Ni Leonardo Fernández encontró todas las respuestas futbolísticas que había extraviado Paolo Montero ni ahora Central se reconvirtió como equipo. Nunca es aconsejable balancearse por los extremos. El triunfo del domingo frente a Talleres sirvió para cortar la hemorragia de malos resultados en la Superliga, pero la verdad es que Central jugó tan mal como lo venía haciendo cuando Montero era el entrenador.
Con esto no se busca tapar con tierra el incipiente ciclo de Leo Fernández. Mucho menos hay ánimo de desmerecerlo. Al contrario. Se merece con creces la oportunidad que le dio la dirigencia del club de mostrar sus credenciales en estos cuatro partidos.
Simplemente se intenta no caer en el palabrerío de ocasión y decir que lo de antes ya no daba para más y que todo lo de ahora es lo que necesitaba Central para oxigenar este presente. Por lo pronto, se saluda que Fernández se haya animado a poner en el arco a Jeremías Ledesma, quien hace rato pedía a gritos ser el arquero de Central. Sólo en la confundida cabeza de Montero había lugar para pensar que el Ruso Rodríguez podía ocupar la pole position y relegar al banco de suplentes a la figura canalla en la victoria contra Talleres. La mano intervencionista de Leo remendó al equipo con las inclusiones juveniles de Diego Becker y Agustín Coscia, pero ahí el tiro le salió por la culata. Quizás el apuro por darle pista al piberío que supo cocinar a fuego en su paso por las inferiores le jugó una mala pasada. Lo cierto es que a Becker y Coscia aún les falta un toque de cocción para insertarse con la misma naturalidad con la que respiran al proyecto de la primera.
También Leo debe aprobar algunas materias sentado en el banco que siempre soñó ocupar. Por más que hoy aparezca como el adalid de la recuperación de Central y muchos ya lo vean como el indicado para seguir en 2018, lo que no debe ni puede permitirse es forjar este nuevo camino camuflando el mensaje. De nada sirve que haya pregonado en la previa con alguna altisonancia discursiva que contra Talleres iba a salir a atacar, cuando la realidad de los noventa minutos retrató a un equipo que convivió más tiempo cerca del área de Ledesma. No en vano el juvenil arquero anduvo a los revolcones todo el partido y fue la figura excluyente para que Central saliera de la última posición.
Seguramente las circunstancias del trámite a las que debió enfrentarse y la prepotencia del rival lo empujaron a subirse a ese escenario no planificado. Pero ser técnico de la primera de un equipo, y más con la exposición mediática que tiene Central, también impone mostrar adaptabilidad para no engañarse ni creer que un resultado lo soluciona todo.
Si algo tendrá Fernández a partir de ahora es mucha tarea para la semana. En Córdoba, Central fue un equipo bastante personalizado en lo colectivo, que priorizó la pierna fuerte y la táctica pretoriana, y que dejó en un segundo plano la intención por acortar las distancias a través del juego. Lo realmente saludable es que Leo, ya con un inicio alentador desde los números en el bolsillo, procese con inteligencia y ansias de progreso que Central no debe jugar así. Porque no siempre aparecerá Ledesma para sacar la cara por el equipo y tampoco se encontrará con un adversario tan proclive como Talleres a tropezarse con la misma piedra durante todo el partido.
Ahora se viene Boca y Fernández deberá tomar un curso acelerado para empezar a resolver los problemas en los que lo meterá el equipo de Guillermo Barros Schelotto. Central no puede permitirse jugar como lo hizo en Córdoba porque Boca, a no ser que ocurra alguna catástrofe futbolística, se lo hará pagar de la peor manera. A favor de Leo, también es atinado remarcar que siempre es conveniente cortar la cinta de un ciclo con una victoria como la que logró contra Talleres. Desde lo estadístico su equipo logró lo que Montero no pudo en lo que va de la Superliga. Ahora necesita que el hincha de Central empiece a reconocerlo porque el equipo que ideará hasta fin de año no se parezca en nada al que alteró el sistema nervioso de la gente durante la gestión anterior.