Mientras Aquino detallaba en tono sereno los padecimientos que le causó el disparo (le destrozó la médula, tiene la bala alojada en su cuerpo y no volverá a caminar), Demarrez se movía nervioso en su silla de imputado, sin mirarlo. La de ayer fue la primera jornada del juicio oral y la primera vez que se veían desde el ataque.
El fiscal Florentino Malaponte pidió 10 años y 8 meses de prisión para Demarrez como autor de un intento de homicidio agravado y la portación y tenencia de un arma de fuego. Dijo que disparó varias veces pero sólo salió un disparo. Precisó que al ser detenido, un día después del hecho, en su mesa de luz se secuestró un revólver calibre 22 marca Pasper. Los dichos de testigos, el relato del herido y las declaraciones de los médicos que lo tratan serán el sustento de la acusación.
El abogado Marcelo Argenti, en tanto, pidió la absolución por el beneficio de la duda del acusado, un hombre de 37 años sin antecedentes penales que trabajaba en un horno de ladrillos. "Esto es una mentira que lleva más de dos años. Mi defendido no tiene nada que ver", dijo en su alegato, y señaló contradicciones en algunos testimonios. Entre esas posiciones quedó planteado el caso ante los jueces Héctor Núñez Cartelle, Rafael Coria y Paula Alvarez.
La declaración
Aquino fue el primero en ser llamado a declarar al juicio. En una silla de ruedas impulsada por un policía ingresó a la sala donde lo escucharon en silencio un par de familiares suyos y del acusado. El joven de 23 años contó que vive con sus padres y cuatro hermanos. Cursó hasta tercer año de la secundaria pero dejó los estudios para cuidar a un hermano que sufrió un accidente de tránsito.
A los 17 años comenzó a trabajar con su padre en una carnicería de Ludueña. Luego se mudaron a Nuevo Alberdi, donde el trabajo en un horno de ladrillos abría nuevas perspectivas para la familia. Allí conoció a Demarrez. "Eramos amigos. Yo lo sacaba a todos lados. Ibamos en moto a bailar. Se quedaba a dormir en mi casa", dijo el joven a este diario durante un receso. En esa época Aquino salía con una chica del barrio de la que se distanció poco antes del ataque. La hermana de ella era novia de Demarrez.
Unos meses antes del incidente, los amigos dejaron de frecuentarse. Aquino explicó en el juicio que había conseguido un trabajo como albañil en una cooperativa de viviendas y pasaba muchas horas allí. Se volvieron a cruzar la noche del 25 de noviembre de 2016, alrededor de las 23, frente a la casa de su ex novia, en Ciudadela y Luzuriaga.
El encuentro final
"Esa tarde me invitanro a jugar a la pelota pero la cancha estaba llena y me volví a mi casa por Ciudadela. Cuando doblo por Luzuriaga estaba el «Chulo» sobre una moto con su novia", dijo señalando al acusado. Siguió caminando y se encontró con su ex novia. Charlaron un rato y la acompañó hasta la casa. "Ella se mete adentro. Espera que yo salga. Lo paso al «Chulo» , hago diez o quince metros y siento dos gatillazos. Me doy vuelta y lo miro. Era él", recordó.
Aquino nunca perdió la conciencia y recuerda el impacto que lo desplomó al piso: "No me podía mover. El se me acerca y me gatilla en la cabeza pero no salió la bala". Y recordó que, antes de irse en su moto Yamaha Crypton negra y gris, Demarrez le dijo: "Mirá lo que hice. Lo dijo como arrepentido. Pero ya lo había hecho. Yo ya había perdido todo".
"La vida cambia", reflexionó este joven delgado y de tez pálida que alterna largos períodos de internación en el Hospital Centenario con la asistencia de enfermeros a su domicilio. "No puedo hacer nada. Me salió una escara que no me deja rehabilitar, no se cura —enumeró—. Me hicieron una colostomía y tengo osteomielitis crónica", una infección de la médula ósea.
Estuvo internado hasta cinco días antes del juicio por un desplazamiento de ambos fémures y destaca el buen trato de los médicos y enfermeros del hospital. "La familia de él primero reaccionó bien, quería ayudarme. Pero después vino un abogado que me quiso dar plata a cambio de que se baje la causa. Yo no quiero plata a cambio de mis piernas".