Transfermarkt es un sitio web alemán. Una de las tantas fuentes de información a la que recurre la prensa deportiva al momento de husmear datos sobre puntuaciones, resultados y transferencias en el imperio futbolístico. Este último viernes la página actualizó los nuevos valores de mercado bajo el título "Cristiano se ha devaluado 10 millones" y se explayó además sobre otras tasaciones. Las piernas que más cotizan en bolsa son las de Lionel Messi con 120 millones de euros, seguidas por las de Neymar con 100 millones. Y las de Cristiano, en baja, también se valúan en 100. El noveno lugar de este ránking lo ocupa Gonzalo "Pipita" Higuaín (75 millones de euros), en el puesto quince está Segio "Kun" Agüero (con 60 millones), en el vigésimo Angel "Fideo" Di María (50 millones) y en el vigésimo cuarto y penúltimo Mauro Icardi (45 millones de euros).
Un párrafo destacado se lo lleva la evolución de valores del Sevilla de España. Equipo comandado por el casildense Jorge Sampaoli y al que justamente fue transferido por casi 5 millones de euros, tras una negociación con más vueltas que una oreja, el jugador de Rosario Central Walter Montoya. Un pase de novela en este verano y que entretuvo tanto a empresarios y futboleros como el de Carlos Tevez, quien finalmente se fue al Shanghai Shenhua de China por dos años, a cambio de 40 millones de euros por temporada. O sea que, a sus 32 años, el Apache se convirtió en uno de los futbolistas mejor pagos del mundo.
Esta chorrera de números es apenas un resumen de las cifras, tan obscenas como reales, que se desparraman a sus anchas en las ligas mayores del fútbol profesional. Datos que contrastan con miles de historias tan distantes y desiguales como la brecha entre ricos y pobres argentinos que arroja el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). En esta página va sólo una de estas historias, pequeña y a la vez inmensa, con ribetes de leyenda, que transcurrió en Rosario hace más de 70 años, en los comienzos del profesionalismo del fútbol. La protagonizó un futbolista brillante, un ídolo de Central Córdoba que no requiere demasiada presentación: Gabino Sosa.
A Sosa, futbolista y empleado ferroviario, lo había tentado nada menos que Boca para ingresar a sus huestes. Le ofreció como paga un bar, pero él decidió permanecer en sus raíces y al negociar con los charrúas sólo pidió una muñeca para su hija. La anécdota fue relatada en todos estos años por periodistas, descendientes del propio Sosa e historiadores. Y la recuentan los hinchas con algunos agregados y coloridos porque así sucede con los mitos y sus personajes prodigiosos.
El historiador del club del barrio Tablada Julio Rodríguez compiló documentos extraídos del archivo del diario La Capital y la revista El Gráfico y es uno de los que le da verosimilitud al peculiar contrato y asegura que contará nuevamente esta y otras historias de Gabino Sosa en un libro que está a punto de publicar.
"En aquellos tiempos no conocíamos contratos ni primas. Me trataban tan bien, me querían tanto y tanto quería yo a Central Córdoba, que para mí no había nada mejor en el mundo que jugar allí", le dijo Sosa a La Capital en 1961.
Pero, ¿qué pasó con la muñeca? Era y sigue siendo la pregunta para los simpatizantes que se renuevan. Quien se lo contó especialmente y con lujos de detalles a Ovación es el menor de los cinco nietos de Gabino, Rodolfo Anesini, un maestro de primaria y profesor, de 50 años, charrúa por parte de padre y madre, que actualmente vive en la localidad de Soldini.
"Mi abuelo Gabino tuvo un hermano, Blas Sosa, que también jugó en Central Córdoba hasta que se peleó con un árbitro, largó todo y se fue a Tucumán. Gabino en cambio permaneció acá. Se casó con Margarita Chávez, él la llamaba Margara, y con ella tuvo cinco hijos: María Margarita, mi mamá, a quien le decía Laruncha aunque para el resto de la familia era Pirucha. Los otros fueron Andrea Beatriz, Marta Yolanda y Alicia Olga, melliza de Gabino Andrés, que murió siendo pequeño. Todos fallecieron ya. En 1916 mi abuelo jugaba para el combinado rosarino y lo llaman para la selección. Allí hace amistad con el gran arquero de Boca Américo Tesorieri, la Gloria Tesorieri, quien se lo quería llevar al equipo xeneize. Un día hasta cayó a casa de mi abuelo a comer ravioles con el presidente de Boca para convencerlo. Pero Gabino era el único jugador del interior que no quería jugar en Buenos Aires, en esa época todos se iban, como ahora al exterior. Le ofrecieron un puesto en el ferrocarril Belgrano, una sociedad con Tesorieri en una cantina en La Boca y un sueldo que triplicaba al de Central Córdoba, pero él se negó. Es más, me contó mi mamá que tras ese almuerzo se fue al club, se encontró con el vicepresidente, que al verlo llegar pensó que se iba a despedir, y le dijo: «Me quedo, ningún dinero me saca de acá». Mi mamá me contó siempre que ahí se dieron la mano y se pusieron a llorar y que en ese momento mi abuelo vio una exposición de muñecas que había en el club. Señaló una, de porcelana, rubia, con ojos de vidrio, de unos 80 centímetros, vestida de alemana y dijo que la quería como parte de su contrato y de regalo para su hija Laruncha. Con lo que acordó, mi abuelo no fue millonario pero vivió bien, llegó hasta tener televisor y heladera en épocas en que eso era un lujo", memoró el nieto.
El contrato cerró simple y rápido. Más rápido, al menos, que el de Montoya. El nieto de Gabino asegura que inmediatamente su abuelo volvió caminando a la casa con la muñeca a cuestas. Que el juguete fue la alegría de la casa sólo por dos años, hasta el día en que Laruncha y una amiguita la hicieron trizas jugando. "Lamentablemente no quedó registro fotográfico de la muñeca", confirmó el nieto de Gabino.
Pero lo que sí le quedó de su abuelo, además de medallas, fotos, una valija que llevaba a los entrenamientos y tres letras de tango que lo evocan, es una pelota de tientos: una de las cinco que Gabino pidió para cada uno de sus nietos a una fábrica de pelotas cordobesa en Laboulaye.
El periodista Ricardo Lorenzo Borocotó, quien bautizó a Gabino "El payador de la redonda", porque según decía "le puso letra y música a la pelota", también contó la anécdota de la muñeca en una nota del 18 de junio de 1994. Con tintes de época y ayudado por el relato de Laruncha, Borocotó escribió en El Grafico: "Llevaba Gabino 17 años en Central Córdoba cuando se implantó el profesionalismo. Por primera vez tendría que firmar algo, un papel, puesto que ello no implicaba un compromiso. El vicepresidente del club, Esteban Paita, no sabía cómo cumplirle el requisito a Gabino y le dijo: «Te voy a dar algo que te va a gustar? Verás, vas a quedar contento. Si tuviéramos que pagarte lo que vales, te tendríamos que dar el club. Pero vas a quedar contento. Verás»".
"Llegó el momento de firmar, Sosa tomó la lapicera y preguntó dónde debía hacerlo. No iba a leer el contrato, ¿para qué? Realizada esa simple operación, Paita le dijo: «Aquí tenés 400 pesos para un vermú y esta muñeca para tu nena». Fue tan grande la emoción de Gabino que apretó la muñeca contra el pecho del que no salía ni siquiera un simple gracias. Los ojos se le nublaron y comenzó a irse con la muñeca apretada, como si fuera realmente a su hija mayor que así oprimía. Y pudo ir murmurando un: «Gracias, gracias», que Paita interrumpió para decirle: «Gabino, te olvidás del vermú».
"«Tiene razón. Por la nena lo olvidaba», dijo y recogió esos pocos pesos y se marchó con la muñeca. A tumbos bajaban las lágrimas por aquellas mejillas descarnadas. Por culpa de la nena se olvidaba de los vicios".
Gabino Sosa jugó en Central Córdoba 24 años con el número 9 en la camiseta charrúa. Su puesto era el de por entonces centroforward. Integró en 14 oportunidades la selección nacional. Cosechó 6 goles (cuatro de ellos en un mismo partido contra Chile, el 20 de octubre de 1926 en Santiago). Su fútbol hizo escuela. No fue goleador, se caracterizó por propiciar goles. Mientras jugaba al fútbol también trabajaba en la estación Central Córdoba. Era encargado de la sección Encomiendas. Por eso se lo ve vistiendo uniforme de ferroviario en la foto que publicó en 1937 la revista El Gráfico y que acá se reproduce. El estadio de Central Córdoba lleva su nombre. El Negro Sosa murió modestamente el 3 de marzo de 1971, a los 72 años. Vivió hasta el final en la casa de Mitre 2715, la que le habían donado hinchas, en 1932, para que deje de alquilar. Una historia que no cotiza en bolsa. Casi un juego de muñecas.