Si te criaste en los monoblocks de Iriondo y Pellegrini vas a entender de qué hablo. Si no conocés el barrio, te cuento. Son cuatro edificios (nada de "torres" como se los llama ahora), que comenzó a construir la Dirección Provincial de Vivienda por los años 60: cuatro moles color té con leche, cuadriculadas, con paredes de ladrillo visto en la terraza y coronadas, cada una, por un tanque de agua a modo de galera. No pasaban desapercibidas: y aún hoy se las ve imponentes a varias cuadras a la redonda.
A ver si se entiende. Cuando comenzaron a habitarse, los Monoblocks (así, como nombre propio se los llamó siempre), estaban "lejos". Lejos del centro, claro. Y como todo lo que se planifica en las afueras de la ciudad, los Monoblocks se levantaron en la zona oeste, cerca de la cárcel (la Unidad 3 de Zeballos y Riccheri), del cementerio (El Salvador), más allá del parque Independencia, a pocas cuadras del hipódromo y del estadio de Newell's, frente al terreno donde históricamente se instalaron los circos (y donde ahora está el Hospital de Emergencias) y enfrentados a las canchas de fútbol del club Pablo VI, donde se jugaba y gritaba fútbol mañana, tarde y noche.
Estos edificios de doce pisos y cuatro departamentos en cada planta estuvieron habitados por familias numerosas, de clase media. Incluso el tercero, "el de los militares", como decíamos todos por ahí porque vivían suboficiales del Ejército, eternos residentes golondrina. Todos estaban llenos de pibes. Un pueblo eran y tenían algunos ilustres entre su gente. Entre ellos, dos estrellas del deporte de la ciudad. El extraordinario remero del Club Regatas, campeón mundial y medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Munich 1972, Alberto Demidi. Y, el Matador, Marito: Mario Alberto Kempes, uno de los mejores delanteros que tuvo el fútbol nacional, elegido por la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS) como el 6º mejor jugador argentino del siglo XX, el de las medias bajas y el juego limpio, el que le cedió la número 10 albiceleste al ascendente Diego Maradona. Sí, ese Kempes vivió en los Monoblocks mientras era un ídolo, ni antes ni después. Y llenó al vecindario de gloria y jactancia, aunque apenas se lo veía pasar caminando.
Trato de recordar su fisonomía, allá a mediados de los 70, y se me viene la imagen: inmenso (como los Monoblocks), tímido y callado, con pelo largo en la nuca y flequillo, como músico de Los Iracundos, pantalones pata de elefante celestes, camisa ajustada, bajando de su Peugeot 504 verde y caminando con un bolso a cuestas, delante de los ojos lascivos de las adolescentes del edificio.
El cordobés que había jugado en las inferiores de Bell Ville y trabajaba en una carpintería mientras iba a la escuela, el que mintió su nombre cuando se probó en Instituto de Córdoba, el "Superpibe" en la liga cordobesa e ídolo canalla a partir de 1974, año en que metió 25 goles en 28 partidos. Esa bestia vivía en los Monoblocks, como si nada. Más precisamente en el 4º piso, departamento 3, del cuarto monoblock. Con su papá, Mario como él, su mamá Eglis y su hermano Hugo. En un departamento sin ínfulas, pulcro, plagado de nerolite y corlok, cortinas y sillones sintéticos, intensas colchas Pallete y objetos decorativos con dorados o de murano. Una estética barata y setentista que se repetía en casi todos los hogares de aquel barrio. Así, lo recordamos algunos de los que lo tuvimos como vecino.
"Mi mamá era manicura y le hacía las manos a la madre de Mario, una mujer divina, de pueblo y de su casa. Un día mi mamá tuvo que ir a trabajar a la casa de Marito y aproveché para acompañarla. La señora me preguntó: ¿Querés conocerlo? Yo era una pibita de 16 años y le dije que sí, entusiasmada. Me hizo caminar despacio hacia el cuarto: Kempes estaba dormido, cruzado de punta a punta en la cama de sus viejos. Ella me abrió apenas la puerta y la cerró. El nunca se enteró que lo vi. Yo morí de amor", dijo Marita Ollacarizqueta, hija del portero del primer monoblock.
El trayecto que une este monoblock, sobre Pellegrini, al cuarto en dirección a calle Cochabamba, era por esos días un transitar constante de chicas queriendo llegar al piso de Marito. Con extorsiones diversas lo lograban y llegaron a llenarle la puerta de la casa de mensajes, al estilo de las puertas de los baños públicos. Pero en realidad el pasar de Kempes no sólo era esperado y venerado por la platea femenina. También los pibes del barrio morían por verlo y hablarle. Cesar Arriaga y sus amigos Manti y Gerardo López Masía, Tula y Flavio, por entonces de unos 14 años, lograron todo eso. También jugaron con él a las cabezas con una Pulpo y hasta compartieron un picado.
"Al lado del cuarto monoblock, a la hora de la siesta, jugábamos siempre a la pelota. Y Hugo, el hermano de Kempes, jugaba con nosotros. Era horrible, pero buen tipo. Y Mario bajaba a buscarlo para tomar la leche. Una vez se metió en el partido, nada menos que en mi equipo. Yo me quise lucir, le di un pase y piqué esperando que me la devolviera. Pero el tipo se quedó haciendo gambetas... no se la perdono...", se ríe César, canalla hasta la médula, quien en verdad guarda la anécdota como si fueran dólares.
Antes del Mundial 1978, Kempes ya era un prócer auriazul. Disputó un total de 123 partidos y convirtió 97 goles en su paso por Arroyito, que lo convirtió en el mayor goleador de la historia del club. Y en ese Mundial, jugado durante la dictadura cívico, militar y religiosa, aun en esos oscuros años de terror, Kempes fue goleador y leyenda y siguió visitando a sus padres en los Monoblocks.
"Un día nos invitó a su casa a ver la pelota y el botín de oro que le habían dado en el Mundial. Quedé impresionado por el peso de la pelota. Con los chicos nos sacamos una foto, ¿podés creer que falló el flash y nunca salió?", se lamentó César. Un episodio que también recordaron Delia Sciascia y Alejandra Gayol. Dicen que hicieron dos horas de cola con varias de las nenas del barrio para ver ese botín de oro Impresionante.
Ojo, estos no son un puñado de recuerdos melancólicos. El propio Matador recuerda sus años en los Monoblocks en más de una nota. Confiesa que a pesar de vestir la camiseta canalla y seguir sintiendo esos colores hasta hoy, supo tener amigos leprosos. "Yo vivía en un departamento del monoblock de Pellegrini e Iriondo, a cinco cuadras de la cancha de Newell's. Vivía más cerca del Parque que de la cancha de Central. Prácticamente convivía con los hinchas leprosos y nunca tuve inconvenientes con nadie. Hice amistad con el Tolo (Américo) Gallego porque jugábamos juntos en la selección. Y también con el Flaco (Enzo) Bulleri, con quien compartimos plantel en River". El tipo no olvida sus orígenes. Y así me lo reconoció, con tonada cordobesa, en una nota telefónica que le hice para Ovación el año pasado.
Lo llamé a Estados Unidos. Kempes trabaja para la cadena televisiva de deportes Espn y reside en Bristol, ciudad de 60 mil habitantes ubicada en el condado de Hartford, estado de Connecticut, a 173 kilómetros de Nueva York. El tipo habló y analizó fútbol. Al terminar la nota le dije. "Mario, gracias por atender mi llamado. Ahora que terminó la nota, sólo quería decirle que usted fue mi vecino en los Monoblocks...".
"¿No me digás... vivías en el cuarto, vos?", me preguntó. "No, en el primero...", contesté. Creo que me devolvió un correcto: "Ah, mirá vos...", una de esas frases anodinas a las que uno echa mano cuando habla con un vecino sobre el calor. A mí no me importó compartirle semejante pavada y ni siquiera me interesó su respuesta. Dialogué con el Matador de los Monoblocks. Y eso no me lo quita nadie.