A más de cinco años de sucedido, y con el culpable condenado a 24 años de cárcel, el asesinato de Brenda Pacheco sigue siendo imposible de entender. Una violencia inusitada en un conflicto totalmente ajeno a las víctimas, ni el contexto de pobreza extrema ni el machismo estructural resultan suficientes para encontrar una explicación a un crimen sin motivación a la vista. Como dijera una de las sobrevivientes del hecho en el que Marcelo Pacheco disparó contra su cuñada y tres sobrinas para matarlas, no se entiende qué habrá pasado por la cabeza de ese hombre que luego se fue caminando y pasó casi cuatro años escondido hasta ser apresado en Firmat.
Un robo
Según se ventiló en el breve debate de tres jornadas en el que sólo declararon las víctimas que sobrevivieron —cuando el imputado asumió su culpa las partes desistieron de los otros testigos— el episodio ocurrido en 2015 se había originado tiempo antes con el robo de un carro de caballos del homicida.
De los testimonios se desprende Pacheco, un carrero de 53 años apodado “Topo”, le atribuía el robo a un tal “Cejota” que había sido novio de Brenda. Y que le achacaba a su hermano Oscar, padre de la chica de 17 años, que no intercediera para que lo devolvieran.
El escenario del conflicto era el extremo sur de barrio Las Flores, donde los hermanos Pacheco vivían en la misma cuadra de Platón al 1900. Esa cercanía convertía la bronca en algo cotidiano donde no faltaban las amenazas de muerte de Marcelo para Oscar.
Al parecer éste no quería meterse con los ladrones, también vecinos, y su hermano lo presionaba tanto que dos meses antes del trágico incidente Oscar decidió mudarse. Sin embargo su mujer Stella y sus hijas Brenda y Rocío decidieron quedarse en su casa. Otra hija, Vanesa, vivía en otro barrio.
El comienzo del fin
Según los testimonios vertidos en el juicio el 24 de agosto de 2015, cerca del mediodía, dos hijos de Marcelo vieron pasar a Cejota a caballo por un terraplén del barrio y le dispararon, algo que parecía ser habitual. Si bien el joven se esfumó la bronca quedó flotando en la cuadra.
Las mujeres contaron que el Topo y sus hijos le recriminaban a Brenda su relación con Cejota. Rocío relató que ese mediodía Brenda volvía de la casa de una amiga cuando uno de sus primos la increpó diciéndole que había estado hablando con Cejota, pero la joven explicó que esa relación había terminado. “Ella no tenía más contacto con él, hacía seis meses que no eran más novios”, confirmó su madre Stella.
Sobre esa escena inicial Vanesa recordó un llamado de su madre alertando que sus primos disparaban contra la casa y ellas estaban encerradas. Entonces la joven fue con su bebé de cinco meses, Elías, a ver qué pasaba. Rocío recordó que cuando llegó Vanesa dejó al bebé con Brenda y fue a buscar a los otros hermanos a la escuela. En el camino se cruzó con su tío y discutieron. Ella le preguntó por qué siempre se la agarraba con su hermana y su madre. El respondió que los iba a matar a todos y se fue.
Ya eran alrededor de las 4 de la tarde cuando Vanesa, Rocío y su madre estaban en la vereda y vieron llegar a Marcelo “con un revólver chico”. Fue el comienzo del fin.
Hay diferencias en las narraciones de las sobrevivientes que no hacen más que dar cuenta de lo vertiginoso del infierno que se estaba desatando. Vanesa recordó que lo primero que hizo Marcelo al llegar armado frente a su casa fue pegarle un culatazo a Rocío y otro a Stella. Acto seguido le disparó a Rocío en el cuello y cuando Vanesa fue a socorrerla también le disparó a ella en la cabeza. Luego Stella recibió una bala en la cabeza y otra a la cara.
Rocío recordó una escena similar pero que empezaba con su tío efectuando un disparo al aire luego de sacar el arma de la cintura.
Una película muda
Mientras tanto Brenda estaba en un sillón adentro de la casa con Elías en brazos cuando escuchó los tiros. Se asomó y Rocío le dijo que se metiera adentro. Las mujeres heridas vieron cómo Pacheco entraba a la casa. Brenda fue a refugiarse con el bebé en el baño, pero no pudo cerrar la puerta. Marcelo la siguió y le disparó. Rocío vio cómo le tiraba a la cabeza a un metro de distancia. “Brenda cayó y el bebé quedó encima de ella”, recordó haber visto.
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Como en una película muda, con los oídos tapados por los dos balazos que acababa de recibir, Stella observó desde el suelo cómo su cuñado entraba a matar a su hija. “Ella corrió hasta el baño, él la alcanzó y le pegó en la cabeza”, contó.
Rocío salió de la casa a ver cómo estaba su madre. Segundos después su tío salió de la casa, le puso el arma en la cabeza, gatilló un par de tiros que no salieron y se fue caminando con uno de sus hijos mientras el otro se iba en una moto.
Brenda murió tres días después en el Hospital de Emergencias Clemente Alvarez. Tenía 17 años. Su madre estaba en el Provincial con una bala en el parietal derecho y otra en la cara que le hizo perder todos sus dientes y ocasionó fracturas múltiples. Cuando le dieron el alta se enteró de que su hija había muerto.
Vanesa fue asistida en el Hospital Eva Perón, donde le extrajeron un proyectil que le había atravesado el cráneo. A su hermana Rocío también le extrajeron una bala que le ocasionó una herida sin orificio de salida en el cuello. No recordaba haber tenido problemas previos con su tío, aunque “siempre discutían por cualquier cosa” y “él siempre peleaba con las mujeres, siempre quería tener razón, tanto él como sus hijos”.
Vidas difíciles
Las mujeres coincidieron en que Pacheco siempre andaba armado pero nunca había pasado algo que les hiciera pensar en semejante desenlace. De la violencia del homicida también dio cuenta en el juicio su hermano, y padre de Brenda, que no presenció el crimen porque ya no vivía en el barrio. Oscar aludió al robo del carro como trasfondo del conflicto.
Luego del crimen Pacheco se fue del barrio y casi cuatro años después, el 8 de marzo de 2019, fue apresado en Firmat. Según el alegato final del fiscal Alejandro Ferlazzo, mientras estaba prófugo no dejó de amenazar, por ejemplo a Rocío, a quien llamaba desde un número desconocido para decirle que iba a matar a cualquiera y que tuviera cuidado con los chiquitos.
Si bien lo único que hizo en el juicio fue admitir la autoría del brutal ataque y pedir no asistir al debate, su versión fue escuchada por los jueces a través del testimonio de una trabajadora social que lo entrevistó dos veces. La testigo relató que el hombre, que es analfabeto, le pidió que escribiera una carta de despedida a sus hijos. Y también señaló que nadie lo había escuchado a él.
En una segunda entrevista el asesino le contó que cuando tenía 12 años su padre murió y él quedó a cargo de varios de sus doce hermanos. Si bien intentó retomar la escuela, terminó trabajando de carrero. Recordó que a los 19 o 20 años lo llamaron para el servicio militar, algo que le hubiese gustado hacer pero no pudo porque su madre alegó que era sostén de familia.
Cuando tenía 22 años conoció a la mujer con la que tuvo sus hijos, que tiempo después murió por las secuelas de un ACV. El quedó a cargo de sus hijos y en ese sentido, dijo,no podía mostrarse débil, debía ser fuerte para ellos.
La defensa apeló a la vida difícil del homicida como argumento para pedir una pena menor que la requerida por el fiscal. Los jueces Silvia Castelli, Ismael Manfrin y Patricia Bilotta se inclinaron por los 24 años sugeridos por el acusador y en los próximos días se conocerán sus argumentos. Tal vez hayan encontrado un porqué a una muerte que suena tan inexplicable, sobre todo en una ciudad donde hoy la mitad de los crímenes son planificados e incluso encargados por plata.