Si bien hay un clima de época en el que sectores políticos con poder de voz y voto promueven discursivamente el gatillo fácil, alientan los arrestos civiles y ofrecen legitimación a hechos de “justicia por mano propia” como si el problema de seguridad pública que el Estado no puede resolver debiese ser resuelto por emprendedores de la tunda o barras bravas de la propiedad privada, los hechos de robo que culminan con el asesinato del ladrón por parte de la víctima no son tan habituales como podría parecer en Rosario. Entre 2017 y 2020 hubo entre uno y dos episodios por año pero yendo un año más atrás, en 15 días de 2016 se registró una racha de cinco casos en los cuales civiles armados no vacilaron en disparar para repeler situaciones de robo. Puede recordarse como una serie casual, los hechos no eran similares y al único patrón que respondían era al de personas que decidieron usar armas que tenían a mano ante lo que vivieron como una situación límite.
Esa racha de hace cinco años no suena ajena por estos días en los que, en dos meses, ya hubo cuatro homicidios perpetrados por víctimas de robos y tres de ellos no ofrecen indicios de que haya estado en riesgo la vida de los homicidas. ¿Tendrá que ver un clima de época a la hora de matar por dos pesos cuando el único riesgo a la vista es el de arruinarse la propia vida? Es prematuro saberlo. Lo que sí surge buscando en varios diarios de los lunes hacia atrás es que, salvo esporádicos casos de linchamiento en patota, estos crímenes que trocan víctimas y victimarios ocurren a partir de reacciones individuales y decisiones personales.
Proporciones
Luego de esa violenta aunque fugaz oleada, el año 2016 terminó con 180 homicidios de los cuales 16 fueron en ocasión de robo —así se denominan cuando matan a las víctimas de un atraco— y otros seis hechos en los que fueron ultimados los ladrones. Esas proporciones —22 casos de robo con consecuencias mortales— bajaron drásticamente en los años siguientes.
En 2017, con 162 homicidios y doce de ellos en medio de asaltos, sólo hubo uno que en medio de dudas se atribuyó a presuntas actividades de la víctima como ladrón. En 2018 los homicidios volvieron a aumentar, pero no los cometidos en asaltos, que fueron diez de 199. En agosto de ese año un hombre fue asesinado en un tiroteo con policías que lo persiguieron tras asaltar un súper en barrio La Cerámica. Y en diciembre un pibe de 18 años apareció muerto a tiros en San Lorenzo al 5100 en un hecho confuso que entonces se atribuyó a que había asaltado a alguien.
Los crímenes bajaron mucho en 2019, aunque aquellos en ocasión de robo se mantuvieron: once de 160. Además, en enero, un joven fue asesinado en el parque Scalabrini Ortiz por un policía al que al parecer había asaltado. Y en octubre un hombre de 31 años fue acribillado en La Paz y Gutenberg por policías que perseguían a los ladrones de una tienda pero la familia de la víctima desmintió que fuera un ladrón, ya que estaba volviendo de su trabajo.
Durante el extraño 2020 los homicidios aumentaron a 213. De ellos hubo 14 en ocasión de robo y en uno, el 3 de enero en el parque Sur de Granadero Baigorria, la víctima del atraco —un gendarme de 45 años— se tiroteó con el asaltante. Ambos murieron. Otro episodio confuso que también se atribuyó a un atraco previo fue el crimen de Franco Velázquez en Pasco al 5000, del que no se estableció si fue linchado por vecinos o atropellado por el dueño de un auto que había sido robado y que al parecer había acordado con joven su devolución, en un incidente que terminó con la muerte por golpes del muchacho de 25 años.
Calles extrañas
La extraña dinámica del primer año de pandemia tuvo efectos diversos en Rosario. En lo que tiene que ver con la seguridad, de las calles vacías por la cuarentena inicial en las que se perpetraban muy pocos delitos la situación socioeconómica fue derivando en una explosión de violencia que no sólo se tradujo en una escalada de homicidios y en la multiplicación de balaceras extorsivas contra viviendas sino también en lo que se dio en llamar “detenciones civiles”, que es cuando ciudadanos de a pie retienen a un presunto delincuente hasta que llega la policía.
Ese tipo de arrestos en flagrancia, previstos por la ley, se trata de reacciones callejeras de vecinos que mezclan acciones solidarias hacia la víctima de un robo con la posibilidad legitimada de expresar una bronca más profunda cagando a palos a un ladrón con las propias manos o arengando a terceros. De estos hechos no suelen quedar registros más allá de las publicaciones periodísticas y en general sólo termina imputado de robo un joven todo machucado.
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Si bien a veces trascienden hechos muy violentos que se comparan con linchamientos, que son los casos mortales, el único hecho constatado como tal en los últimos tiempos en Rosario fue el crimen de David Moreyra, asesinado a golpes en marzo de 2014 por vecinos de barrio Azcuénaga por haber robado una cartera.
Seguro que el azar tendrá mucho que ver en que no hayan sido más las agresiones mortales en patota contra un ladrón —por cierto hechos que se presentan complicados a la hora de investigar— pero, con el diario del lunes, la mayoría de las víctimas de robos que mataron a los asaltantes actuaron solas.
Este año
En lo que va de este año se registraron al menos 71 homicidios en el departamento Rosario. Según los avances de las respectivas investigaciones puede decirse que cuatro de las víctimas fueron asesinadas en ocasión de robo. Y otras cuatro se trató de ladrones asesinados por las personas a las que habían asaltado.
El primero fue Diego Hernán Villarruel, de 32 años, quien junto con un cómplice asaltó el 18 de febrero a un policía vestido de civil en Arijón al 1400. A bordo de una moto y a punta de pistola los delincuentes alcanzaron a arrebatarle una mochila con una importante suma de dinero, pero sólo uno escapó y a medias.
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El agente dio la voz de alto e intercambió un par de disparos con uno de los ladrones. Todavía no se estableció si Villarruel murió por una bala policial o por la qué disparó su propio cómplice que fue apresado, también herido, en el Hospital Clemente Alvarez.
El hecho siguiente, la madrugada del 7 de marzo en Sánchez de Bustamante y Leyva, no fue un enfrentamiento. La reconstrucción realizada por las capturas de varias cámaras de vigilancia del barrio Roque Sáenz Peña permitió ver cómo el gendarme Héctor Daniel Rivas salió a buscar con su auto a Facundo Maximiliano Verón y, una vez localizado, se bajó del vehículo y le disparó por la espalda.
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Al parecer el chico de 15 años había intentado sustraer pertenencias del Peugeot 208 del gendarme estacionado en Buenos Aires al 5500. Pero cuando rompió la ventanilla sonó la alarma y Rivas pudo ver cómo escapaban los presuntos ladrones, subió a su auto y fue por ellos. Según las imágenes que dejaron al imputado en prisión preventiva, Rivas tiró sin titubear y con la misma frialdad se retiró de la escena con la precaución de levantar la vaina servida del proyectil que había disparado y que alcanzó a Verón en la espalda.
Conmociones
El homicidio del adolescente no causó la misma conmoción social, sin embargo, que el doble crimen de Diego Quiroga García y Luciano Escudero ocurrido el 8 de abril en Fisherton cuando Diego C. embistió por atrás la moto en la que iban y los arrolló. Minutos antes las víctimas le habían robado a mano armada 2.400 pesos y 2.000 dólares. Su defensa alegó que el doble homicida fue amenazado por los delincuentes, que le pusieron un arma en la cabeza y dispararon al aire, cuestión refrendada por testimonios que las pericias balísticas aún no comprobaron. Sí está claro que al atropellarlos su vida no corría peligro ya que, al igual que en el crimen de Verón, la decisión de ir por los ladrones fue posterior al asalto.
Primero Diego C. quedó imputado de homicidio simple con prisión preventiva por 60 días. Pero el viernes fue liberado tras un acuerdo entre la fiscalía y la defensa, en virtud de evidencia colectada que para la acusación podría atenuar la calificación del hecho.
Su libertad había sido reclamada masivamente por allegados y vecinos que, en marchas y por redes, resaltaron que es un buen muchacho trabajador. Y que también validaron su acción criminal sobre la base de que los ladrones, de alguna manera, buscaron ese destino cuando salieron a robar. Como una tribuna desde la que se alientan actitudes pero que quién sabe hasta qué punto influyen en esas decisiones personales que convierten a víctimas en victimarios.