Se equivocó Paolo Montero poniéndole plazos a su continuidad. No era necesario que volviera a inmolarse con palabras en la previa de un partido definitorio como el que jugará Central hoy contra Godoy Cruz en Córdoba. Ya lo había hecho en la previa de enfrentar a Boca en la instancia anterior por la Copa Argentina y no se fue porque el equipo jugó a lo que él no quiere aunque pasó de fase. Pero no tiene ningún sentido que insista con que su cargo esté atado a un resultado. Así quede afuera ante Godoy Cruz, Montero debe seguir hasta que finalice el año. Central lo contrató para que lleve adelante un proyecto deportivo y el club también invirtió millones de dólares para traerle refuerzos. La responsabilidad de él es incrustarlos lo más inteligentemente posible debajo de una armazón colectiva. Si no lo logra, como ocurre por estos días, debe optimizar los recursos que tiene para reconvertir al equipo hasta lograrlo. Nunca es aconsejable largar todo ante la primera de cambio. Mucho menos convivir con una duda existencial para transitar una situación extrema. Fracasa aquel que no lo intenta. Y Montero debe seguir intentándolo. Nunca hay que hacer la más fácil o la que hacen todos los entrenadores cuando coleccionan malos resultados. Incluso su gestión tiene la bendición de la dirigencia canalla. Porque a cuanto directivo que se consulta siempre contesta que no se le cruza por la cabeza echarlo. Que si se va es decisión exclusiva de Montero. Igual, los dirigentes ya tienen decidido que si planta bandera en Córdoba, la salida más a mano pero menos conveniente que tienen es darle el equipo a Leo Fernández para inaugurar un interinato hasta vaya a saber cuándo. No es que el reciente técnico campeón de la Copa Santa Fe no se merezca dirigir a la primera canalla. Al contrario. Lo que se quiere evitar es que un técnico que aún se está preparando lo empujen a meterse en la picadora de carne de tener que lograr lo que no logró y armó su antecesor en un puñado de partidos.