Un desfiladero embanderado con la celeste y blanca de unos tres metros de ancho conduce desde la reja perimetral de la Casa Rosada hasta la galería central de Balcarce 50 donde reposaba el féretro de Diego Maradona. Esos últimos segundos de caminata, hasta quedar a metros del cajón, transcurren envueltos en un silencio atronador, también para este cronista, mezclado con el público. Pero ya dentro de la casa histórica, durante ese puñado de segundo donde está prohibido detenerse – y sacar celulares a la vista-, se escuchan sollozos, y también gritos desgarrados: “Gracias Diego”. Detrás del féretro, parados, y mirando el paso de la multitud, el presidente Alberto Fernández, su pareja Fabiola Yáñez, y el jefe de Gabinete Santiago Cafiero, entre muchos otros funcionarios, custodian la escena. Que no por fugaz –para los visitantes- y repetida –para los funcionarios, familiares y amigos, dentro de la Casa– deja de ser dramática, única, inolvidable.
La multitud, que esperó paciente una larga cola de tres horas o más, disfrutó el desenlace. Aunque más no sea para llorar otra vez, y salir, luego, por la entrada de Balcarce 24, con lágrimas en los ojos. Y en silencio. Pero con una satisfacción: le rindió homenaje al ídolo que lo dignificó, le dio identidad, lo condujo en la gran narrativa de las proezas populares (y nacionales). Diego es uno solo, indivisible, un crack de la vida, que llegó del barro a la cima, que desafió a los poderes, que se “equivocó y pagó” porque “la pelota no se mancha”.
¿Qué une a los funerales de Gardel (febrero de 1936, en Buenos Aires), Evita (julio del 52), Perón (julio del 74), Néstor Kirchner (octubre de 2010), con el actual, de Diego Maradona?: fervor popular, consternación y tristeza. La heráldica de la Patria los incorporó, son los próceres del último siglo. Bandera, himno, escudo y el amor del pueblo para siempre. Con su arte futbolero, Maradona desafió poéticamente al imperio inglés, agresor, que masacró centenares en las Malvinas, y lo venció en otro campo de batalla, lúdico, y pacífico, como el estadio Azteca de México. En 1986, con dos goles maravillosos, uno con la mano de Dios, y otro desairando a seis rivales, en una carrera imposible de 10 segundos y de 60 metros de trayectoria. El pueblo no lo olvidará jamás, los ídolos, dadores generosos de alegrías, se gestan desde la gente.
Y a Maradona lo hizo el pueblo. Y no solo por los goles a los ingleses.
maradona casa rosada.jpeg
Por eso, en la interminable fila para ingresar a la Casa Rosada, que atraviesa la Plaza de Mayo y se extiende por la avenida de Mayo, la multitud canta “Diego de mi vida, vos sos la alegría de mi corazón..”.
Todos quieren llegar a la puerta de Balcarce 50, la entrada principal de la Casa Rosada y transitar esos segundos por la galería central de la casa, donde se encuentra el féretro de Maradona.
Un clima soleado, perfecto, se asoció a la multitud que decidió ir hasta la Rosada para dar ese saludo que deja marcado para siempre un momento único en la historia nacional. También colaboró con el ritual masivo y sentido del funeral -aunque no se trató estrictamente de un funeral-, una prolija organización del gobierno nacional, que ordenó a la gente y le proveyó de servicios básicos, agua y sanitarios., entre otros.
Solo quedan dudas – para este cronista-, sobre la actitud de la policía de la Ciudad de Buenos Aires, que más que sofocar terminó provocando incidentes aislados sobre la avenida 9 de Julio. A más de mil metros de la Casa de Gobierno.
Es que a medida que avanzaba la tarde, quedaba en evidencia que los cientos de miles que pretendían llegar a la Casa Rosada, y dar su último adiós, no tendrían tiempo material para para ingresar.
La despedida de Diego quedó chica para tanto amor. Tal vez hubieran sido necesarios más días para tantas pasiones.
“El que no salta es un inglés”, canta la hinchada bajo el sol de noviembre. Y se lleva para siempre a Diego en el corazón. Ese día histórico, yo estuve ahí, sienten, vibran cientos de miles de argentinos.