La sorpresa volvió a golpear. Y con fuerza. Cristina había conseguido escribir e imprimir un libro de 600 páginas en una editorial multinacional, y sin que sus enemigos más acérrimos lograran enterarse.
Por Rodolfo Montes
La sorpresa volvió a golpear. Y con fuerza. Cristina había conseguido escribir e imprimir un libro de 600 páginas en una editorial multinacional, y sin que sus enemigos más acérrimos lograran enterarse.
Lo presentó ante una multitud y revalidó su liderazgo emotivo, épico y bajo la lluvia, en un ámbito completamente ajeno, la feria del Libro, en la Rural de Buenos Aires.
A los pocos días, golpeó otra vez, con una foto en la sede del PJ de Buenos Aires. Luego de 16 años volvió a la calle Matheu, y le puso brillo a un acuerdo político ya afiatado, desde hace varios meses.
Y ayer, el golpe definitivo. La salida al dilema de la “candidatura” que nadie imaginó. Se anotó como vice, detrás de Alberto Fernández, un dirigente miembro fundador del kirchnerismo, pero luego muy distanciado del cristinismo, por casi una década.
Cristina eligió una salida creativa al dilema de “estar en la fórmula” a la vez que no galvanizar la cerrazón de algunos sectores que no quieren, o no pueden, digerir la posibilidad de un tercer mandato de CFK presidenta.
“Una cosa es lo que uno quiere, y otra lo que corresponde”, explicó un eximio analista del peronismo que recorrió todo la línea de tiempo del fenómeno K, desde 2002, hasta 2015.
“Sin Cristina en la fórmula, había mucho riesgo de desbande de los votantes, nadie sabe qué pasa cuando el lazo afectivo que tiene la líder queda sin posibilidad de concretarse. La gente no va a votar a un sustituto por más que lo diga Cristina”, continuó analizando el mismo peronista, analista, de la genealogía K, para éste cronista.
¿ Por qué Alberto Fernández? Ahí pesó la figura del articulador con el amplio espectro peronista. Contó a éste diario el precandidato a presidente que inmediatamente se bajó de su pretensión, al enterarse de la noticia, Agustín Rossi. Con todo, el rosarino no quiso anticipar qué sucederá con los armados del Frente Renovador y de Alternativa Federal, allí donde debería encontrar algunos resultados la movida de Cristina, corriéndose de la cabeza de lista.
Nadie discute que la ex presidenta descoloca a todos. Ahora faltaría comprobar si su movimiento fue de puro talento, una muestra de calidad superior, o si, al cabo, una repliegue parcial. Tal vez síntoma de debilidad.
Otro peronólogo consultado por este cronista propuso salir de la cuestión Sergio Massa sí o no, Roberto Lavagna sí o no. “Acá lo que define es el retorno de los sectores populares que se nos fueron desde 2013 en adelante. Si volvemos a ganar es porque recapturamos el voto perdido a manos de Cambiemos. Lo del tercer sector tiene una relevancia menor”, argumentó.
Allí parece destinada la jugada de Cristina. Darle un motivo al desencantado para que vuelva. En especial, los de la base de la pirámide social.
Con Alberto Fernández en la fórmula se termina la discusión sobre la autocrítica reclamada, la presunta soberbia de no ceder nunca una cuota de poder. Toda esa narrativa de la “yegua” indomable queda en orsai con tamaño corrimiento.
Desde ya, como toda “solución” a un dilema, ninguna resulta redonda. Y sin matices. “Ella piensa en lo que viene después de ganar. Será muy problemático gobernar la Argentina. No habrá nada que celebrar por mucho tiempo”, aseguró el analista y peronólogo ante La Capital.
Jugada
Si la jugada de Cristina sale bien, y Alberto Fernández se calza la banda presidencial el próximo 10 de diciembre se habrá producido un milagro democrático: un dirigente sin votos propios, estaría logrando que lo voten millones y lo lleven a la Rosada.
¿Cristina se dedicará, sólo, a la aburrida tarea de ordenar los debates en el Senado? Por lo general opacos. Más aún con ella sentada en la presidencia y lejos de la banca que ocupa en la actualidad. La respuesta, obviamente que no. Sobre todo porque el poder le será dado por el voto popular, mucho más a Cristina, que a Fernández, el presunto nuevo presidente.
El dilema de la fórmula Cristina–Alberto, en el caso de resultar ganadora, deberá diseñar un modo de entendimiento novedoso, sin precedentes. Y mucho más allá del mero mandato constitucional.