El 2017 cierra con éxito para el tenista cordobés Gustavo Fernández. Ganó Australia, disputó a la final de Wimbledon y llegó al primer puesto del ránking mundial de tenis adaptado. Son logros que continuaron a otros vividos el año pasado cuando venció al escocés Gordon Reid en Roland Garros y fue elegido abanderado de la delegación argentina en los Juegos Paralímpicos de Río 2016. Pero hay mucho más en su cosecha de satisfacciones. Uno de los mejores tenistas del mundo, el croata Novak Djokovic, interrumpió un entrenamiento para felicitarlo especialmente y nada menos que Gabriela Sabatini twiteó sobre él, "Nos llenás de orgullo siempre". Sin embargo, este hombre de 23 años y lleno de gloria puede reconocer que la vida del tenista profesional es "muy sacrificada y solitaria", que "cuesta ser un número uno", que quiere "disfrutarlo" y que muchas veces se encuentra diciendo por lo bajo: "¡Qué deporte de mierda!". Aunque no tarda en aclarar que finalmente es algo que "ama". Así, se lo dijo a Ovación en un diálogo previo a una exposición y a una charla que ofreció el viernes en el Jockey Club de Rosario, con motivo de celebrarse cien años de la práctica del tenis en este club. Una actividad que fue auspiciada, entre otros, por la Federación Santafesina de Tenis y La Capital.
Gustavo juega y vive sobre una silla de ruedas y no dramatiza en lo más mínimo esa situación, por el contrario: dice que tuvo una niñez feliz a pesar de haber quedado, al año y medio de vida, parapléjico por un infarto medular.
"Nunca tuve complejos, no dejé de jugar, de hacer deportes. En esencia la discapacidad no te priva de nada, es cierto no puedo caminar, pero soy tenista porque lo decidí de chico. Podría haber sido cualquier otra cosa, tal vez médico, porque la medicina me gusta. Entre comillas tengo una vida normal: con amistades, amores y desamores, como cualquiera, hasta que la encontré a ella", dice y mira a Florencia Tagliaferro, su novia de 21 años, con quien está en pareja desde hace ocho años, quien nació como él en Río Tercero y lo acompaña en este viaje a la ciudad. "Es parte de mi equipo", dice de Florencia. Y ella contará que lo acompaña siempre y que viven un amor presencial, en promedio, de unos seis meses al año y de permanente contacto por las redes sociales.
Gustavo es hijo de Gustavo "Lobito" Fernández, ex jugador de básquet y actual técnico de Boca, y es hermano de Juan Manuel, también basquetbolista en Italia. Podría haber seguido la vida deportiva de su papá o haber nadado, cosa que además probó en la infancia. Pero no, a los seis años dijo que quería jugar al tenis y así fue. A los 12 años se contactó con la Asociación Argentina de Tenis Adaptado (Aata) y conoció al que es parte de su equipo hace más de diez años, el entrenador Jorge San Martín, que también lo acompañó en esta visita a Rosario y explica.
"Este es el deporte más integrador porque es el único que contempla que un jugador de silla pueda jugar con uno parado. Al de silla se le permite tener dos piques y Gustavo, en general, los utiliza cuando no le queda otra o por comodidad. Entrena mucho: unas seis u ocho horas diarias entre pista, gimnasio, fisio y trabajo mental. Y tiene una particularidad que creo que es su fortaleza: tiene la peor lesión, paraplejia completa, o sea que no mueve para nada las piernas y sin embargo compite con jugadores que caminan, o son parapléjicos incompletos o amputados. Es un jugador que adopta distintas posiciones en ataque y defensa, mentalmente es valiente y muy fuerte. Creo que es el jugador de tenis en silla que más fuerte pega en el mundo".
Gustavo escucha y parece que le da pudor tanto halago. "Como deportista me gustaría lograr más estabilidad emocional", dice. Juega sobre una silla aerodinámica y con raquetas Jones. Elige al polvo entre todos los suelos a la hora de competir y dice que se identifica más con el juego de Rafael Nadal que con el de Federer.
"Porque mi estilo es más de esfuerzo, trabajo y energía, más de desgaste, no como el de Federer, que es un jugador de clase al que le sobra talento". Cuando se le pide que elija a una tenista femenina, curiosamente no se inclina ni por Venus Williams ni por María Sharapova, sino por una española y una belga. "Tal vez se tome a mal esto que voy a decir, pero me gustan las que tienen un juego más como el de un hombre, con más volumen y menos pelotazo: me quedo con Carla Suárez Navarro y Justine Henin".
Habla con tonada cordobesa y reconoce que no la pierde ni cuando insulta. "Me cago en Zeus", dice que es la frase que le quedó de su abuelo. Cuenta lo que siempre lleva en el bolso además de las raquetas y las pelotas. "En un momento no podía viajar sin los capítulos de la serie «Friends», ahora veo todo por Netflix". También se confiesa hincha de Boca y que en materia de música es "arjonero", aunque a su novia no le guste el cantautor guatemalteco y su entrenador prefiera el rock. Y reconoce que lee "algo". De hecho cuenta que empezó "Open", la biografía de André Agassi, uno de los más grandes tenistas de todos los tiempos. "Me lo regaló él", dice y mira a su entrenador. Justamente una de las frases más fuertes de Agassi en ese libro es: "Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión y sin embargo sigo jugando porque no tengo alternativa, y ese abismo, esa contradicción es la esencia de mi vida". Al fin de cuentas, nada muy distante a lo que reconoció Gustavo ante Ovación, sobre el deporte del que vive, se apasiona y lo llena de una gloria que a veces le da trabajo. Un sentimiento que sólo sienten y entienden los grandes.