Sin alarmas ni sorpresas. Así fue consumiéndose el primer debate presidencial de cara a las elecciones del 27 de octubre próximo, que no disipó la sensación de cosa juzgada que flota en la Argentina desde agosto pasado.
Por Javier Felcaro
Sin alarmas ni sorpresas. Así fue consumiéndose el primer debate presidencial de cara a las elecciones del 27 de octubre próximo, que no disipó la sensación de cosa juzgada que flota en la Argentina desde agosto pasado.
El marco cuidado de la convocatoria también hizo lo suyo: quedaron garantizadas las exposiciones individuales por sobre las fricciones y, de ese modo, la espontaneidad pareció quedar al lado del camino.
Los objetivos fueron claros: Mauricio Macri le habló a su voto duro, Alberto Fernández hizo lo propio y Roberto Lavagna buscó a los desencantados con el oficialismo. Al menos, a la hora de anotar un punto en la columna del haber, el debate explicitó posiciones ideológicas de parte de todos los protagonistas. Sin embargo, el balance refleja que la prioridad pasó más por las formas que por el fondo.
Apagadas las cámaras, otra discusión se potenciara a lo largo de la semana: el grado de influencia de este tipo de duelo verbal (en rigor, dirigido principalmente al segmento de los convencidos) en la voluntad del electorado en general.
Por lo pronto, los candidatos ya se preparan para el último round hablado del domingo próximo.
Asado y pedidos especiales
Roberto Lavagna fue el primero en llegar el sábado. Pasó la noche en la ciudad de Santa Fe, pero antes compartió un asado con el gobernador Miguel Lifschitz. Alberto Fernández pidió a la organización del debate Schweppes de pomelo y sin azúcar y Mauricio Macri (quien hoy hará campaña en Entre Ríos) solicitó Coca Cola light y frutas. José Luis Espert, fruta, yogures y mucha agua. La candidata a vicepresidenta de Nos, Cynthia Hotton, llegó a Santa Fe (para estar junto a Juan José Gómez Centurion) acompañada por una caravana pro vida.