A ocho días del trágico sacudón por el asesinato de Marlene Franco, la joven de 21 años violada y estrangulada cuando regresaba de bailar en un boliche de Maciel, la comunidad de Oliveros trata de digerir un hecho conmocionante. Aunque es un caso aislado y el esclarecimiento parece estar encaminado con evidencias que apuntan al único detenido, la familia de la víctima pide que no quede impune. "Lo que le pasó a ella le podría haber pasado a cualquier chica", dice su mamá al recibir a La Capital. Pero el drama también golpea en otra puerta. En una sociedad pequeña donde además tienen arraigo de toda la vida, los padres del acusado coinciden con quienes hoy están en la vereda opuesta: "Si mi hijo es culpable que pague, pero nosotros no podemos hacer nada. Es como que él también murió, somos gente de trabajo. Sólo necesito saber qué le pasó", dijo perturbado el papá del acusado (ver aparte).
Jueves 19 de mayo, 9.30 de la mañana. En Oliveros, a 50 kilómetros al norte de Rosario por la ruta nacional 11, la gente trajina con el paso habitual. Despacio, sin premura. Las doñas van de compras, las amas de casa barren las hojas de otoño que cubren sus veredas, la mayoría de los vecinos anda en bicicleta y nadie deja de lado la amable costumbre de saludar. La calma del lugar apenas se altera con el sonido de los motores de los camiones o vehículos que van de un lado en la ruta que corta el pueblo al medio, y en ese tramo cambia de denominación por avenida Buenos Aires.
El golpe. En un chalé que se utiliza como casa de fin de semana y está ubicado en Mitre 539, en la zona céntrica del pueblo y a 200 metros de la ruta hacia el oeste, todo transcurre como si nada. En esa vivienda la muerte se presentó y alteró de un modo violento, trágico y conmocionante el compás de los casi 4.700 habitantes de la comuna. El sábado 14 de mayo, entre las 6.45 y las 7, Daniel "Bochi" Mena fue a guardar su auto en la cochera de esa casa como todos los días. Entonces vio el cuerpo de una mujer tendido en el patio y con el pelo sobre el rostro.
Cuando volvió al lugar junto a los policías, constataron que se trataba de Marlene María del Rosario Franco, de 21 años. La joven estaba sin vida y desnuda de la cintura para abajo, un indicio claro de un supuesto abuso. En un primer rastrillaje por el patio de la casa la policía encontró su pantalón tipo calza y la bombacha. Estaban tirados en la piscina de la propiedad, en medio del agua verde pro el musgo que la cubría. Su celular había sido tirado a una casa lindera. Más tarde la autopsia constataría que la chica había sido violada y asfixiada manualmente.
Marlene había ido a bailar al boliche "Memphis", en Maciel, y ya de regreso bajó del Tata Rápido en la ruta 11 y Mitre a las 5.30 junto a otras dos vecinas del pueblo. Justo allí está el centro de monitoreo de las cámaras de seguridad de la comuna. Una de chicas caminó hacia su vivienda, a 100 metros de la garita del colectivo sobre la ruta, justo frente al edificio comunal. Y la otra joven enfiló casi a la par de Marlene pero a la primera esquina dobló a la izquierda y la perdió de vista. Quien sería víctima de la locura debía hacer unas 12 cuadras a pie por calle Mitre para llegar a su casa. Así quedó a merced de su agresor.
Con algunos datos que aportaron testigos y fundamentalmente un hermano de la víctima, que regresaba de visitar a su novia y vio salir de la casa donde ocurrió el hecho a un joven, se logró detener a José Enrique O., de 20 años, que también vive en el pueblo junto a su familia.
En principio el sospechoso dijo que no recordaba nada de lo ocurrido porque estaba alcoholizado, pero luego, ante testigos y en sede policial, reconoció la autoría del hecho. El lunes fue imputado por abuso sexual con acceso carnal seguido de muerte, delito que prevé una pena de prisión perpetua, y se ordenó su prisión preventiva sin plazo mientras avanza la pesquisa en manos del fiscal Leandro Lucente.
"Lo vi salir de la casa mientras se acomodaba la campera", dijo Manuel a La Capital, quien luego constataría que se trataba del sospechoso de asesinar a su hermana.
Que no se apague. Mientras cada habitante arma su versión en torno al caso, algunos cierran la boca "por temor" y otros reclaman. En una casa alejada del casco urbano del pueblo y casi pegada al campo, la familia de Marlene recibió a La Capital. Alicia Peralta, la mamá, y José Troncozo, el padrastro, pidieron que el caso "no se apague".
"Quiero que ésto siga hasta las últimas consecuencias. No quiero que se apague el tema, quiero justicia. Yo sé que no me van a devolver a mi hija, pero lo que le hicieron no tiene perdón de Dios. Este animal no sé lo que se merece", clamó la mujer, oriunda de Entre Ríos y radicada hace un año en Oliveros.
Alicia rememoró que Marlene le dijo que se iba "a bailar con amigas a Maciel". Por eso su hermano Manuel la llevó en moto, a media noche, hasta la ruta donde tomaría el colectivo, algo por demás de común en un pueblo que no tiene espacios de diversión para los jóvenes, quienes deben viajar 15 kilómetros para bailar en Maciel. "Al otro día me levanté tipo siete y Marle no estaba, me fijé en su habitación y tampoco. Imaginé que vendría en el colectivo de las 7.20, porque suelen perder el anterior, pero nuca llegó".
Cuando recuerda que en ese momento uno de sus hijos le dijo "mamá, te enteraste la noticia que se dice en el pueblo", hace una pausa y respira profundo. "Ni idea", le respondió.
Contó que su hija estuvo conectada por mensajes de texto hasta la 1 de la mañana. "Andaba con unas amigas que bajaron (del micro) unas cuadras antes, en la parada del balneario. Ella tenía que llegar hasta acá, pero pasó la calle de la cortada, dos o tres casas y fue interceptada por ese animal".
Cobijada por su compañero y sus cuatro hijos, Javier (16), José Luis (14), Lucas (17) y Manuel (20), Alicia describió a Marlene como una chica "sana, transparente, sin maldad. Así era, como en esta foto, esa era su mirada", lamentó mientas sostenía varios retratos de la joven.
Marlene estaba de novia desde hacía seis meses con un muchacho de Puerto Gaboto y no conocía al sospechoso. Trabajaba de niñera y por horas en un negocio. Quería ser maestra jardinera. "Quería hacer algo útil. No tenía maldad. Los miércoles iba a la iglesia evangélica a un encuentro de jóvenes, volvía de noche y nunca pasó nada. Lo que le pasó a ella le podría haber pasado a cualquier chica", analizó la madre.
Durante el diálogo, Javier introdujo un elemento subjetivo respecto a la decisión del homicida, pero por más perturbador que sea es parte de las cientos de versiones y rumores que se echaron a rodar en el pueblo. "El tuvo tres chicas para elegir (por las vecinas que bajaron del colectivo), a las otras dos las conocía y a una no, esa era Marlene. Eso es lo que se dice, que no las eligió porque las conocía", sugirió el adolescente.
Finalmente Alicia insistió para que el homicidio no quede impune. "Mi hija fue arrastrada como un perro de los pelos. Quiero que esto no pase desapercibido", suplicó tras valorar que la gente del pueblo "se portó muy bien con nosotros".
Pulsión aberrante. Mientras Marlene era despedida el martes en Hasenkamp (el pueblo entrerriano del que son oriundos los suyos), la familia del único detenido por el caso empezaba a tratar de asimilar el hecho con prudencia.
Respecto a las derivaciones sociales, los investigadores son precisos y aclaran que no tiene otras connotaciones, como los femicidios, o una problemática puntual que aqueje a la zona. Aparece como algo aislado, producto de una pulsión mental aberrante del agresor que sólo podría encontrar explicación en el plano psicológico o psiquiátrico. Justamente, ciencias con las que el pueblo convive hace años por su relación indisoluble con la Colonia Psiquiátrica "Abelardo Irigoyen Freyre", asentada en la zona desde 1943.
Pero el estupor se palpa en las calles y ya hubo tres marchas que intentan encauzar los reclamos. En ese contexto los viejos pobladores traen al presente casos que movilizaron a Oliveros. Como el asesinato de Mabel Fared, ocurrido el 27 de marzo de 2011. O el de María De Camussoni también asesinada a golpes hace ya 20 años (ver aparte).
Al mismo tiempo, algunos padres de jóvenes y adolecentes muestran su angustia y preocupación por cuestiones como la circulación de droga y alcohol. "Si es cierto que este chico actuó bajo los efectos del las drogas y el alcohol, qué esperan para allanar los lugares donde venden. Todos vivimos acá y sabemos dónde es, las autoridades también y no puede mirar para otro lado", comentó angustiada María del Carmen, farmacéutica y mamá de Ana Inés, una de las jovenes que bajó del colectivo con Marlene.
De a poco Oliveros parece recuperar su semblante y ritmo habitual. Pero la herida y el dolor que provocó el hecho no sólo tendrá su capítulo judicial, sino que parece abrir el juego a cuestiones que a veces el pueblo disimula para mantener una calma que cada tanto lo sacude con muertes violentas.