Miguel Pedrola es médico, tiene 52 años y es una eminencia en el diagnóstico precoz del VIH. Se desempeña como director científico para América latina y el Caribe de AHF (Aids Healthcare Foundations), una organización internacional que trabaja en prevención y respuesta integral al VIH y Sida, instalada también en Argentina. Y en Rosario logró en 2012, con un equipo de trabajo, el récord Guinness de testeos: 3.733 en ocho horas. Lo que nunca imaginó en casi tres décadas de labor contra una enfermedad iba a ser que otra, llamada coronavirus, lo depositaría en una cama hospitalaria con un cuadro realmente grave. Recuperado en su ciudad natal, Venado Tuerto, y aún convaleciente, cuenta: “Recién me di cuenta de lo mal que había estado cuando en mi casa vi los resultados de los estudios que me habían hecho internado”.
Pedrola sorprendió esta semana con un mensaje muy emotivo en Facebook, en el que agradece a todo el personal de salud que intervino en su tratamiento. A muchos de ellos con nombre y apellido; a otros, en el recuerdo “de sus ojos y sus palabras”, y de sus formas “tras los trajes, gafas, barbijos y guantes”. Desde los “varios ángeles del 107” que aparecieron un domingo y lo trasladaron al Hospital Alejandro Gutiérrez, hasta la médica que lo abrazó y lo dejó “llorar”.
Había vuelto a la Argentina en marzo desde Miami, centro operativo de la AHF, en calidad de científico repatriado, cuando el país ya había restringido los vuelos desde zonas de riesgo. Cuando llegó a Venado Tuerto, y tras pasar la cuarentena impuesta a los viajeros, el gobernador Omar Perotti, que siempre lo consultaba sobre la situación del Covid-19 en Estados Unidos, lo convocó para participar de los equipos provinciales. “No podía hacer las dos actividades, de modo que me otorgaron una asesoría por decreto”, recuerda.
Comenzó a trabajar en el sur santafesino. Con el área de Epidemiología provincial asistió a la localidad de Carreras cuando la situación se tornó compleja, y también trabajó con el sistema sanitario de Santa Isabel. Después vino todo lo demás.
A fines de agosto, le diagnosticaron una neumonía, de moderada a grave, que lo llevó a permanecer dos días en el hospital local. Luego, sintiéndose mejor, se retiró. Quería celebrar en casa su cumpleaños el 29 de ese mes, con la promesa de volver a chequearse al día siguiente. “Fue un acto de soberbia, me di el alta solo. Ahora aprendí la lección”, reconoce.
La madrugada de ese domingo posterior al festejo de sus 52 años, la situación se tornó insostenible. Despertó con fiebre, tiritaba de frío, tenía todo el cuerpo contracturado y no podía respirar. “Era como un calambre en todo el abdomen que me impedía ingresar el aire. Fue desesperante”, cuenta. Inmediatamente cayó el Sies y le colocó oxígeno, algo que lo alivió. Cuando llegó al Gutiérrez, el médico le dijo: “Esta vez, no te vas hasta que yo lo ordene”. Fue obediente.
Con plasma
Si bien no ingresó a terapia intensiva, algo que lo tenía aterrado (“nunca había estado internado”, aclara), sí le debieron aplicar plasma, y estuvo sometido a cuidados rigurosos. No la pasó bien. La primera semana fue difícil. “Lo veía en las caras de los profesionales, que hacían todo el esfuerzo para que no me desalentara, me la contaban edulcorada, pero los parámetros evidentemente no me estaban dando bien. La verdad es que me di cuenta de lo mal que había estado cuando volví a casa y revisé los estudios, que antes no había visto”, reconoce. Y abunda: “Si los hubiese visto en el hospital, me habría preocupado mucho”.
Desde el domingo 30 hasta el viernes 4 de septiembre no sentía ninguna mejoría, pero ese último día ya se despertó como “curado”, aunque todavía le iban a quedar unos cuantos días de cama hospitalaria, hasta que el viernes 11 le dieron el alta.
Pedrola asegura que lo más fuerte, más allá de lo físico, es cómo afecta la enfermedad en el plano anímico y emocional. “Todo pasa por la cabeza. Lloré mucho, recién me alivié cuando vi que la cosa mejoraba. No tengo explicaciones desde lo médico, pero me pegó en el ánimo”, rememora. Lo sensibilizaba cualquier noticia sobre Covid, en especial los casos en los geriátricos. No podía mandar mensajes, derivaba todo a su esposa, que ahora los tiene “cortito”. “Estás y te sentís muy solo”, admite.
Algo que le hizo bien fue compartir habitación con otros pacientes. Cuando comenzó a sentirse mejor, se dedicó a su compañero, le llevaba la comida que les dejaban en la puerta del cuarto y lo atendía. Eso, dice, “me ayudó a olvidarme un poco de mí, me sacó el problema de la cabeza. Ahora pregunto todos los días cómo está ese paciente, que es de Santa Isabel y yo ni conocía. Estas situaciones son realmente visagras en la vida”, reflexiona.
Hoy, y ya con el alta médica, se saca “el sombrero” ante los profesionales que lo atendieron. “Sabía que estaba en el lugar donde tenía que estar, eso es una inyección de ánimo”. Y hay algo que no deja de recordar: “No fue solo la atención que me brindaron a mí, a todos los atendían de la misma manera”.
Pedrola prefiere no hacer consideraciones respecto de la situación del coronavirus en el país y en la provincia. Menos, tras haber estado tanto tiempo “desenchufado” mientras “otros tantos colegas han estado todo este tiempo al pie del cañón”. Pero sí puede hablar de su especialidad, el VIH.
Explica que desde la ONU-Sida y la Organización Mundial de la Salud se había trazado el objetivo de erradicar la epidemia de sida para 2030. Una meta que podía alcanzarse porque con el avance de los tratamientos, una persona que recibe atención eficaz no contagia. “Era el proyecto 90-90-90: que ese porcentaje de la población infectada estuviera diagnosticada precozmente, que de ella, el noventa por ciento ya tuviera un tratamiento efectivo, y que en similar proporción lo siguieran. Extrapolado al 2030, ya llevaríamos el plan a 95- 95-95”, plantea.
Sin embargo, reconoce que el coronavirus cambió todos los pronósticos . “Con esta pandemia que concita la atención sanitaria, seguramente las metas tendrán que posponerse, y no sólo en el área del VIH-Sida, sino en muchas otras enfermedades, que quedarán rezagadas y se van a estirar. Cuando nos demos cuenta, los indicadores van a estar todos cambiados”, lamenta.