El gusto es nuestro. Rosario ovacionó a Del Potro, el héroe del último US Open. Parecía un cuento, pero fue realidad. Pocas veces Rosario contó con la chance de ser testigo presencial de un hecho de semejante magnitud. Y esta vez se dio. ¿Cuánto hubiese cambiado el escenario si la final del domingo pasado en el Masters de Londres hubiera tenido otro desenlace? Algo, pero no mucho. Que Nikolay Davydenko haya sepultado las ilusiones de Juan Martín Del Potro en un torneo tan prestigioso es apenas una anécdota. Ese pibe atrevido, el tandilense, la Torre de Tandil o como quieran llamarlo, merecía el reconocimiento. Donde fuera. En cualquier punto del país donde en apenas un puñado de meses logró ganarse unos cuantos adeptos y muchísimos fanáticos. Hoy esa mole de bastante más de 1,90 metro que empuña como un guerrero y le pega con semejante potencia a la pelota es un digno merecedor del cariño de la gente. Anoche el estadio cubierto de Newell’s se lo hizo saber. Con alrededor de 5.000 almas que corearon su nombre y supieron entender que el partido frente a Fernando González (apenas un ingrediente más, ver página 12) era la excusa ideal para retribuirle a Delpo tan sólo una parte de las alegrías ya entregadas.