Era parco. Lo entrevisté decenas de veces y asistí a sus a sus ruedas de prensa. Se notaba que ese contacto con los periodistas no lo atraía, quizás hasta lo incomodaba. Sus frases eran cortas y, ante la repregunta, volvía con lo mismo: con lo que quería comunicar.
Prefería no salir del contexto de la nota que había propiciado la presencia de los medios. No hablar de otra cuestión fuera de la inauguración o recorrida de obra, o del anuncio de gobierno.
Solíamos aguardarlo en el hall contiguo a su despacho y el Salón Carrasco, en el primer piso del Palacio Municipal. Eran tiempos en los que se podía subir allí sin más. Sabíamos con los colegas que estaba en su oficina, pero él evitaba salir. Hasta que la presión de tanta requisitoria periodística podía más. Probablemente emitiría una declaración breve, casi sin título, para salir del paso y quedar liberado.
No era efusivo, ni demostrativo, al menos con la prensa. Más bien duro, una cuestión evidenciada desde lo gestual. A pesar de que lo veía casi a diario, no generaba esa relación tan frecuente entre funcionario y periodista que permite el abordaje en off, fuera de micrófono o libreta de anotaciones.
Eso sí, cambiaba su gesto habitual ante un comentario positivo sobre su gestión. Se notaba la satisfacción que le producía la construcción de la ciudad de sus sueños, cercana a las necesidades de la gente (claro que con aciertos y desaciertos), enfocada a la inclusión y la salud.
Eran tiempos en los que el eslogan "La mejor ciudad para vivir" se leía en los espacios verdes. Hoy casi no quedan vestigios de esa consigna que caracterizó sus administraciones al frente de la Intendencia. En la misma época en la que el logo municipal, originado en un concurso, ganaba la escena basado en la simpleza y austeridad que Binner representaba. Un rectángulo dividido en cuadrados en el que convivían un niño, un pez, un sol y una hoja.
Así como se mostraba reconfortado ante aquellas instancias, ponía claramente en evidencia su disgusto ante otras.
Ya era gobernador de la provincia y el casino de Rosario, un enorme polo del juego, estaba a punto de inaugurarse. No había casi hablado públicamente sobre el tema. Y lo consulté para Radio 2. Dijo que no estaba de acuerdo con que la ciudad tuviera un casino y esas declaraciones estallaron como una bomba. No quedaron dudas sobre sus prioridades.
Los años pasaron a la par de la relación cara a cara, ligada al trato cotidiano de un cronista de exteriores con su entrevistado.
En 2015 la peor tragedia de mi vida y la de mi familia golpeó la puerta. Fue un día funesto y vertiginoso a la vez, sin respiro. En un momento pude sentarme y, mientras allí nos mirábamos las caras, sonó mi teléfono, que casi no había atendido. La llamada entrante detallaba Hermes Binner. Contesté y escuché sus condolencias. Obnubilado en ese instante, el breve diálogo quedó ahí, sin que pudiera dimensionarlo.
Hoy, con el tiempo y la distancia, cobra valor y lo agradezco. Fue un gesto, un símbolo de una persona que, como leo por estas horas, hizo primar esa cualidad que pareció caracterizarla: la humanidad.