En la calurosa mañana del domingo una mujer tomaba mates en su precaria casa de villa Banana cuando escuchó el ruego de alguien clamando para que no lo mataran. Las dos estampidas que resonaron enseguida la estremecieron. Se asomó a la calle y distinguió entonces cómo ejecutaban a tiros a un hombre que estaba tirado sobre el pavimento de su cuadra. Después cerró los ojos y comenzó a rezar. Los homicidas huyeron rápidamente del lugar tras asestarle nueve balazos a Cristian Fabián Blanco, un ex recluso de 32 años que vivía en la barriada y que un mes atrás había salido de la comisaría 13ª, donde había estado detenido por un robo.
Blanco había transitado los calabozos de algunas comisarías acusado de robos calificados, a mano armada. Un mes atrás había sido excarcelado por el último de los hechos que le imputaron y estaba construyendo una casilla en un terreno contiguo al que ocupan sus hermanos y su pareja, en el asentamiento de 27 de Febrero al 4400, entre Lima y Servando Bayo, un sitio con un racimo de ranchos y algunas casas de material.
Según la reconstrucción policial, cerca de las 9 de la mañana de ayer Blanco salió a la vereda y advirtió que tres hombres que se movilizaban en un auto color gris merodeaban por su vivienda. Cuando se percató de quiénes eran y de que planeaban atarcarlo, comenzó a correr en forma desenfrenada por 27 de Febrero en dirección a Lima. Detrás suyo salieron quienes serían sus ejecutores.
En el desesperado escape Blanco clamó para que no lo balearan. Sus gritos estridentes, “no me maten, no me maten”, resonaron en la barriada. El hombre alcanzó a cruzar calle Lima y cuando había recorrido unos veinte metros hacia Valparaíso, se derrumbó al suelo. Un balazo le había perforado la pierna izquierda y otro le había impactado en la espalda.
Rematado. Una vez allí, uno de los agresores se bajó del auto y sin mediar más palabras se acercó al ex convicto que, indefenso, se retorcía de dolor sobre el pavimento. Fue un hombre de contextura robusta y tez trigueña el que se paró frente a Blanco y vació los cargadores de una pistola calibre 9 milímetros y un revólver calibre 22. Otros siete balazos rociaron el cuerpo del ex recluso. Cinco impactaron en la espalda, uno le perforó la cadera y otro le dio en una mano.
Tras el ataque, los agresores se esfumaron por 27 de Febrero hacia el este en el auto con el que habían llegado. En tanto, el cuerpo sin vida de Blanco quedó tendido frente a una humilde casa de material con un portón azul. Tenía la cabeza apoyada sobre su brazo derecho extendido. Un rato después, los efectivos de la sección Homicidios y de la comisaría 13ª arribaron a la escena del homicidio y secuestraron cinco vainas servidas calibre 9 milímetros y otra calibre 22. También encontraron dos ojivas calibre 9 milímetros y otra calibre 22 además de un proyectil intacto de ese calibre menor.
El mediodía de ayer ninguno de los habitantes de ese sector de villa Banana estaba dispuesto a hablar. En realidad, sabían lo que había ocurrido, pero preferían escudarse en el silencio por el temor a las represalias. “Yo no ví nada porque estaba durmiendo”, comentó un cuarentón con sonrisa pícara. Frente a la casa donde Blanco se desplomó sin vida podían verse dos círculos de tiza sobre el pavimento que señalaban los sitios donde fueron hallados los proyectiles homicidas. Cerca de allí, sobre un montículo de basura, habían quedado los guantes de látex que utilizó el médico policial que examinó el cadáver del ex recluso asesinado. Las manchas de sangre ya no estaban. Habían sido lavadas por algunos vecinos del barrio.
Hipótesis
Para los pesquisas, a Cristian Blanco lo mataron por una venganza. Una fuente de la investigación recordó su paso por los penales de las comisarías rosarinas en los que tuvo conflictos con otros reclusos. “Este muchacho verdugueaba a los presos nuevos, les pedía plata y en algunas ocasiones les robaba las zapatillas”, comentó el portavoz. Asimismo, dijo que esos gestos hacia los demás reclusos podrían haber sido el detonante del crimen y hasta sugirió que alguien esperaba que saliera de prisión para tomarse desquite por algo que pasó detrás de las rejas.