La currícula del historiador Luis Alberto Romero es tan frondosa que impide transcribirla íntegramente a riesgo de consumir cientos de caracteres. Es actualmente investigador principal del Conicet y profesor de las Universidades Di Tella y Flacso. Autor de numerosos libros, el último es la nueva edición revisada y aumentada de “Breve historia contemporánea de la Argentina 1916-2010”. En una entrevista con La Capital, Romero se muestra como un lúcido analista de la política nacional sin necesidad de cargar su dialéctica con adjetivaciones.
Cuando se le hace mención que un futuro capítulo de su libro deberá trazar diferencias entre el “Nestorperonismo” y el “cristinismo”, Romero dice: “Le confieso que cuando empecé a trabajar en la idea de agregar un capítulo pensé en el 2011 y en un trabajo sobre el kirchnerismo, pero después descubrí que no. Cristina es bastante distinta de Cristina y Néstor. Una cosa era Cristina con Néstor y otra muy diferente es ahora, sola. Creo que es para peor. Ahora descubrimos que Néstor tenía un dominio muy grande de la política: sabía quién era quién, se peleaba pero volvía a negociar; tenía varios niveles, y lo tenía a Moyano adentro”.
En ese marco de referencia, el autor de otros libros clave como “Sectores populares, cultura y política”, sostiene que “Cristina cortó los vínculos que podían ser contrapesos y se fue dejando llevar por el discurso. Y el discurso la lleva a cosas radicales y de difícil retorno. Está siempre acelerando. Hace poco escribí un artículo, en el que decía que si Néstor viese esto, diría: «Bajá un cambio Cristina, que nos estrellamos». Ella está en un camino de radicalización que le hizo perder la sensibilidad política”.
—Traza en su libro una gran diferencia entre aquella primavera democrática del 83 y los tiempos que corren. ¿Por qué?
—El problema no está tanto en la democracia, el nudo está en el Estado. La democracia consiste en elegir gobernantes para que manejen el Estado. Cada gobernante ha ido aportando su parte desde 1976 para desarmar el Estado, arrancando con aquella consigna de Martínez de Hoz: “Achicar el Estado para agrandar la Nación”. Desarmar el Estado y regalárselos a los privados es algo que se ha mantenido en el largo plazo.
—¿Y qué pasó en estos últimos 10 años?
—Lo que el Estado deja de controlar, lo controla el gobierno. Esta es una distinción importantísima y que no se hace: no es lo mismo Estado que gobierno. Si crece uno, el otro se redimensiona. Desde los 90 se registra un crecimiento exponencial de los gobiernos que achican los mecanismos de control del Estado.
—Todos los gobiernos apelan a la confusión de Estado y gobierno.
—Exacto. La estatización de YPF, al fin, es el reemplazo de un conjunto de malos directivos por funcionarios del gobierno.
—También habla usted en el libro de la existencia de “los dos peronismos”. ¿Cómo se explica?
—Comparé los diez años del peronismo (45-55) clásico con los años que transcurrieron desde el 83 hasta ahora, entiendo que lo del 73 fue demasiado breve como para una conceptualización. Acá observo que las similitudes entre la década del 90 y la de ahora son mayores que las diferencias, aunque esas diferencias sean importantes. Una coincidencia es este Estado desgranándose entre los amigos del gobierno. Los amigos cambian pero siempre hay algún Cristóbal López que saca tajada. Y la otra es la combinación de democracia política con sufragio: el manejo del Estado ofrece un resultado demoledor. Es muy difícil ganarle una elección a este gobierno. Lo interesante para resaltar es que no hay partido.
—¿Los partidos han desaparecido definitivamente?
—Hay una mezcolanza en la que no se sabe si el operador político local lo es, porque es funcionario de la Intendencia, o si es jefe del territorio. Esto se ve en la zona pobre de la Argentina. Este peronismo del sufragio se adaptó de una manera espectacularmente eficaz, la artesanía política que han desarrollado en el Gran Buenos Aires es espectacular. La palabra clientelismo es una palabra grosera, pero hay que saber hacerlo. Y ahí el peronismo le sacó una ventaja enorme a cualquier otro partido. Lo usó para llegar al gobierno y lo montó desde ahí para seguir gobernando.
—Juan Carlos Torre sostiene que hay un peronismo y varios peronismos contingentes. ¿La diferencia es que el kirchnerismo quiere reemplazar al peronismo?
—Creo que el menemismo también. Entiendo lo que dice Torre, y es una idea interesante, pero creo que no se trata tanto de reemplazar al peronismo sino de absorberlo y darle otra dirección. En el caso del kirchnerismo, la figura de Perón no le es útil. Hay una decisión de no apelar a esa liturgia. Pero otras cosas que hacen son las mismas que ha hecho el peronismo a lo largo de su historia. Por ejemplo, esta creación de enemigos, del nosotros y ellos, es muy típica del peronismo clásico.
—Muchos dicen que esta crisis con las fuerzas de seguridad jamás hubiera ocurrido con Néstor Kirchner.
—Se hubiese enterado antes. Mire como es esto: se termina extrañando a Néstor. Pero claro, tiene que ver con sus largos años de gestión, Cristina no tiene ninguna experiencia de gestión.
—Kirchner era más un peronista clásico.
—Pero no lo circunscribiría a eso. Manejó mucho tiempo una provincia, sabe dónde están las cosas.
—Si la economía mejora y Cristina va por la reforma constitucional, ¿la sociedad podrá por una vez votar en contra del bolsillo?
—Difícil saberlo. Hay momentos en que se razona y se recuerda. Es muy difícil argumentar que la reforma tiene algún otro propósito que no sea la re-reelección. La Constitución actual permite todo, o por los artículos o por los tratados. Es ultraprogresista. Mire, también están los humores. Y el paso del tiempo.
—La oposición ha sido y es flojísima. Cristina cae pero ningún opositor sube en las encuestas.
—No pasa la cosa por gobierno y oposición. Si fracasa la re-reelección y Cristina termina en 2015 ahí comienza la verdadera historia de la sucesión, que no será entre oficialismo y oposición sino en el interior del peronismo. Lo que está gobernando ahora es de una variedad muy amplia.
—Sorprende que haya tantos funcionarios que provienen del Frepaso en el gabinete de Cristina. El fracaso de la Alianza parece haberlo pagado solamente los radicales.
—Qué extraño es eso, ¿no? Entre los frepasistas y los menemistas que hay en el gobierno... Los radicales son diferentes, para gobernar le piden la partida de nacimiento a todo el mundo. En cambio, el peronismo pide capacidad de conducción, es más elástico.
—¿Se la imagina a Cristina poniéndole la banda a otro presidente?
—(Largo silencio). Por supuesto que sí. Lo que no me imagino es qué va a hacer el cristinismo, el grupo íntimo, si fracasa la necesidad de la reforma. Es malo que no me lo imagine. Probablemente se consuelen hasta último momento pensando que alguna vuelta le van a encontrar o quizás hagan como hizo Menem, que lo mandó al muere a Duhalde. Me preocupa que queden los odios, que volvamos a la historia del 55.
—¿Los rechazos a la presidenta de un importante sector de la clase media, no tiene más que ver con la animadversión que genera por su personalidad que con el tema económico?
—Es posible. Es un problema, porque esos movimientos de indignados se diluyen solos. Los partidos tienen que darle un sentido constructivo.