Asesinar a una persona y manejar a más de 130 kilómetros por hora son dos acciones prohibidas por la ley, que en ese sentido prevé un marco de penalizaciones. Sin embargo, mientras que un homicida puede llegar a esperar resignado que le pongan las esposas y le impongan un castigo, muchos automovilistas suelen rebelarse indignados contra el supuesto afán recaudatorio que puede esconder una multa por exceso de velocidad. ¿Sería distinta la situación si además de existir un mandamiento religioso-cultural como "no matarás" hubiese otro que objetara moralmente transitar a 200 kilómetros por una ruta?
La comparación, si se quiere burda, ofrece la posibilidad de entender que la ley —en este caso el sistema jurídico que rige la convivencia entre las personas— no es igual para todos aun cuando su aplicación pueda ser idealmente justa. Es que hay una instancia, mucho más compleja, relacionada con cómo cada persona se relaciona con la Ley, sea con su mandato o con su autoridad de aplicación.
En su libro "La responsabilidad precluida en el goce del crimen y el tratamiento judicial", el psicólogo especialista en temas penales Jorge Degano desarrolla una hipótesis algo intimidante: desde el punto de vista del sujeto, la igualdad ante la ley es una ficción. Y el sistema judicial no ofrece la posibilidad de arrepentirse a quien delinque mientras éste no reconozca como legítimo el reproche sobre su conducta. Así, el castigo por no cumplir con la ley conduce a la victimización ("los controles de velocidad son recaudatorios") antes que a la rehabilitación ("admito que me excedí al pisar el acelerador").
En síntesis: para que el castigo funcione, el que lo recibe tiene que aceptar que quien se lo impone tiene legitimidad. Y que ese castigo tiene un sentido y una utilidad. El libro de Degano parte de que "la idea de que la responsabilización penal se articula con la responsabilización subjetiva es una ficción jurídica". Así, su hipótesis indica que "el sistema judicial no ofrece el arrepentimiento al sujeto y el condenado no aprende a respetar la ley, por lo cual las penas aplicadas tienen más efecto de victimización que de rehabilitación".
Claro que la idea de Degano está abordada desde la perspectiva del sujeto. "Para que el sujeto reciba un castigo es necesario lo que se conoce como declinación narcisista, lo que implica que salir de esa posición y reconocer, recibir, admitir el reproche del otro. Para esto tiene que darle entidad al Otro, que puede ser el padre, un juez, un cura o un concepto como la ley. Sí se reconoce al Otro puede admitirse la falta cometida, pero si no desconoce subjetivamente la imputación, entonces el castigo sólo resulta un acto de opresión, violencia y nada más", explica.
"Más allá de las singularidades, esto es así a nivel estructural", aclara el especialista, para hablar de la "gran paradoja del derecho".
El abismo. Degano sostiene que "entre la estructura jurídica y la subjetividad hay un abismo de diferencia porque el sistema jurídico en su conjunto objetiviza al sujeto: lo hace objeto de una investigación o proceso, y eso impacta en un sentimiento de abandono del sujeto".
El problema es que el derecho necesita de esa objetivación para ser imparcial. "No se trata de estar en contra de la objetividad de la ley, pero sí hay que reconocer una paradoja cuando se desconoce la dimensión subjetiva de las personas a quienes se aplica. Por eso digo que la igualdad ante la ley es una ficción, ya que desde el punto de vista subjetivo sería: todos somos igualmente diferentes ante la ley".
Siguiendo esta línea de pensamiento, Degano afirma que la subjetividad "no articula con el mandato penal", es decir, con el conjunto de disposiciones legales que indican qué se puede o no se puede hacer, y los castigos previstos en tal sentido.
"La ley penal no alcanza a la intimidad del sujeto, que en definitiva es quien delinque, quien pone en movimiento el despliegue transgresivo, y por otro lado quien juzga o previene", afirma en este sentido el especialista, mientras su hipótesis va llegando al borde del precipicio.
Sin salida. Degano admite que esta teoría convierte a su trabajo en "un libro frustrante, porque muestra un panorama sin salida". No obstante, "evidencia lo necesario de profundizar en las propuestas que ajustan la aplicación de la pena a efectos de la rehabilitación sin caer en la ficción", apunta, con la idea de que sea más tenido en cuenta "que el orden del sujeto en la intimidad es esquivo al efecto esperado por los castigos penales".
En este sentido, sostiene que su hipótesis, que "tal vez no sirva para modificar algo", puede "explicar conductas como las reincidencias, la violencia vindicativa, el desafio sistemático, el aprendizaje delincuencial en la cárcel e incluso las autoagresiones que algunos se infringen mientras se encuentran presos".