La dificultad que mostraba el jugador en sus movimientos encendió la alarma. "Sentía que se me empezaba a adormecer el brazo y la pierna, todo del lado derecho", relató el rugbier, quien en esos momentos iba paulatinamente perdiendo el control de su cuerpo. Un ACV se estaba generando.
Diego Colli, uno de los entrenadores del seleccionado, se percató enseguida de que algo no andaba bien y se le acercó inmediatamente para ver qué pasaba. El Gringo, como se lo conoce en el ambiente de la ovalada, lo primero que hizo fue preguntarle cómo se sentía. "Cuando Justo me contesta veo que una parte del labio se le va para arriba. Me acerco, lo abrazo y es como que él se desvanece. Cuando no se pudo parar solo nos dimos cuenta de que la cosa era más seria de lo que pensábamos. En un momento el camino se me abrió como una Y y tenía dos opciones, o llamar una ambulancia y esperar, o bien cargarlo en un auto y llevarlo yo", destacó el entrenador, quien rápido de reflejos decidió salir volando rumbo a la ciudad junto al mánager Carlos Martín. Lo de volando fue literal ya que el trayecto lo hicieron en apenas nueve minutos, cuando lo normal es hacerlo en quince o veinte según el tráfico. Esa diligencia le terminó salvando la vida.
"Adentro del auto la adrenalina corría como un río. Justo se ponía cada vez más pesado pero nunca perdió la noción. Hablaba con dificultad, pero se le entendía. Le podía haber pasado en la costanera tomando mate o cruzando una calle. Es un episodio de la vida y fue una desgracia pero no fue culpa del rugby, como muchos quisieron hacer creer", destacó Colli, molesto con la gente que en su momento habló sin saber.
En el Sanatorio Santa Fe lo estaban esperando varios médicos de guardia, lo que daba cuenta de la gravedad del cuadro. Ya en el nosocomio, lo empezaron a tratar: llevaron a Justo a hacerle una angiografía cerebral, un examen médico de invasión mínima que usa rayos X y un material de contraste que contiene yodo, para producir fotografías de los vasos sanguíneos en el cerebro. En ese primer estudio los médicos no visualizan nada y lo internan en terapia intensiva para un mejor control. En observación, los dolores de cabeza continuaban.
Horas después, el neurocirujano Alejandro Musacchio le hizo una nueva angiografía y en esa se vio una esquemia cerebral. Dicho en otras palabras, pudieron ver que en una de las venas del cerebro no podía fluir la sangre, estaba como tapada, cosa que impedía la irrigación del cerebro: era un coagulo que obstruía el paso de la sangre en la arteria media cerebral.
Para realizar ese estudio lo duermen. Justo llegó a estar en un coma farmacológico y con respirador, pero como buen rugbier seguía dando pelea.
Afuera de la clínica, la noticia corrió como reguero de pólvora. El sanatorio empezó a poblarse de muchos amigos que, sin poder hacer nada, empezaban a montar guardia a la espera de las novedades. Las cadenas de oración se multiplicaban con ayuda de las redes sociales y se sumaban a las palabras de aliento y los buenos deseos. El momento era delicado y todo valía, pero como ocurre en estos casos, eran insuficientes como para convertirse en un bálsamo.
Al Italiano de Buenos Aires
Musacchio logró destapar la arteria y eso le dio tiempo para que después, cuando estuvo estable, fuera trasladado al Hospital Italiano de Buenos Aires ya que la situación era bastante grave. La elección no fue azarosa ya que el Hospital Italiano "es uno de los lugares más capacitados para tratar el tema", destacó Justo.
Mientras esto pasaba, la mitad del cuerpo no le respondía. Con muchas dificultades la primera batalla había sido ganada: Justo seguía con vida, pero la pelea continuaba.
Lejos de esas cuestiones, internamente, el espíritu luchador de Justo hacía hincapié en otras cuestiones. "Lo que nunca dejé de pensar era en salir de ahí para ir a entrenar. Quería irme cuanto antes para retomar las prácticas. Quería viajar para competir el sábado", pensó en ese momento, como ajeno a lo que le estaba pasando.
En la cabeza había un edema, un moretón producido por el mismo ACV. Ese edema podía o bien ir diluyéndose con ayuda de medicamentos o, lo peor, seguir creciendo, algo que al no tener lugar en la cabeza podía llegar a desencadenar en una muerte cerebral. El edema creció y para evitar un desenlace fatal lo intervinieron de urgencia.
"Hay que operarlo ya y no sabemos en que estado va a salir de la cirugía", aclararon los médicos como atajándose de posibles secuelas. Aún así las probabilidades seguían siendo pocas.
Fue un momento fuerte. Duro. Una noticia que fue un verdadero golpe de KO al mentón para los padres. Pero no quedaba otra.
La operación, una craneotomía (N. de la R.: es una operación quirúrgica en que parte del cráneo, llamado colgajo óseo, se elimina con el fin de acceder al cerebro), duró tres interminables horas y como el propio Justo contó, "el edema, al ser superficial, cedió y lo pudieron sacar".
"Nunca me di cuenta de lo que estaba pasando. Cuando me despierto, el primer recuerdo que tengo es estar acostado y que los camilleros me estaban llevando por un pasillo. Escucho la conversación entre ellos de un chico que habían tenido que operar porque había sufrido un ACV y me di cuenta de que ese chico podía ser yo", reveló el ex segunda tercera de Santa Fe Rugby como si se tratara de un cuento.
"Cuando me desperté de la primera operación hablaba y entendía bien, pero después de uno o dos días me di cuenta de que el brazo y la pierna izquierda no los podía mover. Se me había hecho una hemiplegia, porque uno de los dos hemisferios de mi cuerpo se había quedado adormecido totalmente, inmóvil", explicó con término propios de un galeno.
"La primera vez que veo a mi mamá después de la cirugía le pregunté qué me había pasado. Ni ella ni nadie me quería decir algo hasta que no lo hiciera primero el médico que me operó, el neurocirujano Matteo Baccanelli".
Después de la operación Justo estuvo tres semanas en la terapia del Italiano. "Ahí conocimos un concepto que se llama terapia abierta en la que mis padres podían estar conmigo todo el día, las 24 horas", recordó Justo al empezar a hablar del proceso de recuperación, el que sería largo y por momentos inclemente.
"Después de ese mes, me pasan a piso y estuve ahí hasta que conseguí una cama en una clínica que se llama Alcla, la misma en la que estuvo internado Gustavo Cerati, aunque a mí me fue mejor que a él", continuó relatando el forward.
Pero esta clínica le mostró otro costado, casi lo opuesto a lo que era la terapia abierta. "Ahí estuve rehabilitándome poco menos de dos meses, en doble turno, mañana y tarde, con un grupo de profesionales increíbles. El entorno para trabajar era totalmente tortuoso, al punto tal que en el piso donde estaba internado los únicos que hablábamos éramos una nena de seis años y yo, el resto no podía hacerlo. Es más, yo era el único que se alimentaba por vía oral", confesó Justo, como queriendo olvidar el tema.
"Después de ese tiempo insistí en que me den el alta porque ya estaba caminando y estaba muchísimo mejor. Había llegado un punto en que si seguía ahí la rehabilitación podía ser contraproducente porque me iba a desmoralizar estar tan bien en un lugar tan complicado", concluyó.
La clínica finalmente le da el alta y ese mismo día Justo se vuelve a su Santa Fe natal, a su querida tierra, a sus afectos. Era 28 de mayo de 2016.
"Llegar a casa y ver a mi familia y a la que en ese momento era mi novia fue un alivio. Me habían pedido que descanse, pero lo primero que hice fue quedarme sentado tomando mate, charlando con todos", dijo, reviviendo el preciado momento.
Unos días después le dieron la bienvenida en un salón, donde estaban todos sus amigos del rugby, de la escuela y los parientes. Fue un momento cálido, tranquilo, íntimo, con muchas anécdotas. "Ellos me hablaban de los torneos que habían tenido mientras yo no estuve y yo, por otro lado, le contaba del partido que había jugado en un torneíto un poco más complicado", contó entre risas.
Lo peor ya había pasado, pero la historia continuaba. Tuvo que usar un casco, hasta que me volvieron a operar en octubre.
La operación para cerrar el hueco que le habían abierto estaba programada para el 13 de octubre, pero por un problema con la Aduana, ya que la prótesis venía de afuera, lo terminaron interviniendo el 17. "Ahí me tapan el hueco y a partir de ahí estuve un mes más viviendo en Buenos Aires en un hotel cercano al Hospital Italiano ya que cada semana tenía que ir a hacerme controlar la herida",
"Después de las operaciones, la rehabilitación fue muy rápida. Salí de la primer cirugía, pero todavía no estaba muy claro cuáles serían las secuelas y mis viejos estaban averiguando por una silla de ruedas para cuando volviera a Santa Fe. Cuando me enteré le dije a mi mamá «no busqués nada porque en un mes estoy caminando». Fue antes del mes que estaba dando mis primeros pasos y a semanas de eso ya estaba caminando prácticamente solo", dijo Justo, poniendo de manifiesto su gen luchador.
"La UAR y la Unión Santafesina siempre estuvieron pendientes de mi situación para lo que necesitara, pero nunca reclamé ningún tipo de ayuda... no lo sentí necesario", dijo el ex delantero, quien nunca quiso sacar provecho ni dramatizar con su situación.
Después de lo que le pasó, Justo Lastra volvió a vincularse al rugby, en su club, Santa Fe Rugby. "Cuando tuve que dejar de jugar, fui a ver mi categoría todos los fines de semana. No falté ningún partido. Sobre finales de 2016, uno de mis primeros entrenadores, Lucas Galán, me propuso entrenar con él y Bruno Marcovecchio la M15 y acepté. Me dieron la posibilidad de poder seguir vinculado al rugby desde otro lado y la verdad es una experiencia hermosa, en la que sigo aprendiendo día a día, incluso más que cuando era jugador".
A fines del año pasado, con su familia viajó a Europa y conoció Madrid, Barcelona, París y Londres. "No traje regalos pero no me quedé con las ganas de hacer algo. Lo disfruté mucho. Fue un viaje que me dio otro aire, que me ayudó mucho. Coincidió con el fin de año escolar, con el fin de la secundaria", confesó Justo, quien ahora divide su tiempo entre la rehabilitación y el estudio, ya que se está preparando para entrar en la universidad para estudiar abogacía.
Hoy, casi dos años después, el ACV es un mal recuerdo. La vida lo obligó a barajar y dar de nuevo. "Como en el rugby, en la vida, la regla fundamental es ir para adelante. A las cosas siempre hay que encontrarles la vuelta, hay una solución. Siempre hay una alternativa: a veces no hay que hacer la más corta y simple sino la larga y complicada, pero siempre hay una opción para salir adelante", destacó a manera de mensaje.
"Muchas veces hablan de mis fuerzas y de mis ganas, pero yo pienso que es lo que me tocó. Y en esto, cuando te toca, te toca. Siempre fui de mirar para adelante, el resto no importa", repite convencido este hombre que nunca bajó los brazos. "A veces no podés esperar un ancho de espadas y tenés que jugar con un cinco, un seis o una sota", prosiguió.
A la hora de cerrar la historia, Justo no anduvo con vueltas. "Un día un amigo me dijo que «la adversidad despierta dones que en la cotidianidad hubieran permanecido dormidos». Ese fue el Gringo Colli, un gurú deportivo y espiritual que por suerte me tocó tener, uno de los entrenadores más influyentes que tuve, un hombre que sin ir más lejos el día del accidente estuvo al lado mío y me salvó la vida", concluyó.