Sólo quien vive en carne propia el esfuerzo, puede dimensionar en plenitud lo que significa llegar a la meta. A una meta. Para Virginia Flook y Macarena Aragonés, las representantes rosarinas en la selección mayor argentina de hockey en línea (o hockey roller), que mañana a las 11.15 debutará contra Finlandia en el Mundial de Rosario, esa meta estará cumplida: el mayor deseo era vestir la camiseta albiceleste. “Será una manera de coronar lo que hacemos después de tanto tiempo”, dice Flook. “Y yo no sé… supongo que voy a llorarme todo, como ya lloré cuando me dijeron que quedaba en la lista”, agrega Aragonés.
Las palabras no alcanzan. Un Mundial, el primero para ambas, justo en Rosario, a pocas cuadras de sus hogares, es un sueño realizado después de un largo recorrido arriba de los rollers sobre una superficie que no siempre fue lisa.
Flook tiene 36 años. Llegó al hockey siendo muy chica. Jugaba sobre césped, pero la invitaron a probar sobre los patines y “se enamoró”. Las ruedas no pararon de girar. Entrenó con varones en Rosario, cuando la disciplina no tenía desarrollo entre mujeres, vivió en Buenos Aires y entrenó en pistas acordes. Encontró un trabajo: delivery de pizzas en rollers, su destino. “Adquirí mucha técnica, sobre todo los días de lluvia”.
Con la crisis de 2001 Virginia Flook se fue a España y en Barcelona siguió girando, mientras entrenaba a chicos y experimentaba jugar hockey sobre hielo, al que muchos emparentan directamente con el hockey en línea. “Pero no, el hielo no me gusta, el frío tampoco. A mí lo que me emociona es transpirar la camiseta en una pista de hockey en línea”, dice.
En 2012 volvió a Argentina y fue una de las entrenadoras del equipo nacional femenino que participó por primera vez de un Mundial. Pero como jugadora nunca vivió la experiencia de estar adentro de la cancha. No tuvo disponibilidad económica para viajar. Sí, para representar al país todavía hay disciplinas en las que los deportistas deben pagarse todo, hasta la camiseta que van a vestir, como en este caso. Entonces, a los 36 años, Flook tendrá premio y revancha. “Este Mundial en Rosario será de sensaciones inolvidables: jugar en casa, con la tribuna alentando con cantos típicos de fútbol, le que dará un marco inolvidable”, se ilusiona. Es una realidad. No importa de qué deporte se trate, cuando una camiseta argentina se mueve, la tribuna se activa casi por inercia.
Macarena Aragonés tiene 22 años. Se acercó al hockey roller desde otro lado. Siendo una nena se aburrió de las “piruetas” y los ensayos del patín artístico y cambió por las cuatro ruedas en línea. Entrenaba sola en los playones del Parque España hasta que “un hippie” (así lo cuenta y se ríe) apareció cual monje budista y la convenció de sus condiciones y el rumbo que tenía que tomar. La invitó a probar hockey en línea en el Estadio Municipal y desde ahí no paró. Este es su primer año de concentración con la selección y cumplirá el anhelo principal de jugar el Mundial.
Aragonés sabe que en este deporte no sobran rosas. Para solventarse los gastos que le implica integrar el seleccionado trabaja levantando pedidos y vendiendo especias en comercios y supermercados de barrio. En medio de eso entrena. Claro que después de estar cuatro horas arriba de la bicicleta levantando pedidos, queda exhausta. “Tener que hacer ejercicios de fondo después de andar todo el día en bici... me deja las piernas así”, dice y se ríe de nuevo. “Así” es la hinchazón representada en dos manos abiertas. “A veces me dan ganas de llorar, pero en la cancha hago lo que me gusta. Podría tener un trabajo de 10 horas y plata en el bolsillo, pero no es eso lo que me hace feliz”. En esto adhiere su compañera Flook, aunque admite que, por primera vez, tiene un “trabajo fijo” como empleada pública.
Flook y Aragonés saben qué es pasar largas horas esperando en las estaciones de colectivo, y qué es viajar también por horas para ir a las concentraciones (gran parte en Mar Del Plata y Mendoza). Saben qué es cruzar solas Rosario en colectivo a la medianoche tras entrenar en soledad. Saben lo que significa levantarse tempranísimo, al otro día, con los ojos en “compota” y las piernas diciendo “basta”. Pero sobre todo saben que no son las únicas deportistas de una disciplina con poca difusión a las que les pasa esto. No son las primeras ni las últimas. Así y todo, eligen este deporte y no lo negocian. Es que vale la sensación indescriptible de subirse a los patines y ponerse la celeste y blanca. Un sueño sin precio. Mucho más mañana, ante el himno, el público y ellas: foco de las miradas y más locales que nadie.