Pasan las horas y aumentan las miserias. Obscenas consecuencias de una sociedad que hace rato diluyó una escala de valores que supo establecer saludables pautas de convivencia. Una degradación transversal a todas las actividades de la vida misma, pero que en el fútbol encuentra un escenario más propicio para asomar con mayor nitidez por tratarse de un deporte masivo y pese a todo todavía pasional.
Por eso no sorprende que por la trascendencia que alcanza el fútbol tras un bochorno, muchos militantes del oportunismo provenientes de otros ámbitos aprovechan para hacerse visibles con sus críticas o inconcebibles análisis, mostrando así su impudicia a niveles execrables. Haciendo gala de la impunidad que aún les permite intentar sacar ventaja política o económica, cuando muchos de ellos forman parte de un status quo que forjó, y aún lo hace, este desmadre cultural. Y que sólo se puede sostener en un país en el que la justicia hace rato fue privada de su libertad.
Que River y Boca no hayan podido disputar una final de Copa Libertadores ya no es el problema. Tampoco lo fue cuando Central y Newell's debieron hacerlo a puertas cerradas en cancha de Arsenal. Porque en definitiva son las lógicas consecuencias de un fútbol que cuenta con una organización no muy diferente a los otros poderes más trascendentes y que rigen desde hace tiempo los destinos de este país.
Un conjunto de sectores de poder que conformaron un presente en el que no importan las responsabilidades, sólo el rédito que se pueda sacar de las lamentables consecuencias. Por eso no sorprende leer o escuchar a referentes de esos poderes tratando de vincular al adversario de turno con la impericia o la violencia, cuando cada uno de ellos tiene varios ejemplos de ineptitud en su currículum vitae. Porque en definitiva son artífices de este cuadro de situación social.
Un pacto sin caballeros
Por eso el acuerdo que el sábado firmaron los presidentes de Boca, River y Conmebol en el Monumental no difiere demasiado a los que referentes políticos o gubernamentales rubrican a menudo, cuando la ventaja, la trampa, la especulación y la hipocresía convierten a la denominación de "pacto de caballeros" en una burda metáfora. Porque si algo no hay en ese ambiente son caballeros.
La Conmebol no garantiza justicia y flexibiliza la interpretación de las normas de acuerdo a los implicados. Así lo demuestra su tan particular jurisprudencia.
Los organismos de seguridad aseguran poco y nada, por eso la posibilidad de un acto violento siempre está latente.
Los directivos de los clubes se rasgan las vestiduras cuando un episodio de violencia pone en riesgo su permanencia o poder y declaran como víctimas del hecho, sin embargo conocen y acuerdan con los sectores más radicalizados de las tribunas, los mismos que actúan por iniciativa propia o mandato de terceros. Cuyos nombres ya están registrados en expedientes judiciales de diversa índole delictiva, pero con la libertad intacta por esos vinculos que se forjan entre los diferentes estamentos que un sistema normal en apariencia establece.
Si se traza un paralelismo con lo que sucede en otros aspectos de la vida cotidiana se podrá comprobar una notable similitud con lo que sucede en el fútbol. Porque mientras cada sector pugna por preservar sus intereses particulares, poco importa cómo se procede, porque el fin justifica todos los medios. Incluso aquellos métodos o formas que están fuera de lo legal.
Pero como toda estructura perversa, también dispone de un aparato de comunicación ajustado a sus intereses, por eso reconocidos voceros asoman como los justificadores del desorden sentenciando: "Todos somos culpables". Tarea de operaciones en pos de camuflar a los victimarios.
Porque en este modelo social en el que el fútbol es quizás la mejor ventana para observarse, la víctima siempre es la misma. Esa mayoría que se ajusta a todos los mandamientos cívicos, respetando las normas, cumpliendo con las obligaciones y tratando en vano de ejercer los derechos. Esa mayoría que pagó siempre la entrada, el aumento de las cuotas del club, soportó el maltrato y asimiló una vez más la decepción. La misma que paga los servicios, los aumentos impositivos, los nuevos tributos y la que sigue sumando frustraciones.
No hay diferencia. El fútbol está hecho pelota. Como la sociedad.