Los hermanos René y Lelio Chapita Ungaro, imputados por integrar el grupo que
ejecutó de cinco balazos a Roberto Pimpi Camino, negaron ayer ante el juez Javier Beltramone haber
pagado a policías para tener acceso a elementos de uso prohibido donde estaban presos desde el 25
de mayo pasado.
Los Ungaro están acusados de cohecho pasivo por ofrecer dinero a dos policías a
cambio de privilegios en la alcaidía de la Jefatura de Unidad Regional II. El martes pasado a las
15.30 efectivos de Asuntos Internos llegaron a allanar el penal policial de Francia 5250 buscando
armas, drogas y teléfonos celulares dentro del pabellón III donde se alojaban los Ungaro.
El allanamiento. Ese procedimiento se retrasó porque las autoridades de la
alcaidía dijeron que era el horario de visita de presos y que era riesgoso allanar en ese contexto.
En Tribunales creen que ese argumento fue la coartada para ganar tiempo y hacer desaparecer
elementos que comprometían a los Ungaro y, por consiguiente, a los policías a los que se atribuye
haberlos favorecido. El resultado del allanamiento fue negativo.
Los acusados de cohecho activo por este mismo hecho son el comisario inspector
Fernando Arco y un cabo primero de apellido Stipetik. Ambos negaron rotundamente haber recibido
sobornos de los Ungaro.
No obstante, fuentes de la investigación aluden a indicios pesados y encadenados
que probarán el cohecho. El principal es la escucha de una llamada desde un celular donde uno de
los hermanos Ungaro le requiere a un familiar que pague una suma de dinero —serían 1.500
pesos— a un policía al que nombra por su apellido. En la conversación desgrabada se menciona
que el objetivo del dinero a los policías es facilitar dos cosas: un cambio de pabellón y el
ingreso de un arma de fuego. La madre y la novia de uno de los Ungaro también fueron indagadas
ayer: se supone que una de ellas fue la destinataria del encargo de hacer el pago.
Testigo con custodia. En un crimen como el de Pimpi, cubierto de incertidumbre
sobre motivaciones y responsables, los hermanos Lelio y René quedaron en la mira recién hace un
mes. Fue por algo inesperado: una mujer que vive frente al departamento de ellos, en el Fonavi de
Grandoli y Sánchez de Thompson, denunció judicialmente a su marido, de nombre Miguel, por violencia
doméstica.
Miguel es además de vecino íntimo amigo de René Ungaro. A los pocos días uno de
los Ungaro se cruzó con la mujer y —según señalaría ella más tarde en Tribunales— la
amenazó por haber denunciado al amigo.
Lo que hizo saltar de sus sillas a los investigadores fue la peculiar amenaza
que la mujer dijo haber recibido de uno de los Ungaro: "Te vamos a matar como lo matamos a Pimpi".
Eso enfocó la pesquisa hacia los hermanos.
¿Qué impulsó a la mujer a decir algo que la colocaba en peligro extremo ante sus
vecinos? Ocurre que esta joven —convertida en testigo clave y ahora custodiada las 24 horas
por la sección Seguridad Personal— tiene un hermano acusado del asalto a un corralón que está
preso en la alcaidía de Jefatura. Frente al juez la muchacha confesó el temor de que, estando
detenido en el mismo presidio, su hermano sufriera una represalia de los Ungaro por lo que dijo
ella.
Ya había en curso intervenciones legales a los teléfonos de Lelio y Chapita
Ungaro. A partir de las escuchas se acumularon indicios que derivaron en el operativo policial del
25 de mayo a las 9.30 donde los detuvieron junto a otros dos allegados frente al bar El Sótano.
Pero hubo una situación insólita que provocó el allanamiento a la alcaidía el
martes: uno de los teléfonos de los Ungaro, pese a estar ambos detenidos, siguió activo y en uso.
También en actividad estaban quienes los escuchaban por orden judicial. Así fue que, según voceros
del caso, toda la negociación para que los hermanos tuvieran acceso a un arma y drogas en el
pabellón III quedó registrada como en una novela de espionaje.