Enzo Pérez. Enzo Pérez histórico. InmENZO, como el juego de palabras que propusieron los hinchas de River para el mediocampista recibido de ídolo definitivo en la noche de miércoles en el Monumental en el marco de la fase de grupos de Copa Libertadores. Enzo Pérez es el futbolista sobre el que se hablará cuando alguien cuente que una vez, por una pandemia arrolladora un equipo de fútbol, con 20 infectados, no podía completar sus once jugadores para disputar un encuentro trascendental y un volante, consagrado y de selección, se ofreció como arquero, aún lesionado. Esa noche, en la que River no tuvo ni siquiera un jugador como suplente y encima ganó 2 a 1, Enzo fue figura. “Estoy para lo que me necesites, no pienses en mi físico, yo estoy”, le dijo al DT Marcelo Gallardo en la previa. Los diarios del mundo hablan hoy de Enzo Pérez, el héroe impensado. Las redes están inundadas de elogios, fotos, chistes y todo el amor por parte de los hinchas de River. ¿Le faltaba algo más para ser tan querido en el millonario? No, pero él quiso más. Tanto como para quedar para siempre en esos libros de relatos fantásticos.
Desde el lunes, cuando se supo que River sumaba cinco nuevos jugadores contagiados a la lista de quince que ya había conocido días antes y que le hicieron jugar el Superclásico con un equipo armado a modo de rompecabezas, empezó a crecer el morbo. Venía el partido de Copa Libertadores y de los cuatro arqueros inscriptos ninguno de ellos estaba disponible. Las especulaciones empezaron a crecer y ante la posibilidad de que River se presentara ante Independiente Santa Fe de Colombia con diez hombres de campo, Enzo Pérez propuso lo que propuso: estar pese a todo y asumir personalmente cualquier riesgo. No podía correr en cancha, pero podía ponerse bajo los tres palos.
Y sí, entonces, este miércoles, ¿quién no iba a ubicarse delante de la televisión cuando los canales de aire llenaron horas y horas diciendo que se trataba de un imposible? No había para nadie, periodistas y opinólogos por doquier, una chance de que un River así diezmado, con un arquero improvisado y lesionado, sin suplentes y con dos debutantes, tuviera chances de ganar. Pero River ganó gracias a un sacrificio inmenso de los diez jugadores de campo que ya sobre el final no podían respirar. Todo, para protegerlo a él, a Enzo, el arquero que no era arquero, salvo cuando en los picados de los entrenamientos se ponía los guantes o cuando de chico la jugaba como tal en su Mendoza natal.
Por supuesto que todos los ojos estaban puestos en cómo reaccionaría Enzo Pérez. Si hasta el legendario Pato Filliol le dio la bienvenida vía redes al “arco más grande del mundo” y horas más tarde lo felicitó. Todo era un misterio en torno a Enzo Pérez en la previa. Pero esa mirada sonriente en el ingreso al Monumental confirmó lo que se especuló en la semana. Instantes después entró al vestuario y se sacó una foto con el buzo de arquero al lado de su camiseta de jugador de campo, cara de pícaro y un Rosario junto a la pilcha de la noche.
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Un pícaro. Eso es Enzo Pérez, además de un mediocampista fenomenal, de los mejores jugadores del país y finalista del Mundial de 2014 con el equipo de Alejandro Sabella. Pícaro para incluso “comerse el personaje” en una noche atípica. Bajo los tres palos, sin moverse mucho más allá del punto del penal (porque además tiene una distensión), Enzo no se complicó. Voló a un lado del palo, arremetió con los puños, con despejes directos y sin complicaciones. Es más, hasta miró de reojo y en modo desafiante a algún delantero que lo empujó. Cada intervención suya fue aplaudida por el Muñeco Gallardo como un gol en sí mismo. Y él, líder de todo liderazgo, ordenaba desde el fondo y se zambullía sobre la pelota cual arquero que no es, para también hacer correr los segundos, claro.
Promediando el segundo tiempo el dramatismo primó. Cada vez que River avanzaba Enzo se volvía a su palo a elongar. Caminaba con dificultad después de algún saque con los pies. Pero mientras los ojos no se le quitaban de encima, él seguía: “Vamos, vamos”. Más dudas cayeron sobre el Monumental cuando Independiente descontó en esa parte del partido, aunque ahí más imperó la furia del orgullo dañado de todo River para intentar consumar el “imposible”. Agotados, ahogados, con las piernas acalambradas, los jugadores de campo le pusieron el corazón a un esfuerzo que habla de la identidad y el amor que les inculcó Marcelo Gallardo, cerebro y artífice de estas épicas.
Pitazo final y cómo no, abrazarlo a él. A Enzo, el héroe impensado que nadie le pidió ser pero que él sabía que si, de mínima algo salía más o menos bien, su imagen iba a la vitrina. A una más grande seguramente, porque ya no había discusión de que se había metido.
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Enzo Pérez llegó a River en 2017, procedente de Valencia, de donde no lo querían dejar salir porque estaba muy vigente. Aunque él quería cumplir el sueño de jugar en el club de sus amores. Fue protagonista de las más grandes gestas de este equipo, incluso la Copa Libertadores de 2018, con aquella final también histórica ante Boca en Madrid. Hace unos meses lo vinieron a buscar de Turquía, le ofrecieron una montaña de plata a pesar de que ya tiene 36 años pero otra vez eligió River. Contó él mismo hace poco, que Gallardo lo tuvo que agarrar un día y hablarlo, porque había ocasiones en las que no podía controlar la adrenalina adentro de la cancha. Tenía que dejar de lado el hincha fanático y simplemente ser un jugador profesional. Lo logró, aunque lo que hizo este miércoles fue más de aquello.
De chiquito, en Mendoza, la infancia de Enzo Pérez no fue fácil. Hijo mayor entre cuatro hermanos, más de una vez no tuvo para comer. La familia vivía en casas prestadas y hasta incluso en algún garaje porque no había para alquilar. En una extensa nota que le dio al Diario La Nación hace unos años contó que vio a su papá, albañil, vender la alianza de matrimonio para poder comprar comida, a su vieja metida en una pieza a la hora de la cena para no quitarle una porción a los hijos y dijo, con un poco de vergüenza, que a veces iba a la panadería a preguntar si había quedado algo de días anteriores. A ese pibe, las carencias lo marcaron. Y lo hicieron la persona que es.
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Enzo Pérez ya no juega con tapitas de Coca Cola ni con pelotas de trapo o medias a falta de una N° 5, como le pasó tantas veces. Pero conserva el espíritu más amateur y soñador. Este miércoles descolgó del vestuario la formación hecha en papel afiche y se la llevó de recuerdo. Como el buzo, el pantalón y los guantes que usó en el partido y que regaló a sus dos hijos una vez llegado a casa. Dijo que no pretendía con esto hacerse ídolo, simplemente quiere jugar en River. Igual, ya lo es. Y ni siquiera cabe a esta altura discutir si entrará o no en ese sitial sagrado. La gente dio el veredicto sin vueltas. Lo llamo inmENZO, como alguna vez llamó a Enzo Francescoli, el otro ídolo al que Enzo Pérez le debe su nombre. Sin más.