El presidente sentenció que los referentes futbolísticos no se iban. Y se fueron. El tesorero y el protesorero aseguraron un mejor manejo de las finanzas para sanear la economía. Pero el área fue luego prácticamente intervenida por la Justicia por las inadmisibles desprolijidades cometidas. Uno de los vicepresidentes decía respaldar al presidente, pero públicamente lo desacreditó y lo contradijo en varias ocasiones. El secretario, quizás el de declaraciones más disparatadas, dejó entrever una renuncia que luego no plasmó, y al poco tiempo encabezó una asonada para desplazar al presidente. Pero tal vez este escrito pierda actualidad en su narrativa porque en Newell's con estos denominados dirigentes, por la formalidad de sus cargos pero no por su accionar, puede pasar cualquier cosa. Sí. Cualquier cosa.
Los tiempos políticos en Newell's son frenéticos. Imprevisibles. Inauditos. Increíbles. Absurdos. Y por momentos indescriptibles. Razón por la cual es muy complejo tratar de explicar lo que sucede en el club del Parque. Porque cualquier análisis que se intente plasmar desde el sentido común o partiendo de alguna lógica la conclusión deriva en una serie de preguntas: ¿Para este bochorno quisieron ser gobierno? ¿No los sonroja exponer al club que dicen querer a situaciones tragicómicas? ¿Acaso no les preocupa poner en serio riesgo el presente institucional de una entidad a la que tanto le costó recuperar la dinámica política y social? ¿O es que alguno de ellos pretende acaso generar un clima de desestabilización para edificar desde allí un indeseable modelo autoritario?
Es evidente que la opciones políticas pergeñadas hace dos años fueron conformadas por necesidad y urgencia debido al adelanto de unas comicios que el conjunto de la oposición de otrora impulsó, y tal vez allí radicó el primer error, ya que por el afán de desplazar a una gestión deshilachada y desacreditada no se capitalizó el tiempo para una mejor preparación electoral. No sólo para delinear ejes claros de gobierno sino también para armar equipos sólidos de gestión.
Pero no se hizo. Y entonces la situación derivó en alianzas o rejuntes de personas que se alinearon detrás de uno o dos nombres conocidos para ir a la contienda. Concluyendo en esta comisión disgregada, precaria y atomizada, donde hasta la definición de comisión directiva es tan ostentosa que parece una metáfora.
Es difícil que comprenda este puñado de nombres, varios de los cuales hicieron conocida su identidad gracias a Newell's, que para tener autoridad hay que exhibir condiciones de autor. Y en apenas un año han demostrado una ductilidad envidiable para dilapidar el poco crédito que le dieron los socios con los votos.
Newell's está en una preocupante situación política, económica, social y deportiva. Estos denominados directivos de manera inconcebible no exhiben señales de darse cuenta de la gravedad a la que terminaron de llevar al club. Porque siguen empecinados en sus redadas de alcoba, confrontando por un poder que hoy ya es más relativo que real. Porque si aún no lo dimensionaron, la administración que dicen representar está al borde de ser interrumpida por una intervención judicial, la que es decidida cuando se visualiza que el normal funcionamiento del club está en peligro y por ende las acreencias.
Hay una regla que establece que un equipo en cancha habitualmente refleja lo que sucede en el club, y si bien en toda generalidad hay excepciones, en este caso Newell's no lo es, porque futbolísticamente exhibe de manera nítida lo que pasa en la entidad.
Por supuesto que todos tienen derecho a redimirse. También lo tienen los integrantes de este grupo del cual depende el destino rojinegro.
Claro que para eso deberán hacer un enorme esfuerzo, porque primero tendrán que deponer las ambiciones personales y luego trabajar para construir consenso en busca de al menos salir del terreno de la incoherencia.
Newell's necesita que estos directivos terminen con el sainete que supieron poner en escena, caso contrario, y si de verdad quieren al club, deberían apelar a esa pequeña cuota de responsabilidad para darle la chance a la entidad de no sucumbir.