Siempre hay que darse una vuelta por el pasado para recordar el origen y recuperar esos valores elementales en los cuales se cimentó una profesión. Más cuando el contexto distorsiona o pone en riesgo la esencia. Y se impone cuando se comienza a perder o relativizar esa capacidad de autor, donde reside la construcción de la autoridad.
El fútbol está en un proceso de trasformación, y aunque por momentos es más teórico que práctico, la urgencia de establecer una organización con previsibilidad y transparencia impone también poner en crisis a las diferentes disciplinas que interactúan en este deporte. Y el periodismo no está exento de una vida social que transita por el escepticismo y la confrontación.
El fútbol pretendido necesita de un periodismo exigente. Más apegado a las directrices de un profesionalismo que prioriza la rigurosidad informativa y la agudeza del espíritu crítico. Volver a las fuentes no implica retroceder, sino devolverle a la sociedad el derecho a la información certera, forjada con datos precisos, verificados, y despojados de pareceres y creencias. Más alejado del ruido vigente y más cercano a la comunicación.
No hace mucho tiempo cada información obtenida no trascendía si no era constatada a través de múltiples consultas, porque la responsabilidad requería trasmitir con precisión. Sin inexactitudes. La comprobación de los datos demandaba tiempo, pero todo esfuerzo se justificaba con el mayor capital: la credibilidad. Un dato equivocado tenía un alto costo. Aún en los tiempos de las primicias, donde más allá del vértigo por contar primero siempre prevalecía la necesidad de informar bien.
En un pasado no tan lejano el caudal informativo cimentaba la mejor edificación de la opinión, lo que mantenía vigente la virtud de la pregunta incómoda, como así la formulación de la repregunta que pretendía descubrir la verdad oculta en el argumento armado, la misma que fastidiaba porque no ofrecía flancos para la réplica engañosa.
Pero la urgencia de fabricar atajos para trascender y la puja de los egos aceleró los tiempos y omitió los aspectos elementales y precarizó la profesión. Una estudiante de periodismo ante la consulta de un trabajador de los medios respondió: "Yo elegí esta carrera porque quiero ser famosa". Y un compañero de esa chica en su afán por diferenciarse remató: "No me parece bien querer ser periodista para ser famoso, por eso yo elegí esta carrera para estar cerca de los jugadores de mi equipo".
Tal vez esos anhelos fueron paridos a imagen y semejanza de un ejercicio periodístico que se distanció de los conceptos académicos, porque es indiscutible que la distorsión manifiesta tiene su génesis en modalidades vinculadas a la complicidad y obsecuencia, las que priorizan el vínculo por sobre la información, dejando entonces su rol de periodista para convertirse en voceros. Con el agravante de que algunos son elegidos por los propios futbolistas o directivos. Hay ejemplos concretos y obscenos. Incluso en la selección argentina.
El formato descripto se asegura que el monopolio impuesto por ciertos derechos económicos garantiza la narración de lo conveniente y el bloqueo de lo contrario. Entonces difícilmente de esas entrevistas surja alguna pregunta difícil para el jugador en cuestión.
Pero la peor de las consecuencias de ese modelo es que todo aquel que quiera sacar de ese estado de confort a los denominados "protagonistas" se convertirá en enemigo. Es por ello que para aquellos que cubren las novedades de un club, y quieren ejercer el rol de periodista en función de lo que la sociedad necesita, tienen una ardua tarea al competir con aquellos que eligen la comodidad de acceder sin trabajo a la información a cambio de no cuestionar lo más mínimo.
Nocivo también es para el periodismo y la opinión pública la modalidad televisiva del panelismo. Donde no importa estar informado, sino la capacidad para gritar y polemizar. Tratando de trascender por el bochorno. Y ni siquiera hablar de fútbol de forma analítica, ya que varios de los que se sientan en derredor a la mesa carecen de criterio y conocimiento para hacerlo.
Este costumbrismo también pregona la complicidad con los dirigentes o futbolistas, a quienes se evita molestar en pos de poder conservar ese diálogo fluido como improductivo, malversación que sólo produce entrevistas vacías.
En este modelo emparentado mucho más al reality que a un programa periodístico es lo que en definitiva colaboró con la agonía de la credibilidad, además de fomentar el aspecto más negativo del folclore, donde la crítica fundada es considerada como una agresión por parte de los jugadores, dirigentes e incluso de los hinchas radicalizados, que acusan al periodista de "matar" a tal jugador o a determinado club.
Todo amplificado por las redes sociales, donde el periodista también termina flexibilizado por el vértigo de replicar información que no es tal, difundiendo sin la mínima comprobación de la certeza de lo que se replica. Y así la importancia comunicacional de esta herramienta se devalúa por acción u omisión.
Cierto lema corporativo impuso en el tiempo la inhibición de no hacer periodismo de periodistas. Pero bien vale el ejemplo de la abuela, cuando en una reunión familiar les dijo a todos "si vamos a hablar de la gente primero empecemos por la familia", y allí desgranó una serie de críticas a los presentes.
El fútbol pretendido requiere de un periodismo exigente, no condescendiente. Por eso darse una vuelta por el pasado ayudará a revitalizar la información certera y el espíritu crítico. Y así sólo hacer periodismo. Sin distorsiones ni dobleces.