Se movió la tierra en el mundo del fútbol. Luego de más de 20 años, Lionel Messi le comunicó a Barcelona que no quiere jugar más en el club que lo terminó de moldear como jugador y lo empezó a formar como persona. Leo se hartó de arroparse en los últimos años con el traje del Cid Campeador para salvar a un equipo que se quedó sin sustento colectivo. Ya lo venía avisando desde el mismo momento en que le pidió a su padre y representante Jorge Messi que paralizara las negociaciones para la renovación del contrato. Y al final se cansó de una dirigencia, encabezada por el hasta el momento presidente Josep María Bartomeu, que se encargó permanentemente de mojarle la oreja con decisiones para incomodarlo. Por eso plantó bandera y dio el paso que era inimaginable hasta hace unos años. Para contextualizar lo que significa esta noticia a nivel mundial, que Messi se vaya del club catalán tiene un impacto parecido como si la Basílica de la Sagrada Familia se mudara de Barcelona para construirse en cualquier otro rincón de Europa. De lo que sí se puede tener plena seguridad es de que Messi no se irá mal del club al que considera su casa. De hecho instruyó al cuerpo de abogados que negociará su salida para que la rescisión sea lo menos traumática posible. Sólo buscará aplicar una cláusula de su contrato que le permite rescindir unilateralmente al final de esta temporada y marcharse con el pase en su poder. La verdad es que es lo menos que se merece Messi. Sería un acto de extrema justicia que Barcelona lo dejara ir, por más que la herida nunca cerrará ni con el cicatrizante de las palabras.