Punto final para un nuevo torneo. Una temporada más que pasará a formar parte del archivo y con la que, inexorablemente, se deberá hacer el balance correspondiente para determinar qué resultó de esa fuerte apuesta que hizo Rosario Central en su debido momento y que a la luz de los resultados distó bastante de lo imaginado. Con los atenuantes y agravantes, los trazos gruesos de ese análisis final dan cuenta de un cierto desencanto por la 12ª posición en la que finalizó el equipo. Puede sonar duro pero es la realidad.
La millonaria inversión que realizó la dirigencia canalla allá a mediados de 2016 no hizo otra cosa que alimentar la ilusión. Pero en el medio hubo un tránsito agitado, con objetivos que se plantearon de movida y de los que se estuvo cerca de cumplir, pero a los que no se le dio alcance.
Como en cada historia hay hechos que pueden tomarse como íconos. Y en esto de la apuesta fuerte que se hizo sobresale lo que fue la contratación de Teófilo Gutiérrez, un jugador que vino a reforzar una base que ya había y a partir de la cual se intentó dar un salto de calidad. Con esto no se quiere caer sobre la figura del colombiano. Es simplemente un ejemplo para exponer lo que se pensaba y lo que finalmente resultó.
Haber quedado en lista de espera por el ingreso de la Copa Sudamericana es lo que expone el presente. Y de este presente a aquel pasado no tan lejano hay una distancia enorme. Una brecha demasiado amplia. Claro que en el medio estuvo esa chance de título en la Copa Argentina, pero eso también formó parte del lógico coqueteo con la alegría y la desazón. Una vez más la tiranía de los resultados colaboró para que los trazos rojos fueran más luminosos. Si aquella final ante River hubiese tenido otro resultado, hoy seguramente los análisis serían diferentes. Pero ahí también hay una realidad sobre la que pararse para dictaminar sentencia.
Esa tiranía de los resultados a la que muchas veces se suele hacer referencia va de la mano, se insiste, con las ambiciones planteadas y los resultados obtenidos, en un recorrido en el que hay nombres propios a partir de los cuales tejer los distintos análisis. Los nombres de los jugadores que llegaron como refuerzo son algunos de ellos. El de los entrenadores, otros.
Es que en esta historia no hay que dejar de lado que a mitad de camino Central tuvo que dar un volantazo, por fuerza mayor, por la salida anticipada de Eduardo Coudet, el principal cerebro del armado de este plantel que tuvo todo para hacerse acreedor de un pedazo grande de la historia canalla y que finalmente quedó como uno más de tantos.
Hoy muchos se quedan con el semestre de Paolo Montero, pero antes hubo una porción del relato que corrió por cuenta del Chacho. Porque fue él quien determinó, con anuencia de la dirigencia, claro, el armado de un plantel que conformaron algunos futbolistas que estuvieron demasiado lejos de dar el piné.
Igual, con ellos Central estuvo a un paso de lograr un título en aquella Copa Argentina en la que se mordió otra vez el polvo, en esa ocasión frente a River. Se insiste, si la taba hubiese caído del lado del canalla, lo ocurrido después hubiese sido de puro relleno. Nadie le hubiera dado demasiada importancia a ese 26º (con apenas 12 unidades en 13 partidos) en el que quedó el equipo cuando Coudet decidió dar un paso al costado, pese a que aún tenía contrato, con un recorrido demasiado extenso por delante para lograr lo que, a esa altura, ya se intuía iba a ser un objetivo de mínima: la clasificación a la Copa Sudamericana.
Esa fue la meta planteada ni bien se consumó el arribo de Paolo Montero. Es que el uruguayo sabía que era algo que se podía cumplir, pero que no se podía aspirar a mucho más. Y allí comenzó a escribirse una nueva historia. Apenas dos refuerzos (Leguizamón y Carrizo) para poner proa hacia un horizonte que iba a estar lejos de aquella ilusión e inversión. No obstante, el uruguayo fue por lo suyo. Y el equipo le respondió a medias. Porque si bien la cuesta fue empinada, la seguidilla de buenos resultados sirvió de reposicionamiento.
En lo que ya era la recta final, el canalla pasó a depender de sí mismo para sacar pasaporte a una competencia internacional. No sólo la Sudamericana parecía al alcance de la mano, sino que la posibilidad de darle alcance a la Libertadores no asomaba como una quimera. Pero se quedó sin el pan y sin la torta.
Después de aquel resonante triunfo ante Racing, que sirvió más como festejo por la victoria en el clásico que por el triunfo en sí, el equipo entró en una pendiente que no encontró fin. De ahí en más fueron cinco partidos (River, Colón, Banfield, Talleres y San Martín de San Juan) sin triunfos que dinamitaron cualquier chance de clasificación.
Los contratiempos (la operación de Ruben, las expulsiones de Pinola primero y Teo después, entre otros) de las últimas fechas podrían oficiar como meros atenuantes. Pero casi ni vale la pena enumerarlos. Es que con la película ya presentando sus títulos sonarían más a lamentos un tanto livianos.
Dentro de un par de meses, si algunos de los equipos que hoy están jugando una copa internacional da una mano, será un premio o un aliciente para un plantel que se armó para pelear cosas importantes y que, amén de aquella final en la Copa Argentina ante River, siempre estuvo lejos, especialmente en la época de Coudet como técnico, de mostrarse a la altura. En la ecuación inversión-resultados, al balance no le cabe otra que someterse a la dureza de una sola palabra: negativo.