—¿Te besabas seguido la camiseta?
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
—¿Te besabas seguido la camiseta?
—No, nunca. No era costumbre.
—¿No era costumbre tuya o no era costumbre de nadie?
—Creo que de nadie. No recuerdo compañeros que se besaran la camiseta.
—¿No tenía ningún significado especial?
—No, para mí, no. Era mucho más importante gritar un gol o festejar un triunfo, pero ahora veo jugadores que se besan las camisetas de todos los clubes en los que juegan. Algunos ya se besaron la camiseta de 7 u 8 equipos. La camiseta se la tienen que besar los hinchas, que no se la pueden poner para jugar... Otra cosa que no entiendo es que no griten los goles contra equipos en los que ya jugaron...
—No podés hablar mucho del tema porque nunca te tocó.
—Es cierto, no tengo experiencia al respecto. Entiendo que no le grites un gol al equipo en el que estuviste muchos años e hiciste inferiores, pero después... El grito de gol te sale de adentro.
—Pero a Central no le hubieras gritado un gol.
—Y no. Tampoco hubiera sido posible porque nunca quise jugar en otro equipo.
—Justamente por ahí va el motivo de la charla. Vos estás en las antípodas de lo que pasa hoy. La mayoría de los jugadores no ve la hora de irse. Y en algunos casos hasta eligen la puerta de atrás, como Larrondo la semana pasada.
—Larrondo se equivocó. Son temas que los manejan más los intermediarios que los jugadores porque los presionan para que se vayan, pero Larrondo se equivocó. Estuvo mucho tiempo lesionado y cuando se recuperó, se fue. Creo que le debía algo más a Central. Las tentaciones económicas son muy grandes y los representantes tienen un gran peso en todo esto. Hay algunos que manejan 5 ó 6 clubes y entonces los van rotando todos los años.
—Pero el jugador a veces podría hacer un poco más de fuerza para quedarse.
—La decisión en definitiva es del jugador, pero los intermediarios tienen mucho peso porque vienen y les ofrecen cosas más interesantes y los jugadores están muy comprometidos con los representantes. Pero es cierto, más allá de las vueltas que le estamos dando a la cuestión, la decisión final es del jugador. Por eso creo que la decisión de Larrondo no fue buena.
—¿Te sorprendió?
—Sí, pensé que se iba a quedar, más que nada porque venía de una lesión.
—La gente lo apreciaba mucho a Larrondo.
—Justamente. La gente lo quería mucho porque terminó jugando muy bien, hacía una buena dupla con Ruben. Parecía que estaba cómodo en el club. Todos los jugadores se besan la camiseta, pero él también se la besó y ahora se fue. Conclusión: no hay que besarse la camiseta (risas).
Del otro lado de la mesa, café de por medio en bulevar Oroño entre Brown y Güemes, un bastión canalla al que le caen de las paredes los grandes momentos de la historia del club y sus personajes más emblemáticos, a eso de las 3 de la tarde de un día muy soleado, Aldo Pedro Poy, actual concejal por el Partido Demócrata Progresista, intenta desentrañar los misterios de estos tiempos, en los que todo pasa fugazmente en el fútbol, incluidos los jugadores.
La elección del personaje no es casual. Este buen hombre, se sabe, se escondió un par de días en la isla allá por 1970 para que no lo vendan a Los Andes y después hizo lo imposible para que fracasaran sus transferencias a Celta de Vigo y PSG. Sí, el mismísimo Paris Saint Germain.
La referencia a los tiempos de gloria es imposible de evitar y en ese retroceso y a propósito del amor genuino por la camiseta de cualquier equipo, aparece un gran formador de futbolistas: el maestro Carlos Timoteo Griguol.
"El formó una gran cantidad de jugadores de divisiones inferiores que después pasaron prácticamente todos a ser jugadores de primera. Ahí había amor por la camiseta verdaderamente. Me acuerdo que cuando lo vendieron a Luisito Giribet (nota de la R.: falleció el 29 de mayo a los 69 años) no se quería ir a pesar de que lo pretendía Independiente. Y se fue porque (el presidente, Víctor José) Vesco le dijo "andate porque con tu venta compramos una parte de la ciudad deportiva". Obviamente no pudo decir que no. Había muchos que no se querían ir.
—¿Por qué en la década del 70 podía haber un futbolista que eligiera esconderse en una isla para que no lo vendan y hoy hasta optan por salir por la puerta de atrás con tal de irse?
—Las diferencias son las mismas que cambiaron el mundo en estos 40 años. La tecnología, por ejemplo, tiene una importancia decisiva. Nosotros teníamos otro tipo de juegos que compartíamos y nos servían para la convivencia. Ahora hay mucho individualismo, los chicos están todo el día con la play o con la computadora y el teléfono. Les hablás y no te contestan. Pasa eso hasta en las reuniones familiares, me pasa a mí con mis nietos. Ni te escuchan porque están entretenidos con eso, no es bueno. Si jugara en esta época me dedicaría plenamente al fútbol porque es la única forma de ser profesional. Un buen profesional también tiene que ver mucho fútbol y los chicos prefieren jugar a la play antes que ver un buen partido de fútbol: creo que eso no los ayuda mucho.
—¿Tenés Instagram?
—No.
—¿Facebook?
—Tengo uno pero lo uso muy poco.
—¿Twitter?
—Tampoco tengo.
—¿Snapchat?
—Jajaja... No, para nada. Está claro que hoy el mundo pasa por otro lado. Viste cuando televisan los partidos que definen las ligas de Europa por ejemplo. Los jugadores bajan de los colectivos con auriculares y con la tablet en la mano, ni miran a la gente. También hay que pensar que esas personas tienen muchos millones de dólares...
—¿Le hace mal la plata al jugador?
—Llega un momento que es por demás. No se necesita tanto.
—Hasta es obsceno.
—¿Para qué tener 10 ó 12 autos si no los podés usar? Yo vendería un auto y le regalaría una casa a alguien. Me sentiría más feliz.
—Esa es una escala de valores que se fue modificando con el paso del tiempo.
—Por supuesto. Creo que hubo un retroceso muy importante en un montón de cosas.
La conversación se desordena y es imposible evitarlo con semejante personaje como protagonista.
El desafío es tratar de comprender algunas actitudes que dejan al fútbol muy mal parado y lo alejan de la gente, principal impulsora de una pasión inigualable al punto de ubicarlo como el deporte más popular del mundo. Pero los tiempos mejoran, o empeoran, según la mirada, y hoy cualquier cláusula de rescición o situación monetaria está por encima de la camiseta. Y si bien todo el mundo tiene el derecho y hasta la obligación de asegurar su futuro, los montos que maneja el fútbol lo sacan de la caja de cualquier análisis convencional.
"Mirá, cuando un jugador se quiere ir, hay que dejarlo", dice Poy.
—¿Entonces tendrían que haber liberado a Salazar?
—Si el estaba decidido a irse era porque no le interesaba más jugar en Central. A lo mejor después recapacitó y decidió quedarse. Si es así, lo felicito.
Aldo Poy cumplirá 71 años el 14 de septiembre y cuenta por enésima vez cómo hizo todo lo posible para no irse de Central a Los Andes primero y a Celta de Vigo y Paris Saint Germain después.
Una rara avis que cuando se vio acorralado por el presidente de Los Andes en el hotel Continental de Buenos Aires y ya no podía poner más excusas ni pedir más dinero encontró la llave para abrir la respuesta que estaba esperando. Aldo pidió la mitad en efectivo y allí recibió un no como respuesta. Fue música para sus oídos.
"¿Sabés por qué no me fui? Porque entre vivir bien y vivir mejor, elegí vivir bien. Es muy simple, acá estaba bien: ganaba plata, jugaba en el equipo que quería, teníamos un buen equipo y un grupo humano extraordinario. Esa frase se la robé a mi amigo Lalo de los Santos. Y después de tantos años, me atrevería a darla vuelta. Creo que elegí vivir mejor y el tiempo me dio la razón: vivo donde quiero, hace 40 años que no juego y la gente me sigue saludando. Me saco fotos con pibes de 10, 15 ó 20 años que no me vieron jugar, quizás ni siquiera los papás me vieron jugar, tengo hijos...".
Quizás tengan razón aquellos que piensan que todo tiempo pasado fue mejor.