, en las próximas semanas, la tan esperada vacuna rusa contra el Covid, un debate abierto y profundo sobre el rol del poder judicial, y la Corte Suprema, un órgano a perpetuidad, que según la vicepresidenta Cristina Kirchner tiene un plan para desestabilizar al gobierno. Y un acto en público en la ex Esma, con Alberto y Cristina, para celebrar el día internacional por los derechos humanos.
La argentina política asoma a la pospandemia. El gobierno nacional parece entender que ahora sí es su momento, y aprieta el acelerador.