Lo que mal empieza, mal acaba. Leonardo Fernández besó la lona por primera vez desde que dejó de ser interino para pasar a técnico oficial y, más aún, quedó expuesta ante sus ojos la precariedad de contar con un plantel corto, diga lo que diga. El más corto de los últimos años en Central. Con demasiadas ausencias, con demasiadas lesiones musculares pronto que soportar. Con demasiados pibes para revertir un pésimo comienzo de partido, correspondido con la formación que tuvo que disponer en cancha. El 1-2 bien pudo ser empate, es cierto, pero no debe tapar el bosque de este dolor correspondido con tanta mala vibra previa.
Central debió jugar sus primeros partidos en cinco días, a diferencia de Gimnasia que arrancaba ayer. El primero de ellos fue lo suficientemente desgastante como para dejar tres de los mejores soldados en el camino, que se agregaron a otros dos valiosísimos que ni siquiera estuvieron en Avellaneda y casi seguro tampoco ante Unión. Mucha mala pata para Fernández, es cierto, aunque el hecho de que cuatro de ellos hayan sido por problemas musculares enciende un alerta. Como la molestia que también sintió anoche el goleador Germán Herrera, sustituido al comienzo del complemento llamativamente por una cuestión táctica. Y que se perderá el choque del sábado por cinco amarillas.
Ese combo, como el transfer que nunca llegó de Oscar Cabezas (el que igual hubiera sido un debut prematuro para alguien que deberá demostrar si tiene piné de refuerzo), movió la estantería del técnico que no pudo más que improvisar. Así, el debut absoluto de Luciano Recalde conjugó con una posición desacostumbrada e incómoda del chileno Parot para ser su sostén en la zaga. Y más temprano que tarde lo pagó con ese gol de Bonifacio, el jugador más peligroso que tuvo Gimnasia como lateral-volante derecho, entrando en medio de ellos.
Esa realidad aumentada de deterioro se reforzó en el segundo gol del solitario Colazo, pero como tampoco debía ser para tanto, Central pudo reaccionar y hasta ponerse a tiro del empate, siempre en un trámite de imprecisión y poco juego, que lo aportó sobre todo el pibe Lioi, correspondido en carácter por un Zampedri que las peleó todas y bien pudo modificar el resultado. Pero no fue suficiente para compensar sus debilidades, su falta hoy de un recambio más probado en el que los pibes puedan tener más colchón para desarrollarse.
Central terminó jugando con cuatro de esos que hace poco más de 100 días ganaban la Copa Santa Fe (Ledesma, Lioi, Recalde y Coscia). Quizás sea su momento. Quizás la decisión de darle el timón a Leo Fernández, además de los méritos que supo granjearse como interino, tenga que ver con eso, como la escasa inversión en el mercado de pases. Y si es así, todo el mundo debe tragar saliva en derrotas como las de anoche y aguantar los vaivenes de este proceso en ciernes, para que cuando se recuperen los ausentes le den más contención para crecer. En ese camino puede haber espinas a las que no se estaba acostumbrado. La mejor receta será entonces la paciencia.