El robo de 600 mil pesos en efectivos de la distribuidora mayorista de galletitas y golosinas Tyna, en Presidente Perón al 6900, fue concretado por mano de obra especializada. Un atraco de película donde la gavilla que actuó demostró disponer de información minuciosa del lugar, del sistema de alarma por sensor, de los circuitos de cámaras de vigilancia y del ambiente donde estaba la caja fuerte. Trabajaron con amoladora y herramientas de corte para quitar las rejas de las ventanas y perforar la caja fuerte. Si el doble robo a la céntrica joyería Work, donde dos ladrones se llevaron 700 mil pesos en julio pasado, fue un premio a la osadía, el de Tyna este fin de semana largo impulsará a buscar adjetivos para describir el atrevimiento.
"Las personas que actuaron acá sabían todo del manejo de la empresa. La caja fuerte la destruyeron como una lata de sardinas. Era gente experta", relató ayer a la mañana Gabriel Romera, el dueño de la empresa que tiene 27 años en el rubo y representa a más de 120 marcas. "Agradezco los llamados de la intendenta Mónica Fein y de Miguel Lifschitz (senador provincial), pero es mediodía y los peritos de rastros (de la policía) todavía no vinieron a levantar las huellas", indicó el empresario rosarino.
El nuevo predio. En 2012 la distribuidora dejó su depósito de San Nicolás al 2800 y se mudó a un espacio de 3.600 metros cuadrados en barrio Godoy. Allí levantó un centro de distribución y playa de estacionamiento al que dotó de sistemas de vigilancia "con lo mejor del mercado", según comentó Romera. Sensores de movimientos internos, alarmas en las oficinas y 36 cámaras de seguridad que monitorean el salón de ventas y el depósito. El centro de distribución tiene ingreso por Perón y una zona de descarga de mercaderías por calle Jaureche a la misma altura. Tyna tiene una cartera comercial de 5000 clientes y unos 60 operarios.
El sábado último Tyna trabajó hasta el mediodía. Volvió a abrir sus puertas ayer a las 8 de la mañana. Una hora antes, cuando llegó el dueño, se topó con la novedad. El viernes por la noche habían percibido anomalías en el sistema de vigilancia y por eso el sábado lo reforzaron colocando más sensores en la zona de oficinas (ver aparte). Con la calidad de información de la que disponían en mano, los maleantes actuaron como siguiendo rastros con un mapa del tesoro.
El camino. Los ladrones ingresaron por calle Jauretche, desde un terreno contiguo al playón de descarga, tras cortar un alambrado perimetral. Caminaron cerca de 70 metros hacia Perón entre los yuyales. Con una escalera llegaron hasta una pasarela de 3 metros de ancho que separa el tinglado que cubre la playa de estacionamiento de las oficinas. Luego caminaron por la pasarela hasta la única ventana que no era tomada por los sensores de la alarma.
Con una amoladora —herramienta sumamente ruidosa— quitaron la reja, rompieron un vidrio y uno de los ladrones ingresó por un ventiluz de 2 metros de alto por 50 centímetros. Ya en el interior se desplazó bien pegado a la pared, para que no lo percibiera el sensor, rompió una baldosa de yeso del techo y trepó. Luego caminó unos 15 metros sobre el techo de una oficina, sin romper ninguna baldosa, y se descolgó al lado del soporte metálico (rack) donde estaban los equipos de la alarma y las comunicaciones. Todo fue desconectado con mano de experto.
Con la alarma fuera de combate, el ladrón salió de la oficina. Eso tiene una explicación: la mayoría de las puertas de las oficinas tienen cerraduras electrónicas con clave numérica. Otra vez sobre la pasarela, con sus compinches, utilizaron nuevamente la amoladora. Esta vez para quitar la rejas de una ventana, de 2 por 2 metros, de la oficina en la que estaba la caja fuerte.
Una vez adentro, mientras uno, nuevamente sin cortar o arrancar un sólo cable desmontaba las grabadoras de las cámaras de vigilancia, el resto emprendió contra una caja fuerte. Lograron hacerse con un botín de 600 mil pesos y efectos de la familia Romera. En el lugar dejaron la placa de cemento de la caja fuerte destruida, un billete de 100 pesos cortado casi por la mitad, varios estuches de alhajas familiares y la incertidumbre de los dueños: "Vamos a tener que replantear que más hacer para estar seguros. Esto no pasa sólo en Rosario. Esto es un problema del país. Problemas a los que debe prestarle atención la señora presidente Cristina Kirchner", dijo Romera.
"Me siento totalmente defraudado porque las personas que actuaron estaban muy al tanto de como era el manejo de los sistema de seguridad de la empresa como el sistema de alarma y las cámaras de vigilancia. Al margen de que entraron por lugares donde pudieron obviar loa sensores y fueron directamente a la caja fuerte, que cuando la compré pensé inviolable. La destruyeron como si fuera una lata de sardinas", reflexionó Gabriel Romera.