Le cabe a la perfección el título del libro que acaba de publicar la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner para graficar la conducta que mostró ayer Marcelo Bielsa al pedirles a sus dirigidos que se quedaran parados (sólo el capitán pareció desobedecerlo) para dejarse empatar el partido ante Aston Villa. La orden del Loco llegó para resarcir el gol del Leeds, que había estado contaminado por la polémica. Sinceramente es la mejor palabra para retratar el rigor ético que siempre acompañó a los valores de Bielsa. Todos, o la gran mayoría, amanecieron espantados con lo que hizo el Loco en Inglaterra. Es que acá ningún técnico lo hubiera imitado. Cómo lo iban a copiar si se naturaliza la ventaja. Por eso siempre se lo miró con cierto desdén a Bielsa, por este tipo de decisiones que no convalidan la trampa. En un fútbol argentino que festeja hasta la perpetuidad que la selección argentina eliminara a Inglaterra en el Mundial 86 con un gol con la mano de Diego Armando Maradona es lógico que se observe con desprecio a Bielsa. El ex DT de Newell's dignifica como pocos la profesión de entrenador que tanto se bastardeó con el "bidongate" con el que alardean los bilardistas. Mientras Bielsa les dio la indicación a sus jugadores de que se dejaran convertir para devolverle el gol al rival, todavía se reivindica como una avivada criolla el tristemente episodio conocido como el bidón de Branco. Ponerle una pastilla vomitiva a un rival, como ocurrió aquella tarde en Turín, en el partido Argentina-Brasil por los octavos del Mundial 90, parece que penetra más como mensaje para la sociedad futbolera que aplaudirlo a Bielsa. Así estamos. Lo perverso de esto es que llamó poderosamente la atención una conducta que debiera ser la adecuada. Poco importa si Leeds está por ascender o ya no tiene más chances. Lo trascendente fue la conducta de Bielsa.