El mejor del mundo convenció al público, que lo ovacionó, de que el sueño mundialista es posible. Pese al rival jugó con máximo esfuerzo y compromiso para intentar de nuevo ir por la copa. Además hizo 3 goles
El mejor del mundo convenció al público, que lo ovacionó, de que el sueño mundialista es posible. Pese al rival jugó con máximo esfuerzo y compromiso para intentar de nuevo ir por la copa. Además hizo 3 goles
De muchas decepciones se viene, por el exitismo y la injusticia de considerar fracasos tres subcampeonatos seguidos. De allí se pasó a la angustia que significó sufrir hasta lo indecible para clasificar a una nueva Copa del Mundo. Pero la ilusión sigue ahí pese a todo. Se hizo notar en cada recoveco de una Bombonera repleta, en cada camiseta, en cada bandera, en cada cántico, pese a que fue una práctica oficial apenas. Y esa esperanza nacional, esa renovación de votos con la celeste y blanca tuvo de nuevo nombre y apellido: Lionel Messi. El, sólo él, por él, esa masa volvió a creer. Y el mejor del mundo devolvió tamaño depósito de fe dejando claro en la cancha, amén del rival, que su sueño es el mismo que el de los millones de argentinos, representados en la tribuna por esos 50 o 60 mil. Con triplete incluido además.
Messi se tomó muy en serio el amistoso de ayer ante la débil y entusiasta Haití que no le pateó al arco. La pidió, se exigió, la buscó, asistió y, si alguna duda quedaba, marcó al resto el norte de la selección en la despedida del país. ¿O acaso no puede esperarse algo similar en el debut ante Islandia? Ese compromiso del mejor fue el faro para el resto y hasta sus tres goles obraron en consecuencia.
Los flashes se descargaron en ráfagas cada vez que se arrimaba a uno de los acrílicos laterales, su nombre fue coreado casi como en un santuario, como un Dios pagano, con contundencia, sin compases que distraigan el mensaje hacia el Messias.
Los botines verdes flúo se hicieron notar tanto que hasta sus rivales no perdieron la oportunidad para saludarlo antes del juego, antes de ir al vestuario en el entretiempo y, claro, al final. No tendrán muchas chances más de enfrentarlo. Y su embrujo creó tan buena predisposición que hasta Higuaín, cuando el arquero haitiano le sacó un gol, fue mimado por la tribuna. Con Messi también hubo redención para sus compañeros.
La carrera para el penal que el arquero Placide podrá contar que casi desvía. El rebote que recibió del propio guardameta tras el cabezazo de Lo Celso. El remate fuerte para culminar el buen desborde de Pavón. Y de yapa, la asistencia para que su amigo Agüero vuelva a creer. Con eso y más deleitó a todos.
El resultado quedará en anécdota. El futuro dirá si se corresponderá con semejante demostración de entusiasmo popular. El mismo que fue recuperando después de volver sin haberse ido tras aquella charla con Bauza en España. El que regaló anoche sin guardarse nada cuando lo aconsejable era precisamente lo contrario. Al que hasta le pegaron una patada en la ultima jugada por encarar hasta el final. El Messi de ayer mostró que hay mañana.