Cuando restan apenas cuatro partidos para la culminación de las eliminatorias sudamericanas para el Mundial de Rusia 2018, la selección argentina ingresó en un cono de sombras. La cuenta regresiva es exigua, el quinto puesto en la tabla que lo deja en zona de repechaje es una preocupación y, por decantación, los cuestionamientos se incrementan y recaen en el entrenador Edgardo Bauza. Si se pone en tela de juicio su trabajo exclusivamente por el desempeño en la altura de esta ciudad se trata de una mirada sesgada. Si es por el desempeño contra Uruguay, hay mucho de hipocresía. Y si la observación se circunscribe a toda su etapa, la cuestión cambia y merece una reflexión sincera.
Nada salió bien en la presentación de Argentina en La Paz. Los seis futbolistas que perdió por suspensiones y lesiones contra Chile, Gabriel Mercado, Nicolás Otamendi, Lucas Biglia, Javier Mascherano, Gonzalo Higuaín y Emmanuel Mas, significaron bajas sensibles. Si bien era probable que no todos ellos salieran a jugar desde el inicio contra Bolivia, Bauza debió rearmar un conjunto casi completo. No es un hecho para minimizar.
Encima de tamaña dificultad, el golpe mayor fue la suspensión a Messi cuando nadie lo esperaba. La sanción de oficio de la Fifa, expedida con una celeridad infrecuente, se conoció la misma mañana del partido. A pocas horas de enfrentar a Bolivia, el futbolista rosarino quedaba al margen, dolido por una medida que obviamente afectó también a sus compañeros. De buenas a primeras, Angel Correa debió hacerse cargo de reemplazarlo.
Lo planeado por Bauza no era errado. Quitarle la pelota a Bolivia para que no fuera protagonista, controlarla el mayor tiempo, tocar una y otra vez, hacer el juego pausado y sacar el mayor rédito a cualquier ocasión. Era la fórmula para contrarrestar el efecto de la altura, con el consiguiente desgaste que les ocasiona a los futbolistas argentinos habituados a jugar en el llano.
El entrenador no le erró en la lectura. Pero no tuvo los intérpretes adecuados. Es cierto que Bauza es el que define quién juega, los pone en la cancha y hasta los convoca. Pero recaer con vehemencia en su figura teniendo en cuenta lo sucedido con Messi, las bajas masivas y un estadio donde históricamente no se lograron buenos resultados es demasiado. Incluso tratándose de uno de los peores seleccionados bolivianos de las últimas décadas.
El mal paso por Bolivia provocó esta sensación de inestabilidad que requiere remitirse inmediatamente al primer compromiso de esta doble fecha de eliminatorias. Argentina jugó mal contra Chile y si lo ganó fue por un penal inexistente a partir de una supuesta infracción a Di María que Messi transformó en gol.
Los cuestionamientos hacia el juego, atendibles y justificados, contrastan con la opinión general de que lo importante es el triunfo. Si la cordura se convirtió en moneda corriente y es posible observar más allá de un resultado, bienvenido sea. Pero la impresión es que existen prejuicios y nadie se despoja de ellos. Bauza tiene detractores, en su mayoría, y adeptos, sin vueltas. El resultado, que para unos cuantos es el que gobierna el fútbol, es malo si no existe empatía con el Patón.
Argentina logró un triunfo numérico importante sobre Chile asumiendo recaudos que son propios del ideario futbolístico de Bauza. Nada que llama la atención si se conoce medianamente la carrera del entrenador. La postura conservadora del equipo frente a determinadas circunstancias de los partidos y los cambios defensivos fueron habituales desde que llegó a la selección. El contraste es notorio con la etapa anterior del renunciante Gerardo Martino.
Bauza, cuya asunción en la selección fue hace poco, en agosto de 2016, parece que baila arriba del Titanic, en medio de un desgobierno del fútbol argentino que también hace responsables a los dirigentes. Durante esta etapa, el Patón no consiguió imprimirle a la selección una fisonomía de juego, con el pragmatismo que lo caracteriza. Y en este aspecto sí se comprenden las críticas. El DT sostiene que es poco el tiempo que lleva de trabajo con los jugadores. Pero necesita que ellos empiecen a dar mejores respuestas. Si no, será el gran responsable de no hacerlos rendir o de no probar otras alternativas.