Erica Moruzze estaba presa en la casa de su pareja. Eso que en los primeros meses de 2014 era una expresión literal -cumplía allí una condena por homicidio- se revistió con otros sentidos el día de su muerte. El 30 de mayo de ese año el taxista Fernando More le pidió a un vecino que llamara a la policía porque la chica no respiraba. Contó algo extraño. Dijo que la noche anterior la había encontrado colgando de una sábana, que le había practicado respiración boca a boca y que ella tenía los ojos abiertos cuando él se quedó dormido con la pequeña hija de ambos en brazos, sin notar que la mujer estaba muerta.
Siete años después se descartó la versión del suicidio y More fue condenado a prisión perpetua por golpear y estrangular con sus manos a la mujer de 28 años. El caso fue considerado un femicidio al constatarse que la joven sufría agresiones constantes de quien, además de su pareja, era el garante de su prisión domiciliaria. Hasta entonces, la muerte de Erica no figuró en las estadísticas. Recién cuando la causa llegó a juicio en marzo de este año se conoció su historia.
Entonces quedaron al descubierto, con los dramas de su vida y su muerte, las complejas facetas de una mujer vulnerable. En un trámite rápido y en base a su propia confesión, cuatro años antes había sido condenada a una década de prisión por el crimen de un jubilado. Era madre de cuatro hijas y vivía con la más pequeña, inmersa en un círculo de dominación por parte de su pareja, en la misma casa donde cumplía la pena. Sufría desde chica el consumo conflictivo de sustancias. Un cuadro agravado tras presenciar la muerte de su mamá en un accidente de tránsito, cuando era adolescente y volvían de una cita por su tratamiento de adicción.
Los pormenores de esa historia están detallados en las cuarenta páginas donde los jueces Pablo Pinto, Ismael Manfrín y María Isabel Mas Varela fundaron la condena perpetua a Fernando Javier More, de 50 años, como autor de un homicidio calificado por el vínculo y por mediar violencia de género. Bajo ese encuadre llegó detenido al juicio, un trámite demorado porque en ocasiones previas no se presentó o no era hallado.
La fiscal Mariana Prunotto lo acusó de haber golpeado, sofocado y estrangulado a Erica Natalí Moruzze la noche del 30 de mayo de 2014, a las 23.30. La joven tenía marcas de zamarreos, un golpe con un objeto bajo el ojo izquierdo, otro en la cabeza provocado contra una superficie dura, una marca de presión en la boca y rasguños defensivos en el cuello. La autopsia atribuyó la muerte a un mecanismo compresivo del cuello, con una mixtura de sofocación y asfixia.
La mañana del 31 de mayo More le pidió ayuda a un vecino de la casa de Liniers al 3000 donde vivía con Erica y la hija de ambos, una beba de 1 año y 4 meses. A las 7.30 este vecino convocó a policías que encontraron a la mujer sin vida sobre un colchón en el piso, con marcas en el cuello. Cuando un médico del Sies revisó a Erica constató que la muerte no era reciente: databa de muchas horas antes.
Nervioso, el taxista dijo entonces que la chica se había colgado de una sábana en un hueco bajo la escalera a la madrugada, cuando él salió con su hija a un quiosco. Dijo que al regresar la descolgó, la hizo respirar, la zamarreó, le pareció que estaba viva y se quedó dormido. El relato parecía tan incierto como la carátula de muerte dudosa que se asignó al caso al inicio.
“Tomé la decisión de ir a comprar una gaseosa y cuando vine estaba ahorcada. Lo primero que hago es descolgarla. La acosté y le hice respiración boca a boca. La traté de reanimar, nada más. Me quedé dormido con la nena encima y cuando me desperté llamé a la policía”, dijo More al declararse inocente en el juicio. Una vez más, sostuvo que Erica se quitó la vida esa noche, cuando regresaron de una cena con amigos tras caminar unas cuarenta cuadras con la nena en el cochecito hasta su casa de la zona sudoeste.
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Según el fallo, la mecánica de la muerte era incompatible con la lesión que produce la compresión de una sábana en el cuello. No se detectó el típico surco con marcas lineales propio de esos casos sino rastros de una estrangulación manual. Una reconstrucción reveló además que el tipo de nudo descripto por él “jamás podría haber comprimido el cuello de Erica”.
Los médicos, forenses y policías que presenciaron la escena advirtieron contradicciones en el acusado. “Lo vi nervioso y no me quería responder. No tenía ninguna congruencia lo que me señalaba”, observó el médico del Sies. Por todos estos motivos los jueces descartaron un suicidio del que tampoco hallaron antecedentes en el historial clínico de la víctima ni un acontecimiento reciente que lo motivara.
“No resiste análisis que se quedara despierto sin hablar con Erica, sin notar que ya no respiraba, sin intentar siquiera llamar a una ambulancia. Esa noche More golpeó a Erica, la sofocó y la estranguló hasta asfixiarla y causarle la muerte. Todo ello en un contexto de violencia y sometimiento”, concluyó el tribunal.
Pero la muerte de Erica no sólo fue considerada un femicidio. La fiscal Prunotto le agregó una sílaba a ese concepto al aplicar la noción de feminicidio que la antropóloga Marcela Lagarde aplica a la muerte de una mujer por “la falta de respuesta del Estado”. Que en este caso “incumplió con sus obligaciones de investigar y sancionar los actos de violencia” denunciados por la víctima mientras cumplía su sentencia.
Erica había sido condenada el 17 de noviembre de 2010. Entonces aceptó una pena a 10 años de prisión en un juicio abreviado como autora del crimen de Luis Alberto Echevarría, un viajante jubilado de 68 años apuñalado el 9 de octubre de 2008 en su casa de Viamonte al 800. En su confesión, la chica contó que por entonces no tenía trabajo ni podía visitar a sus tres hijas mayores, que vivían al cuidado de la abuela paterna. Reveló que el hombre le prometió “plata y un negocio” pero al entrar a su casa quiso forzarla a tener relaciones sexuales. No recordaba cuántos puntazos le aplicó pero sí que se fue de la casa con las llaves y la billetera de la víctima.
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“Erica fue condenada por matar a una persona en tiempo récord, con la sola confesión y sin defensa efectiva, sin considerar la situación extrema que había invocado y sin escucharla adecuadamente”, cuestionó Prunotto. Luego de obtener la prisión domiciliaria en la casa de su hermana Erica conoció a More, que la llevó a vivir con él y donde fue autorizada a cumplir la condena a pesar de que poco antes, el 28 de agosto de 2012, ella lo había denunciado por amenazas y lesiones.
El por entonces Patronato de Liberados tuvo registro de esta circunstancia pero “no se canalizaron los reclamos y avisos que hizo Erica sobre quien era su tutor de la prisión domiciliaria”. Hubo más de un aviso que no fue escuchado. El 9 de noviembre de ese año hubo otra presentación de la joven en un juzgado de Faltas donde More reconoció haberla golpeado. El 31 de julio de 2013 llamó al teléfono verde y también al Patronato pidiendo que salir de la casa de calle Liniers porque More la había golpeado. Estuvo dos meses en la casa de su hermana y luego regresó con él.
El fallo plantea que, sobre el final, Erica “estaba bajo los efectos del síndrome de adaptación paradójica a la violencia doméstica”. Es decir, que vivía en un modo de indefensión una relación “asimétrica desde todo punto de vista” con su pareja como tutor de su encierro, ahora condenado por su muerte.
RELATOS DE UN CICLO VIOLENTO
El ciclo de violencia en el que se encontraba inmersa Erica Moruzze fue relatado por sus familiares en el juicio, donde en total declararon 26 testigos. Hablaron de celos, acosos, tratos denigratorios, aislamiento, posesión, control, amenazas con cuchillos, ahorcamientos y golpes de More hacia su pareja. “Erica era muy callada y él le hablaba mal, la retaba todo el tiempo. Ella trataba de que las cosas estén bien para que él no se enoje”, contó su hermana. “Como era el tutor que detentaba el poder sobre la prisión domiciliaria, la perseguía cuando ella huía a la casa de su hermana _añadió la fiscal_. Además le proveía cocaína, reforzando su adicción y controlándola”.
Erica estaba separada del padre de sus tres primeras hijas, quien contó en el juicio que solía verla con “golpes, moretones, la boca hinchada o un ojo negro”. Las nenas referían temor ante las situaciones de violencia que sufría su madre. Una ellas reveló en Cámara Gesell que en una ocasión Moré tomó del cuello a su madre y la amenazó con un cuchillo tras una discusión banal por unos trámites.
La ex suegra de Erica contó que aquel 30 de mayo ella pasó a buscar a sus hijas pero después de una hora las regresó en un remís. Las nenas estaban alteradas y contaron que “por las agresiones de Fernando a Erica no querían volver más a la casa”, donde Erica fue asesinada esa misma noche.