El reloj llega a cero y ya está. Los héroes de mil batallas terminaron su última gira en los cuartos de final de los Juegos Olímpicos de Río 2016 frente a Estados Unidos, el Dream Team, un rival ideal para el final de un ciclo memorable, inolvidable y con escasas chances de repetición. Porque más allá de las políticas deportivas acertadas o no, los resultados, afortunados o no, que coincidan semejante cantidad de talentos en un mismo equipo es una rareza que suele no tener demasiadas repeticiones en el deporte argentino. La Generación Dorada ofreció su última función.
La postura es muy diferente a la que se asume con otros deportes, o con otros deportistas. Acomodarse en el Arena Carioca 1 para ver a la Generación Dorada, o a sus últimos representantes ya mezclados con las nuevas camadas es como ir al teatro. Verlos, siempre fue como ir al teatro. Si se elige la obra adecuada, el espectador se va satisfecho, el margen de error es muy pequeño. Aunque sea después de una derrota previsible como la de ayer. Los partidos hay que jugarlos, pero... Las chances eran mínimas. Y así fue nomás. Pero eso fue lo de menos. Había que estar aquí para tributarles el agradecimiento que se merecen, había que estar frente a la tele en Argentina, rendirles el homenaje que les corresponde.
La selección argentina de básquet es lo mismo que ir al teatro. ¿De qué manera podrían defraudar Emanuel Ginóbili, Luis Scola, Andrés Nocioni o Carlos Delfino? De ninguna. Ellos son parte de uno de los hitos más importantes de la historia del deporte argentino, a la altura de los mundiales de fútbol y se aceptan discusiones: ganaron la medalla de oro en Atenas 2004. Y encima tuvieron el detalle de conseguirlo en Grecia, la casa donde fueron paridos los Juegos Olímpicos con la segunda victoria en dos años sobre el Dream Team, único caso en la historia. El equipo NBA de Estados Unidos perdió muy pocas veces, dos de ellas frente a la Generación Dorada. Eso no prescribe.
¿Qué más se les puede pedir? Una sola cosa. Que hagan algo que ya están construyendo: transfundirle su heroicidad a las nuevas generaciones. Y una cosa más, casi como un abuso: que no se alejen de la selección, ni de la Confederación una vez retirados. Que permanezcan al lado de los dirigentes, o como tales, para sentar bases sólidas definitivamente. No ya para ganarle al Dream Team, sino para mantener al básquet argentino como paradigma de lo que el deporte de conjunto puede lograr. Al que le quepa el sayo que se lo ponga.
"El conflicto de la Cabb (Confederación Argentina de Básquetbol) es más importante que el Mundial. Las irregularidades no son supuestas, son confirmadas. Hay un montón que están comprobadas de mil maneras diferentes. Este conflicto hoy en día es más importante que el Mundial. Porque estamos hablando de una Cabb al borde la quiebra, al borde de la desafiliación". Esas son declaraciones del capitán Scola a un mes del comienzo del Mundial 2014 en el que Argentina fue eliminada en octavos de final justamente por Brasil.
Las comparaciones son odiosas, pero mucho más odiosas lo son cuando no se hacen. Sobre todo porque inutilizan ejemplos. Son odiosas cuando hay alguien que lleva las de perder. Aquel camino elegido por los jugadores recibió críticas, de hecho muchas personas vinculadas al conflicto sostienen que no fue el atajo indicado, pero es difícil hacer sin equivocarse. Es como dice Diego: "los penales los fallan los que los patean".
La crítica es lícita y muchas veces constructiva, pero lo que jamás podrán achacarle los críticos a esta generación es falta de compromiso. Otra vez aparece el sayo para que alguien se lo ponga. En el deporte argentino hay varios a los que les calza a la perfección.
Admiración y reconocimiento. Cuando la voz del estadio empezó a nombrarlos en el Parque Olímpico ayer en la noche cerrada de Río, el orgullo por comprobar la catarata de aplausos que cayó sobre ellos pudo más que cualquier otro detalle. La admiración y el reconocimiento de propios y extranjeros, hasta algunos brasileños, que al principio no eran muchos, pero después prácticamente completaron el estadio alentando furiosamente a Estados Unidos, pudo más que el color de cualquier bandera. Primero Scola, pegado Ginóbili, al rato Delfino y después Nocioni...
Fue un hecho histórico. La Generación Dorada es una selección, nunca dejará de serlo aunque ya no tengan minutos en cancha, que empezó a despedir a sus últimos héroes ya en el primer partido ante Nigeria prescindiendo del tablero electrónico, aunque en el básquet esa es una empresa casi imposible.
Después, el martes de la semana pasada fue Croacia, el jueves Lituania, el sábado Brasil, el lunes España, que ayer también avanzó a las semifinales junto a Australia, y ayer nada menos que Estados Unidos. Hicieron un esfuerzo gigante para evitar al poderoso Dream Team en cuartos, pero no pudieron. Igual, ganaron un partido que quedó para la posteridad. La victoria en dos suplementarios sobre la selección de Brasil, de Rubén Magnano, quedará registrado como uno de los triunfos más emocionantes de este equipo que despidió a sus últimos cuatro representantes.
Fueron idéntica cantidad de victorias y derrotas (3 y 3), pero, entre otras cosas, la Generación Dorada consiguió que se la valore y pondere por encima de los resultados. Es por eso que aquí no se hace mención a ningún detalle del partido de anoche ante los estadounidenses (ver aparte). Sólo se ensaya un humilde homenaje a una de las selecciones más importantes de la historia del deporte argentino, si no la más.
Salud a estos enormes campeones, siempre lo serán.
Un encuentro que tuvo muchas diferencias
También hubo un partido que, como debía ser, dependió mucho más de la puntería de los estadounidenses y su estado de concentración que del esfuerzo de Argentina. El equipo titular, con Campazzo, Ginóbili, Nocioni, Scola y Garino llegó a estar 14-7 y 19-9 arriba. Pero todo paró allí. El Dream Team empezó a acomodar las marcas y a encontrar más seguido el aro simplemente con el argumento de un equipo que se sabe superior al resto y ejecuta en cuentagotas. Trabaja de acuerdo a demanda, a reglamento si se quiere y, si le vienen ganas, se florea. La diferencia es, sencillamente, devastadora.
El primer parcial fue 25-21 para Estados Unidos y al término de la primera mitad 56-40.
En un momento, Hernández apostó a la dinastía de los tiradores con Campazzo, Laprovíttola, Ginóbili, Nocioni y Garino y las distancias se acortaron. Pero desde aquel 19-9, Argentina jamás volvió a tener el control.
Al final del tercero la ventaja era más amplia: 87 a 61. A esa altura no sólo se trataba de una diferencia técnica, sino también física. Y el partido se tornó irreversible.
Terminó 105 a 78. Un triunfo amplio de un equipo que, si no sucede una hecatombe, ganará su tercer oro consecutivo tras Beijing 2008 y Londres 2012.
Luis Scola fue el goleador criollo con 15, seguido de Ginóbili con 14, Campazzo con 13 y Nocioni con 12, mientras que Kevin Durant fue la figura excluyente del partido con 27.