El domingo 22 de noviembre será la 42ª vez que un cargo gubernamental en Argentina será definido por un ballottage o segunda vuelta electoral. Si bien el instrumento fue introducido en la reforma de la Constitución de 1994, nunca había sido utilizado para una elección presidencial, y desde el retorno a la democracia en 1983 sólo se aplicó en un puñado de provincias que lo prevén en su Carta Magna.
El ballottage recoge tanto aprobación como críticas, y es un añejo sistema que hunde sus raíces en el siglo XIX cuando fue ideado por Napoleón III de Francia, sobrino del célebre Napoleón Bonaparte.
Carlos Luis Napoleón Bonaparte tuvo una vida novelesca. Heredero de Bonaparte, creció fuera de Francia tras el derrocamiento de su tío. Desde Inglaterra regresó a su país e intentó dos veces un golpe de Estado, pero fracasó y la segunda vez fue encarcelado siete años. Escapó y regresó al Reino Unido donde vivió hasta la revolución de 1848 que estableció la II República Francesa. Libre de volver a Francia, en 1848 fue electo presidente por abrumadora mayoría (75 por ciento de votos) debido a la ayuda de las masas rurales, para las cuales el nombre de Bonaparte significaba algo, contrariamente a los nombres de los otros competidores que les eran desconocidos.
En 1852, Carlos Luis Bonaparte reformó la Constitución, creó el II Imperio Francés, se autodenominó Napoleón III ocupando el rol de príncipe-presidente, e ideó el sistema de ballottage por el cual si ninguno de los contendientes obtenía la mayoría absoluta de los votos, debía darse una segunda vuelta entre los dos primeros. El término ballottage deriva de ballot, que remite a las bolillas de un bolillero. Luego de la caída de Napoleón III el sistema de ballottage es retomado por la III República y la actual V República francesa.
El ballottage, no obstante, no es un instituto muy difundido en los países centrales: sólo Francia y Austria, y luego es adoptado por estados periféricos de Europa, muchos de Africa y Asia, y también la mayoría de Sudamérica principalmente luego de las reformas constitucionales tras la salida de las últimas dictaduras del siglo XX.
Ecuador, Venezuela, Bolivia, Perú, Brasil, Paraguay, Chile, Colombia, Uruguay y Argentina utilizan el ballottage bajo algunas de sus formas. En Argentina también lo han adoptado las provincias de Chubut (aunque ya no está vigente), Chaco, Corrientes, Tierra del Fuego y la ciudad de Buenos Aires.
Los antecedentes en el país. La experiencia más numerosa del uso del ballottage se dio en 1973 cuando la dictadura de Alejandro Lanusse convocó a elecciones instaurando el sistema de doble vuelta por un decreto-ley para todos los cargos, y exigiendo el 51 por ciento de los votos.
Con Juan Domingo Perón todavía proscripto, el leal odontólogo de San Andrés de Giles, el "Tío" para la joven militancia de la época, Héctor Cámpora, obtuvo el 49,5 por ciento de los votos, porcentaje que no alcanzaba pero el ballottage no se realizó ya que desistió el caudillo radical Ricardo Balbín que había quedado segundo con el 22 por ciento. Donde sí hubo ballottage ese año fue en 12 elecciones para gobernador y 14 para senadores nacionales, entre ellas en Santa Fe que eligió a Carlos Sylvestre Begnis para la Casa Gris y a Juan Taborda al Parlamento nacional. Tras la renuncia de Cámpora meses después y el nuevo llamado a elecciones, Perón, en comicios libres, sacó el 62 por ciento.
Tras la última dictadura, el retorno a la democracia se rigió por la Constitución de 1853 que elegía presidente por medio de un Colegio Electoral. Con la reforma de 1994, prohijada por Carlos Menem y Raúl Alfonsín, se instauró la elección por voto directo y una segunda vuelta "atenuada" ya que sólo exige al ganador de la primera alcanzar el 45 por ciento de los votos o apenas el 40 por ciento si supera por más de 10 puntos al segundo.
Menem en 1995, Fernando de la Rúa en 1999 y Cristina Kirchner en 2007 superaron el 45 por ciento requerido, mientras que la presidenta al ser reelecta en 2011 superó el 54 por ciento.
La segunda que no fue. La única vez que se podría haber aplicado el ballottage fue en 2003 cuando Néstor Kirchner sacó el 22,2 por ciento escoltando a Menem que sacó el 24,4 por ciento, pero finalmente el riojano desistió para evitar una derrota segura dado el amplio rechazo que concitaba.
En las provincias se utilizó para elegir gobernador en Chaco (1995), Corrientes (1997, 2001 y 2009), Chubut (1991), Tierra del Fuego (1991, 1999, 2003, 2007, 2011 y 2015) y Capital Federal (2003, 2007, 2011 y 2015). A su vez cada distrito tiene ballottage distintos: por ejemplo Chaco adopta los criterios del nacional, pero la ciudad de Buenos Aires exige la mitad más uno de los votos.
De los casos de ballottage recientes en Argentina, los más trascendentes han sido los de Capital Federal, donde se registró uno de los pocos en que el segundo ubicado en el primer turno, se impuso en la segunda vuelta (Aníbal Ibarra que venció a Mauricio Macri en 2003).
Fortalezas y debilidades. El ballottage tiene adeptos y críticos. El constitucionalista Daniel Sabsay explica en un libro dedicado a este sistema electoral que "el instituto tiende a reducir el número de partidos (políticos) o al menos a hacerlos más disciplinados". Señala que "pareciera convertirse en un remedio sumamente útil para evitar la proliferación de agrupaciones sin que su existencia provenga de una identificación concreta con la ideología y los intereses de un sector de la comunidad sino como producto de un cálculo o especulación para la obtención de ventajas políticas".
Añade que "un instrumento tan severo para acceder a cargos genera la necesidad de formar coaliciones y todo tipo de entendimientos a efectos de ver incrementadas sus chances". Como consecuencia "podrán configurarse pocas alternativas pero fuertes y claramente definidas desde lo ideológico", alienta.
En la academia parece haber consenso en las fortalezas y debilidades del sistema. Por ejemplo, el politólogo español Ismael Crespo Martínez analiza el sistema electoral en América latina en una publicación de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam), sostiene que el ballottage tiene a favor que "fortalece la legitimidad del presidente, modera a los ganadores, estimula la articulación de coaliciones y facilita la estructuración de un sistema multipartidista bipolar".
Entre las debilidades menciona que "fabrica mayorías artificiales y plebiscitarias, donde el ganador pretenda llevar adelante un programa que en realidad es sostenido por una minoría"; "favorece la polarización, y da un peso inusitado a los votos de quienes quedaron afuera"; e "incentiva la formación de mayorías negativas o de bloqueo", es decir votar "en contra de". También plantea "el riesgo del surgimiento de outsiders" ya que "en la búsqueda de alcanzar el mayor apoyo posible, se diluyen las definiciones ideológicas y las campañas se centran más en la personalidad de los líderes que en sus vínculos con las organizaciones políticas".
El escenario local. Lejos de reforzarse el bipartidismo EM_DASHuno de los desvelos de AlfonsínEM_DASH, aparecen en esta elección los rasgos descriptos como menos favorables del sistema de ballottage. A pesar de que Scioli fue el más votado en primera vuelta el triunfalismo se instaló en el campamento de Macri. Además, queda por seducir un tercio de los votos que buscó otras opciones que van desde el trotskysmo al peronismo conservador, pasando por la socialdemocracia. ¿Esta importante franja de argentinos volcarán su voto más por compartir las propuestas de alguno de los dos candidatos, que por el "miedo" a Macri o la "aversión" al kirchnerismo? Allí estará la llave de la Casa Rosada.