"Me voy feliz, me voy libre". M. tiene 22 años pero siente que recién ahora empieza a vivir. Es que, en un fallo unánime, su padre fue condenado ayer a 39 años de prisión por abusar sexualmente de ella desde que tenía 12 años en la casa familiar de Ganadero Baigorria. A los 14 quedó embarazada de una nena y desde entonces vivió prácticamente cautiva. En 2013 su padre le disparó un balazo que la dejó parapléjica con 17 años: no volvió a caminar. Cuando pudo escapar de ese tormento se activó la causa penal que finalmente ayer, luego de un juicio oral donde su testimonio fue decisivo, desembocó en una condena altísima y sin precedentes en la Justicia local.
Antes de leer el veredicto, el juez Román Lanzón pidió que "no se exteriorizaran sentimientos", una orden que parecía difícil de cumplir ante la dimensión emotiva del caso. No hubo aplausos ni exclamaciones pero casi nadie logró contener las lágrimas.
A Castillo le impusieron una pena excepcional que recibió inexpresivo. M., la principal víctima de esta historia, se largó a llorar con un gesto que parecía mezclar la angustia y alegría. Una vez finalizado el trámite, cuando al condenado lo trasladaban esposado hacia la alcaidía del subsuelo, ella se colmó de abrazos y palabras de aliento. "Soy libre", repetía. "Me voy feliz, me voy libre. A empezar a vivir. A ser", diría al salir de la sala, sentada en canastita sobre la silla de ruedas y con una enorme sonrisa.
La condena fue dictada en un fallo unánime por los jueces Lanzón, María Trinidad Chiabrera y Facundo Becerra. Castillo, nacido en la provincia de Chaco, tiene 42 años y es técnico automotor. El tribunal lo sentenció a 39 años de prisión por varios delitos.
Primero, por los abusos cometidos contra una hermana mayor de M. que no era su hija biológica. Luego, por los abusos reiterados a M. La figura aplicada en ambos casos fue la de abuso sexual con acceso carnal, agravado por ser cometido contra una menor de 18 años y por el aprovechamiento de la relación de convivencia. Lo que en el caso de M. se agravó además por tratarse de una hija biológica.
A esto se sumó la tentativa de homicidio calificado por el vínculo de la chica y la tenencia ilegítima de un arma de guerra con la cual la dejó parapléjica en su adolescencia (ver aparte).
Pese a ser una pena altísima, la persecución penal a Castillo no se cierra aquí. Es que una hermana menor de M. reveló en el juicio que también había sido violada por él cuando la familia se fue a vivir a Chaco, donde el acusado fue detenido a comienzos de 2016.
Es por esto que la fiscalía local enviará actuaciones a la Justicia chaqueña para que los ataques sexuales cometidos en esa provincia no queden impunes.
Conformes
La pena —sólo superada en Rosario por condenas a perpetua— no se movió un centímetro del pedido que habían realizado los fiscales Alejandra Raigal y Sebastián Narvaja. "Estamos más que conformes. Creímos en M. y en su hermana desde el comienzo. Lo relevante es que ella quiso volver a declarar en el juicio a pesar de que ya lo había hecho durante la etapa de investigación", explicó Raigal.
Según la fiscal, a lo largo del trámite se llegaron a evaluar medidas alternativas al juicio. Incluso el comienzo del debate debió postergarse ante la chance de llegar a un acuerdo abreviado, que hubiera implicado una solución más rápida con una pena menor. Pero M. nunca quiso aceptar otra opción que la de enfrentar su pasado en un juicio.
Voluntad
"Siempre se respetó a rajatabla la voluntad de M.", aseguró la fiscal, para agregar: "Ella siempre fue muy colaboradora. Apenas la escuché, incluso antes de tener el resultado de ADN, busqué todos los medios para ir a buscarlo a él al Chaco entre febrero y marzo de 2016. Está detenido desde entonces".
Además la fiscal Raigal remarcó que este "es el primer caso de una condena tan alta dictada por un tribunal pluripersonal y por unanimidad".
A lo largo del proceso que terminó ayer la chica fue asistida por el Centro de Acceso a la Justicia (CAJ), que actuó como querellante. Las abogadas Agustina Prestrera y Virginia Llaudet Maza, la psicóloga Eugenia de Loredo y la trabajadora social Andrea de Paul la acompañaron a lo largo de tres años "con el fin de que pudiera adquirir los recursos subjetivos necesarios para transitar este proceso penal y así garantizarle el acceso a la Justicia", explicaron.
Ese es el objetivo que se trazaron y que sintieron cumplido ayer momentos después de escuchar el veredicto: "Como equipo estamos orgullosas de nuestro trabajo y del resultado. Fue sin duda una justicia reparadora para ella", añadieron las profesionales.
Tanto para ellas como para los encargados de la acusación, la declaración de M. ante los jueces tuvo un impacto altísimo. El imputado la presenció por pantalla desde otra sala. Y sabiendo que su padre la escuchaba, M. le habló: le dijo que ya no le tenía más miedo y que ahora se sentía libre.
Otra prueba fuerte fue el análisis de ADN practicado a la hija de M., una nena que ahora tiene 8 años, y que arrojó una compatibilidad genética del 99,99 por ciento con el imputado.
Castillo, en tanto, fue asistido por el abogado Lucas Wojtasik, quien aún está dentro de los plazos para apelar la sentencia.
Aberrante
El juicio que comenzó hace dos semanas dejó al descubierto una historia aberrante. Comenzó hace años en Granadero Baigorria cuando Castillo empezó a abusar de una hija de su pareja que entonces tenía 10 años. Siguió haciéndolo hasta que comenzó a abusar de M., su hija biológica, cuando cumplió 12. Esta chica —que ahora vive en Rosario— quedó embarazada cuando tenía 14 años y entonces dio a luz a una niña que vive con ella y a la que cuida con ayuda de su familia.
Sin embargo M. siguió sufriendo abusos durante años hasta que en noviembre de 2013, cuando ella tenía 17 años, tuvo un entredicho con su padre. Entonces éste la amenazó con un revólver calibre 38 y le disparó en el cuello.
La chica estuvo en gravísimo estado en la terapia intensiva del Hospital Eva Perón. Las heridas le afectaron algunas vértebras y la dejaron cuadripléjica. Luego, con terapia de rehabilitación, comenzó a mover los brazos los brazos aunque no logró recuperar del todo la movilidad de las manos.
El diagnóstico pasó a ser paraplejia. Está en silla de ruedas desde entonces.
Más abusos
Cuando obtuvo el alta voluntaria en Ilar, en 2014, su padre la llevó con el parte de la familia a vivir a la localidad chaqueña de José de San Martín. Los abusos continuaron allí. Hasta que un año después la joven logró regresar a Rosario con la ayuda de un hermano al que le pidió que fuera a rescatarla.
Llegó con rasgos de desnutrición y un peso que apenas superaba los 30 kilos. Entonces presentó la primera denuncia contra su padre por las amenazas que él le hacía llegar desde Chaco. Buscaba proteger a su hermana más pequeña, que había quedado al cuidado de él. Esa chica, que ahora tiene 19 años, también declaró en el juicio haber sufrido abusos por parte de su padre luego de que M. regresara a Rosario.
Confesión liberadora
Uno de los primeros lugares a los que M. se acercó al regresar a la ciudad fue el CAJ, donde contó por primera vez que Castillo era el padre de su hija. Su familia lo ignoraba hasta entonces y el estudio de ADN lo constató en 2016. Esa es la historia ventilada en el juicio y que, a partir de ahora, ella empieza a dejar atrás: “Me siento una plumita, siento la liberación de todos estos años. Empiezo a vivir”.