Por estas horas el fútbol argentino vive una situación que lo pinta de cuerpo entero: Miguel
Ángel Russo no terminó de desvincularse de San Lorenzo -de hecho aún está ligado contractualmente-
pero ya consiguió club en menos de una semana, un Central sorprendido por la renuncia de Reinaldo
Merlo después de apenas 41 días de trabajo y -esto sí es una excepción a la regla- satisfactorios
resultados.
Nueve fechas se disputaron del Torneo Clausura y ocho entrenadores debieron dejar sus cargos
por diferentes situaciones, en la mayoría de los casos por malos resultados, claro. Dos de ellos,
Russo y Omar Labruna, hoy en Belgrano de Córdoba, están nuevamente en el ruedo.
Leonardo Astrada, que dejó Estudiantes en la quinta fecha, también sonó para reemplazar a
"Mostaza". Diego Simeone, que este año no había dirigido pero cuya figura siempre sobrevoló por
diferentes vestuarios, acaba de pegar la vuelta.
La dinámica difícilmente vire en un ambiente en que los equipos "levantan cabeza" de una
fecha a otra tras un cambio de conductor (¿magia?), bajo el lema, o la excusa, de que "los cambios
de aire siempre sirven". Tampoco en un círculo donde los principales protagonistas, los jugadores,
a menudo son sospechados de "echar" entrenadores, cuando no directamente de "chantajear" a
dirigentes para inflar sus bolsillos.
"Cuando viene la mala, en lo único que se puede pensar es en un cambio de técnico, porque los
jugadores no se pueden cambiar", decía semanas atrás, sin rodeos y con razón, el presidente de
Argentinos Juniors, Luis Segura, por entonces constantemente consultado acerca del futuro de
Claudio Vivas en el banco del "Bicho".
Eso de que "los contratos están para cumplirlos", frase que parodió Jorge Burruchaga cuando
anunció su salida de Banfield -"pero todos saben que nadie los cumple", agregó-, ha perdido tanta
vigencia como lo de "el dos a cero es el peor resultado".
"Déme el dos a cero, entonces", dirá cualquier entrenador, jugador, hincha o dirigente que
ostente un gramo de coherencia. "Firme aquí, profesor", invitará el directivo al técnico que llega
al club con todas las ganas y toda la certeza de que su firma tendrá un valor tan simbólico como el
de un autógrafo.
A esta "moda" no hay lógica ni estadística que la sustente. Lógica porque ya se sabe que
campeón es uno solo y el resto, un montón de inservibles. Estadística porque, vaya curiosidad, de
los veinte entrenadores de primera división, sólo tres han sido campeones con un equipo argentino:
Carlos Ischia, Russo y el recién llegado Américo Rubén Gallego (en el cálculo no entra Simeone,
quien todavía no asumió en San Lorenzo).
Así y todo, en general los nombres que circulan en las cada vez más frecuentes "danzas de
candidatos" son siempre los mismos. Russo (por lejos, el técnico con más partidos en Primera),
Julio César Falcioni (asumió en Banfield luego de quedar a mitad de camino en otras carreras como
las de Racing, Central, Boca), Alfaro (dirigió a diez equipos en la Argentina), Burruchaga, Néstor
Gorosito…
Todos hombres de respetable trayectoria, qué duda cabe. Sólo que a veces da la sensación de
que el fútbol respira y le tira una gambeta al abroquelado esquema cuando aparecen los Vivas,
Zubeldía, Sabella, Cocca, y hasta los Arzubialde y Cappa, por mencionar algunos de los menos
"taquilleros".
Otro dato: Diego Cagna, representante de la "nueva generación", es el técnico con mayor
antigüedad en un mismo equipo. En diciembre, cuando venza su contrato, cumplirá tres años en Tigre.
Hizo buenas campañas con presupuestos austeros, ascendió a Primera y peleó dos campeonatos hasta el
final. No todas fueron rosas, pero siempre lo bancaron.
Le siguen Carlos Ischia (está en Boca desde agosto de 2007), Antonio Mohamed (comanda a Colón
desde marzo de 2008 y renovó hasta fines de 2010), y Luis Zubeldía, quien asumió en Lanús en abril
del año pasado como continuidad del proceso iniciado por Ramón Cabrero. Mal no les va, y quedará
para después la discusión de si los aceptables/buenos resultados son causa o consecuencia del
fenómeno. "El huevo o la serpiente".
De cualquier manera, ellos forman parte de una agraciada minoría. Al fútbol argentino lo
divierten y lo mueven otras cosas. Ni siquiera el cambio en su connotación más positiva. Y entonces
confunde vértigo con manotazos de ahogado. La histeria del cambio -o los cambios histéricos- lo
pintan de cuerpo entero. Así le va.