Leonel González tenía 18 años y lo mató un piedrazo que le tiraron en la ruta 34 y Gascón, en la zona noroeste de la ciudad, el 14 de febrero del año pasado. Venía de trabajar 12 horas seguidas y a bordo de una moto que le había prestado su madre. Llevaba 1.600 pesos en el bolsillo que le robaron los homicidas, al igual que el rodado y el celular. Los sospechosos del crimen son menores de una banda que, según denuncias policiales, hizo varias veces lo mismo: apedreó a conductores para robarles. Alicia, madre de Leonel, recuerda que aquel viernes le planchó un jean rojo y una camisa. Era San Valentín y el chico saldría a la noche con una joven de su edad.
Aquella jornada, después de que Leonel no llegara a su casa, Alicia lo buscó por más de 30 horas. En el Hospital de Emergencias Clemente Alvarez le negaron que estuviera herido o muerto; la policía no quiso tomarle la denuncia por averiguación de paradero; y días después ella misma comenzó una investigación en el barrio sobre la banda que mató a su hijo.
Alicia Miranda le puso de nombre a su hijo Leonel, “que significa pequeño león”, y a más de un año del crimen, la madre del león no se resigna a que su hijo sea un olvido. Por eso, hoy a las 16, conmemorará en la plaza de Maipú y 27 de Febrero el cumpleaños de su hijo. Estarán los amigos de él, cantarán cumbias y habrá fiesta. Leonel volverá estar.
Alicia tenía dos hijos: Laila y Leonel. El varón terminó la secundaria mientras trabajaba como mozo, junto a su madre en un club. “El sabía de todo. Ordenar una mesa con cubiertos, preparar los platos. Soy separada y Leonel siempre estaba a mi lado. Cuando tenía 15 años trabajaba en el club Bochas América, de 1º de Mayo y Biedma, siempre vivimos en ese barrio. El quería su plata y en casa nunca sobró nada”, recordó la mujer.
Estudio y trabajo. El muchacho estudiaba higiene y seguridad industrial aunque ya tenía el título de técnico en soldadura y su vida era el trabajo. Los fines de semana le gustaba reunirse con amigos y escuchar la música del rapero “Tito el Bambino” o de “Daddy Yankee” mientras arreglaba su Yamaha Crypton. A los 18 años somos inmortales y Leonel sustentaba su vida trabajando como mozo en Villa Clarinda, una casa de fiestas en Ibarlucea, de jueves al domingo.
El 13 de febrero Leonel salió de su casa a las 16 en la moto de su madre. A las 5 de la mañana del viernes 14 el joven mozo terminó su jornada. Tomó por la ruta 34 y al llegar a la altura de calle Gascón le arrojaron una piedra desde unos matorrales que le partió la cabeza. El joven perdió el control del vehículo y dio contra el asfalto. Serían las 5.30 de aquel viernes de San Valentin.
Varios vecinos de Ibarlucea declararon en Tribunales y apuntaron a una banda de chicos que no pasan de los 17 años y a los que todos conocen. Según esos testigos cuando Leonel cayó a la calle “se le abalanzaron tres chicos y le robaron la moto, el dinero y un celular”.
Una ambulancia, que tardó una hora en llegar, llevó a Leonel al Hospital de Emergencias. “Según dijo el médico estaba inconciente y el golpe en la cabeza era mortal”. A las 14.30 de ese día Leonel murió. Sin embargo su madre no lo supo hasta mucho después. En el centro asistencial le negaron hasta por escrito que el chico haya estado en algún momento allí.
Cuenta Alicia: “Yo trabajo los viernes y lo esperaba a él medio dormida. A las cinco y media, mas o menos, lo veo a Leonel en la puerta de mi cuarto vestido con un short azul y con la cabeza mojada, se pasó la mano por la frente, me dijo algo y se fue a su cuarto. Me quedé tranquila y a las 9, cuando me fui a trabajar, sabía que él estaba en casa. Todaví ni sé si lo soñé”. El chico a esa hora estaba tirado en la ruta y con el cráneo partido.
La madre fue a su trabajo y regreso a las 20. Estaba enojada porque no su moto no estaba en la casa y la dejó a pie. Le dijo a su hija Laila: “Decile a tu hermano que venga, lo quiero sentado en la mesa”.
Un peregrinar en falso. Y entonces comenzó el calvario. Alicia llamó a amigos de Leonel, al celular de Leonel, al empleador de Leonel y nadie sabía nada de él. Finalmente quiso denunciar la desaparición. Fue a la seccional 16ª y no se la tomaron por que no había pasado un tiempo prudencial y además le dijeron que debía hacerla en la subcomisaría 2ª por que en esa zona lo habían visto por última vez. Allí también fue y le dijeron que el paradero debía gestionarlo en la seccional de su barrio.
Mientras tanto comenzaron a ir a hospitales y comisarías. En el Heca les dijeron que ahí no estaba y que no tenían registro de ninguna muerte de un chico ese día. “Les mostré fotos, les dije cómo estaba vestido y me tomaron por loca, me lo negaron”.
Dieron infinitas vueltas hasta que a ultima hora del viernes, las hermanas de Alicia fueron hasta el Instituto Médico legal y se toparon con que allí estaba el cuerpo, con su rostro irreconocible.
Entonces empezó la segunda parte del calvario. “Nadie sabía nada sobre la muerte. Fui a la ruta y Gascón, hablé con gente y ví dónde paran estos chicos. En un costado de la ruta tienen un lugar en el que guardan cascotes y cajitas de vino. Son menores, tienen entre 13 y 17 años. También me enteré que los que lo atendieron a Leonel fueron de la subcomisaría 2ª, quienes también lo negaron en su momento”, contó Alicia.
“Después volví al Heca. En el libro de admisión de la morgue consta que el cadáver provino de ahí y en el Heca me terminaron dando un papel en donde aseguran que allí no estuvo. Fue todo una locura”, se dijo a sí misma.
En la Justicia no le fue mejor. “En la fiscalía perdieron el expediente y por suerte después lo encontraron, pero ahora no hay fiscal. Fui a hablar con la jueza de Menores 2 y me dijo que no tiene sentido citar a los sospechosos, que son menores e inimputables”, aseguró Alicia.
Alicia dijo que seguirá peleando contra esos olvidos. “Es cómo que a nadie le interesa. Yo estoy sola y parece que los que mataron a Leonel están protegidos. No sabés que hacer. Por eso organizamos esta fiesta en la plaza, para evitar que al final no pase nada”, dijo.