“Más que el dolor físico, lo que más angustia es la impotencia que siento porque me hayan
asaltado cuatro pibes y se hayan ido tranquilamente”, afirma Fernando Ferrer mientras exhibe
el golpe que uno de los ladrones le asestó en la cabeza, cerca de la nuca. Al mediodía de ayer el
comerciante estaba aún dolorido a pesar de que habían transcurrido casi doce horas desde que cuatro
muchachos irrumpieron en su parrilla del barrio Alberdi y se llevaron los dos mil pesos de la
recaudación, después de inmovilizarlo a él y a los siete empleados que estaban en ese momento.
También los trabajadores fueron víctimas de los maleantes: les quitaron el poco dinero que tenían y
los teléfonos celulares.
La parrilla Don Pichón está ubicada en Maciel 493, a pocos metros del
cruce con Mazza. Es una construcción de madera, con rasgos coloniales, contigua a una pequeña plaza
que en el mapa figura como Plaza Gálvez, aunque es conocida por los vecinos de Alberdi con el
peculiar nombre de “plaza De los Locos”.
A las 2.30 de ayer ya se habían ido los últimos comensales y los mozos
entraban las mesas ubicadas en un patio delantero. Detrás de la barra, Ferrer, de 33 años, contaba
el dinero de la recaudación y se disponía a pagarles los sueldos a los empleados. Junto a él
estaban cuatro mozos, el parrillero y dos ayudantes de cocina.
En el mostrador. Ensimismado en su tarea, el comerciante no distinguió el paso
acelerado de dos muchachos que entraron al local. Uno de ellos se dirigió al mostrador. “Dame
la guita”, le ordenó el recién llegado mientras lo encañonaba con un arma de fuego.
Sorprendido, recién en ese momento, se percató de que había recibido la visita indeseada de
ladrones.
Mientras esto ocurría, el socio del ladrón inmovilizó a los siete
empleados. El golpe estaba bien planeado. Otros dos muchachos irrumpieron por la puerta que se
conecta con el depósito. Por allí habitualmente ingresan los proveedores. Para Ferrer, los
maleantes ya conocían los movimientos del comercio. “El lugar estaba marcado”, señaló
el comerciante.
El dueño de la parrilla y los trabajadores quedaron a merced de los
malhechores. “Vamos para atrás”, gritó uno de los ladrones. Las víctimas fueron
obligadas a introducirse en la cocina. Un rato después, todos terminaron tirados en el suelo. En
ese momento, uno de los ladrones pronunció la frase de rigor. “¿Quién es el
encargado?”. Entonces Ferrer se incorporó y le pidieron la recaudación.
El comerciante regresó a la barra y el ladrón que lo acompañaba miró
secamente a la caja registradora. Estaba vacía. Es que Ferrer ya había guardado la plata de la
recaudación, unos dos mil pesos, en su billetera. Entonces, la plata fue a parar a manos del
maleante.
A patadas. El intruso guardó la billetera en su bolsillo y, sin contar los billetes, le
exigió más dinero. “No tengo más”, le dijo el comerciante. La respuesta enardeció al
malhechor. Entonces, un culatazo dio de lleno en la cabeza de Ferrer. Quien, aturdido por el golpe,
no pudo evitar que lo arrojaran al suelo. “Mientras me pegaban patadas me pedían más
plata”, recordó el comerciante.
En ese momento, los otros dos maleantes despojaban a los empleados de
sus pertenencias: dinero y teléfonos de los trabajadores también engrosaron el botín. Diez minutos
después, convencidos de que no había más efectivo, los ladrones se marcharon en dos motos que
habían dejado estacionadas en la plaza. Pero según el dueño del local recorrieron el trayecto que
los separaba de los rodados con parsimonia. “Me llamó la atención que se hayan ido caminando
tranquilamente”, comentó el comerciante.