"Lo que más extraño es la cotidianidad, el contacto, el ida y vuelta de las anécdotas, el abrazo, el beso. Y sobre todo ese bullicio que te transmite vida". Las palabras de Miriam, directora de un jardín de Puente Gallego, resume sentimientos comunes que atraviesan a las y los docentes desde que se suspendieron las clases presenciales por la pandemia. Desde entonces, maestros y estudiantes, cada uno desde sus casas, intentan sostener de mil maneras el vínculo pedagógico.
El “o inventamos o erramos” de Simón Rodríguez se materializó en cada docente y escuela, que se pusieron al hombro la tarea de inventar un sistema escolar de emergencia. Y hubo actividades por Zoom y WhatsApp, claro. Pero quizás como nunca antes quedó en evidencia la brecha digital entre familias con acceso a una buena conexión de aquellas que tienen que retirar los cuadernillos impresos cuando reciben cada jueves los bolsones de alimentos. Algunos tuvieron un vínculo con las pantallas donde no hay vuelta atrás, con prácticas que de una forma u otra se deberán incorporar en la pospandemia. Pero muchos vieron pasar por el costado esa virtualización educativa.
Para esas niñas, niños y adolescentes hay programas de radio, de televisión, cuadernillos y mensajes por WhatsApp que se contestan cuando se puede, cuando hay crédito o cuando regresa el padre o la madre con ese aparato, el único para todo un núcleo familiar. Este diario dio cuenta de muchas de esas historias donde se agudiza el ingenio al extremo para sostener el vínculo aun a la distancia.
Hubo asistencia de los ministerios de Educación nacional y provincial que en muchos casos llegó tarde. Mientras, los anuncios pendularon ante una posible vuelta a las aulas. Marchas y contramarchas acordes a los tiempos que marca la curva de contagios y su necesidad de aplanarla para no saturar el sistema sanitario.
¿Cuándo abrirán las escuelas? ¿Cambiará algo en la vuelta o será la misma escuela que había hasta marzo pero con protocolos de distanciamiento? Las preguntas emergen en cada foro docente y buscan respuestas colectivas. Y otra surge con fuerza: interrogar no tanto en el cómo sino en el qué poner en juego en este proceso de enseñanza y aprendizaje que se abrió con la pandemia. Porque cuando se habla de vínculo no solo es el pedagógico el que se invoca, sino también el afectivo. Las historias de esas maestras y maestros que envían audios o videos personalizados para alentar a los chicos que quieren bajar los brazos, los que se movilizan todas las semanas hasta una radio barrial a hacer un programa para congregar a la familia, los que colocan buzones en las puertas de sus casas para recibir mensajes de sus alumnos y alumnas también hablan de una mirada atenta.
alberdi4.jpg
El profe Matías Barroso y un claro mensaje en su guardapolvo: "Me declaro en defensa de la escuela pública".
Foto: Silvina Salinas / La Capital
La pandemia también echó por tierra mitos instalados sobre la educación y la docencia, como que falta vocación en los maestros —por esa idea de entender al magisterio como “un apostolado”—, que cualquiera puede enseñar, que trabajan poco o que “habría que pagarles por rendimiento”. Una a una fueron cayendo estas zonceras educativas, al decir de Arturo Jauretche, axiomas que se repiten como verdades reveladas del sentido común. Para las y los docentes no hubo ni hay horarios en este tiempo. Preparan actividades para enviar por Zoom, WhatsApp o una fotocopia a sus estudiantes, reciben mensajes a cualquier hora y colaboran en las tareas de asistencia social. Porque el hambre es urgente y allí también están. La pedagoga Adriana Puiggrós ya no está en el Ministerio de Educación nacional y es una gran pérdida. En una entrevista con La Capital poco antes de asumir como viceministra, dijo que la agenda educativa inmediata del gobierno de Alberto Fernández era “la salud y la alimentación de los chicos”, porque “no se puede hacer ninguna otra cosa si los chicos no comen”. Si el hambre ya era prioridad número uno después de cuatro años de macrismo, con el parate económico por la pandemia y el confinamiento la situación en muchas barriadas populares se torna crítica. Allí también están maestras y maestros, preparando viandas y tratando de estar cerca.
Mientras la docencia inventa mil formas de hacer escuela desde casa, la paritaria se cerró de forma unilateral. Hubo paros y protestas que parecieron no mover el amperímetro en la Casa Gris. Acá también debieron ser creativos para hacerse escuchar. La respuesta hasta ahora fue un bono de tres mil pesos que cosechó un amplio rechazo.
También la universidad pública y el sistema científico sufrieron los embates de las zonceras para nada inocentes acicateadas desde algunos sectores. Este tiempo dejó más que en evidencia que esos ataques seguían el norte del desprecio de la cosa pública. La universidad, sus graduados y científicos fueron dando respuestas concretas a las demandas sanitarias derivadas de la pandemia.
Hoy hay más interrogantes y desafíos que respuestas. Una certeza tal vez sea clara y la sintetizó el propio ministro Nicolás Trotta cuando admitió que en la pospandemia las aulas van a ser más desiguales y heterogéneas. Había asumido con el objetivo de “romper las desigualdades de cuna” con que ingresan chicos y chicas a las escuelas. Esas biografías anticipadas de las que hablaba el cura y educador salesiano Edgardo Montaldo.
Días atrás el gobierno nacional anunció la creación de una mesa intergubernamental para salir a buscar a quienes en pandemia dejaron o piensan dejar la escuela. El vínculo cara a cara es clave en el proceso educativo, es irreemplazable. También esos abrazos que quedaron en pausa. En un barrio de la zona oeste de Rosario, cuando algunos docentes van a hacer un programa de radio, un enjambre de pibitas y pibitos salen de sus casas a su encuentro. Ven el guardapolvo blanco y se sienten atraídos a reencontrarse, al menos a la distancia, con “sus seños”.
Allí también habrá que saber escuchar a las infancias y adolescencias, que internalizaron como pudieron un mundo que de un día para el otro quedó patas para arriba. “Al principio estaba entusiasmado porque lo que pasaba era algo que lo había visto en películas. Pero ya estoy harto”, resumió un nene a este diario. Alojar esas dudas, angustias y proyectos será también una tarea que deberá ser asumida colectivamente. El derecho a ser niños, a leer y a jugar. Cuando en marzo de 2019 un informe de Unicef preguntó a los chicos qué era la crisis, un nene de diez años contestó: “Para mí es dejar de jugar”. Allí también hay información de futuro.