Messi y la perturbadora sensación del final
Leo entiende que ya no tendrá tiempo para verse colgado en un póster besando la Copa del Mundo. El cachetazo francés lo sumió en la peor de las amarguras.
4 de julio 2018 · 00:00hs
La cara es tan larga como esa espera que se extiende y le astilla el alma. Las lágrimas vuelven a ser amargas para él. La escena es dolorosamente reconocible por el parentesco que tiene con algunas recientes y con otras que ya suman más años de frustraciones que de festejos. Otra vez no hubo final de película para Lionel Messi en un Mundial.
En su cuarta Copa del Mundo, ese jugador que siempre se hizo cargo de todo y que fascinó con sus récord de fábulas, volvió a defraudar con la camiseta celeste y blanca. Pero no engañó a todo un país. Porque Leo no está obligado a ser el superhéroe con capa del que los millones de argentinos esperaban ansiosos una señal reparadora que partiera desde su botín izquierdo. Tampoco debe ser el restaurador de los sueños rotos de la gente. Lo que hizo fue volver a embaucarse él.
Jugó el Mundial como lo hubiera jugado cualquier profesional y no como el mejor del mundo. Por su corriente sanguínea no hubo vena competitiva para tomar por las astas al equipo cuando los desaguisados tácticos de Jorge Sampaoli lo desamparaban. Por eso le quedó esa urticante sensación de deuda en los cuatros partidos que disputó en Rusia, más allá de que contra Nigeria por momentos le marcó el pulso a la selección. Difícilmente alguna vez salde esa cuenta pendiente.
Además, Messi ya sabe que la memoria colectiva sólo distingue a los ganadores que juegan en la selección argentina. Y que él ya no tendrá tiempo para verse en un póster colgado besando a la Copa del Mundo. Desde el domingo a la tarde Messi ya se encuentra en Barcelona. Fue uno de los primeros en irse de Bronnitsy. Como si ese ambiente que lo arropó durante su estadía mundialista ya le hiciera daño, prefirió marcharse antes de que lo invadiera aún más la amargura. Mientras tanto, casi nadie sabe qué planes guarda para su futuro en la selección argentina.
Mucho menos él se atreve a proyectarse tan lejos como Qatar 2022. Falta un siglo para él y no cuatro años. Pocos saben qué piensa por estas horas. Las especulaciones indican que seguramente se irá de vacaciones algunos días con su esposa Antonella Roccuzzo y sus hijos Thiago, Mateo y Ciro a alguna isla perdida en el mundo. Donde nadie sepa quién es él. Donde le sobre tiempo para empezar a evaluar cómo seguirá su relación con la selección. No detenerse frente a los medios luego del cachetazo francés evitó quedar preso de algún testimonio. Impidió que su decepción lo llevara a precipitar alguna determinación. Su renuncia luego de perder la final de la Copa América Centenario de 2016 y el posterior regreso fue un aprendizaje. Ahora decidió agarrar un atajo más saludable. Tomar una posición contemplativa frente a las próximas semanas.
Demasiadas variables pueden influir en su posición. Desde la actitud que asuma la AFA, la permanencia de Sampaoli o la designación de un nuevo entrenador y hasta la profundidad que alcance la sangría de los futbolistas históricos. Posiblemente algún otro de los que se sientan en la mesa con él para desayunar, almorzar, merendar y cenar en las interminables concentraciones tampoco continuará vistiendo la camiseta celeste y blanca.
La única pista que entregó sobre qué será de su vida después del Mundial 2018 la dio paradójicamente días antes de salir a la cancha en Rusia: "Dependerá de cómo nos vaya y de cómo terminemos en el Mundial. El hecho de pasar por tres finales sin ganar nos hizo pasar por momentos complicados. No es fácil y hay que valorarlas. También es cierto que lo importante es ganarlas", dijo en una entrevista con el diario catalán Sport.
Rebobinando el tiempo, cuando la decepción que vivió en Rusia era apenas una posibilidad que aún no entraba en su cabeza, también realizó declaraciones públicas que sirven de auxilio para entender lo que podría pasar con él de cara al futuro en la selección: "Están esperando que esta camada se vaya porque lleva mucho tiempo sin ganar algo y los que critican se cansan de ver siempre las mismas caras. Si nos va mal en Rusia tenemos que desaparecer todos de la selección, ya son muchos años que estamos acá".
Tal vez tenga razón Messi. Aunque discutirlo como jugador sea una torpeza imperdonable, tampoco se puede mirar hacia otro lado y no admitir que el jugador que estuvo en Rusia no tuvo ni un mínimo punto de contacto con ese futbolista inclasificable que desconcierta hasta las computadoras con sus registros de colección. Se vio a un Messi demasiado desenchufado y muy apagado, como si todo le diera lo mismo justo en lo que podría ser su último Mundial.
Durante su permanencia en Rusia también fue blanco fácil de las habladurías de alcoba, que aseguraban que Antonella Roccuzzo no había ido a visitarlo en la concentración de Bronnitsy para su cumpleaños 31 ni a verlo en ningún partido del Mundial porque estaban atravesando una crisis matrimonial. Lo cierto es que su esposa estuvo en el derrumbe de Kazán contra Francia. Poco importa para el análisis periodístico su vida privada. En todo caso, si es cierto que existe algún desencuentro conyugal, eso lo deberá resolver desde su rol de marido y no de futbolista.
El Messi que les interesa a todos los argentinos volvió a fallar. De nuevo se tiró tierra encima solo en un Mundial y ahora habrá que ver si logra renacer como el ave Fénix. Dependerá, como siempre acostumbró al mundo en una cancha, exclusivamente de él. Está visto y comprobado que cuando juega en la selección nunca saldrán a rescatarlo. Aunque él tenga la terquedad de los inconformistas.