Para el sociólogo Ignacio Ramírez el dato más importante del registro de alianzas electorales es que “estuvo más dominado por la demanda que por la oferta”. En su opinión, el macrismo en la centroderecha y el pankirchnerismo en la centroizquierda centrifugaron el centro y así “la oferta electoral se simplifica en dos grandes hemisferios”.
En esta entrevista con La Capital, el consultor político y director del posgrado de Opinión Pública y Comunicación Política de Flacso analiza el mapa político configurado tras la inscripción de los frentes electorales —con la sorpresiva incorporación al macrismo de Miguel Angel Pichetto como candidato a vicepresidente— y analiza la campaña que viene. “Una elección tan dicotomizada, de final abierto, con mucho contenido ideológico, tiene todas las condiciones para una competencia muy belicosa”, advierte, y señala: “Hoy el malestar económico desnivela la cancha en favor de la oposición”.
— Al convocar a Pichetto como candidato a vicepresidente el macrismo hizo una jugada audaz e inesperada. ¿Cómo lee esta decisión?
—Hay dos niveles: las motivaciones y sus efectos. Algunos han interpretado esto como hijo del descarte o como una especie de rendición de la línea marcospeñista. No rechazo esa lectura pero me parece más interesante pensar que con la incorporación de Pichetto en términos de estrategia electoral convalidan cierta bolsonarización. Pichetto no está elegido únicamente por su condición de senador peronista sino también como expresión de una constelación discursiva más a la derecha. En términos del sistema político puede ser un desplazamiento hacia el centro, pero en términos discursivos e ideológicos de ninguna manera. En algunos temas Pichetto tiene una posición de altísima desinhibición ideológica. Lo de Pichetto no es un rayo en el cielo estrellado, se parece al contrato ideológico que el gobierno viene acelerando, esta cosa más sórdida que viene cultivando en su electorado en cuanto a instintos. Es una actualización de la piel ideológica de Cambiemos: queda atrás la propuesta inicial de 2015, aquella intención posmaterialista, gerenciadora, pospolítica, por desideologizar el lenguaje político.
—¿Paga costos con el sector más antiperonista de su electorado?
—No, no lo veo. Así como el kirchnerista va a actualizar el discurso sobre Massa, el macrista va a hacer lo mismo con Pichetto en función de su nueva ubicación.
—¿Encuentra similitudes entre entre la decisión de incorporar a Pichetto y la candidatura de Alberto Fernández? Parecen decisiones más pensando en el 11 de diciembre y la construcción de gobernabilidad.
—Se puede establecer cierta simetría entre las soluciones de las dos formas. De cualquier manera me parece que el gran dato es que el cierre de listas estuvo más dominado por la demanda que por la oferta: espacios políticos que fueron centrifugando el centro y la oferta electoral se simplifica en dos grandes hemisferios, como fantaseaba Torcuato Di Tella.
—Justamente vinculado a esto, la política argentina en general no encaja en el esquema izquierda-derecha. ¿Considera que van camino a constituirse un polo de centroizquierda y otro de centroderecha nítidamente definidos?
—Sí, parece que se está planteando en esos términos, con todos los asteriscos que se puedan poner. Parece que la política se está reseteando de esa forma. Lo que queda del radicalismo más de izquierda va para un lado, y lo que queda del peronismo de derecha va para el otro. A la Argentina siempre se le cuestionó que no se pareciera al esquema europeo de derecha e izquierda, y cuando Europa empezó a imitar a Argentina por la fragmentación y atomización de los sistemas políticos por la aparición de brotes nacionalistas, Argentina con un poco de delay recrea eso.
—¿Por qué no apareció ninguna alternativa competitiva desde el centro político?
—El espacio intermedio terminó como hipótesis. Desde 2013 para acá la estrategia era que la grieta genera sed de antigrieta, un hartazgo social que se iba a solucionar desde afuera. En general, cuando dos actores de muchísimo peso se están peleando esa disputa se puede cancelar, pero desde los dos actores que se están peleando. El kirchnerismo ampliado está transitando el camino de desengrietar, porque se dan cuenta de que el juego de la grieta —que no es la polarización ideológica, sino la explotación retórica de eso— está favoreciendo más al gobierno que a la oposición. Por otro lado, hay un problema de diagnóstico: ¿Quién dijo que el electorado no polarizado estaba en el medio? Se construyó una teoría del votante “ni-ni” que en realidad se tendría que haber llamado votante “no-no”: es un votante mucho más anómico y agresivo. Los candidatos de ese espacio siempre construyeron casas sobre el pantano sociológico que es ese medio.
—¿Cree que Lavagna le comerá más votos a Macri?
—Sí, es una presencia más amenazante para el macrismo que para el kirchnerismo. Por eso le va a costar sostener su visibilidad pública.
—¿Qué lugar podría ocupar Massa en su alianza con el kirchnerismo?
—Massa ha tenido la picardía de disimular su debilidad. Tiene que resetearse políticamente: ha tenido años de muchísimo desgaste de su imagen con esos zigzagueos, con un lenguaje político con demasiada artificialidad, con esa estigmatización que articuló con mucha eficacia el gobierno llamándolo “ventajita”. De todas manera siempre consiguió estar en el centro de este final, también por las necesidades del peronismo.
—El macrismo y el pankirchnerismo adoptaron los nombres de Juntos por el Cambio y Frente de Todos. ¿Qué análisis hace de la denominación de los frentes electorales?
—Las dos son elecciones racionales, en el sentido de eficientes. Sobre Cambiemos uno podría preguntarse si con cuatro años de antigüedad el concepto de cambio tiene que ser abandonado. Es una decisión inteligente seguir posicionándose como defensores del cambio, aunque le va a costar. Del otro lado Todos me parece un buen resumen del abordaje del contexto político: se puede deducir que el mensaje es “un gobierno para pocos o un gobierno para todos”.
—¿Como ve la disputa discursiva entre el oficialismo y la oposición en la campaña que se viene?
—A fondo. En general una elección escala en su beligerancia cuando llega a la tercera instancia, que en Argentina es el ballottage. En este caso empezamos en esos términos. Una elección tan dicotomizada, de final abierto, con mucho contenido ideológico, tiene todas las condiciones para una competencia muy belicosa.
—Y del lado del kirchnerismo, ¿cómo piensa que encarará la campaña?
—Mientras el gobierno va a tratar de imponer la agenda moral, la oposición planteará la agenda económica, sociolaboral. Hay un empate ideológico y emocional; sin embargo, el malestar económico, que es una experiencia tangible, vinculada a la experiencia concreta y cotidiana, hoy —no lo quiero decir en clave de pronóstico— desnivela la cancha en favor de la oposición. La incertidumbre ablanda prejuicios, erosiona algunas construcciones ideológicas. Si el gobierno no consigue revertir los indicadores económicos tiene el destino electoral condenado a una derrota, lo que no significa hacer un papelón.