Hay victorias inapelables y también las hay fortuitas. Lo mismo sucede con las derrotas: hay de aquellas que dejan una reserva de orgullo, y están las indecentes. Las primeras nos permiten levantar la frente y persistir con la mirada puesta en el futuro; las segundas, dejan un reprimido acecho: "Así es mi odio", escribió Enrique Banchs.
El fútbol, caleidoscopio y espejo, permite las más variadas combinaciones. Decir, por ejemplo, que "quitamos" una pelota en nuestro campo, "filtramos" un pase al vacío, "obligamos" al defensor al error y "convertimos", para luego gritar hasta quedarnos roncos. O decir que "dejamos todo" y no alcanzó. Nosotros.
Otro tipo de combinación es la que se deriva del uso de la tercera persona del plural: "se dejaron anticipar", no "advirtieron" que la habilitación era en profundidad, "cometieron" un error de principiantes y "les faltó" reacción frente al delantero; "perdieron". Ellos.
Caleidoscopio, porque hay tantos juegos como amadores del fútbol y por lo tanto igual número de miradas. Y espejo porque —íntegros o injustos— el deporte nos ofrece la oportunidad de identificarnos, en el triunfo o en la derrota, o de distanciarnos, también en la victoria o el fracaso, aunque sea cierto que los tiempos modernos le hayan dado al vencedor la varita mágica del "atrápalo todo".
El domingo 14 de febrero Ñuls perdió contra Central. Nada que reprochar a nuestro rival y menos todavía algo para explicarle. Pero mucho de ambas cosas para nosotros mismos.
Salvo excepciones —que el éxito disfraza de reglas, mientras dura— los resultados son una expresión momentánea de una sucesión de aciertos o de errores previos. En una serie larga, el sacrificio, la humildad y la convicción son mejores que la indolencia, la pedantería y la inconstancia.
Ñuls, esos colores que amo como a lo que más amo en la vida, logró sintetizar método con resultados cuando la tríada "jugadores—cuerpo técnico", "dirigencia" e "hinchada" fueron abnegados, sencillos y estuvieron convencidos. Cuando ese camino se abandonó, todo fue polvo y espanto.
No quisiera, en este momento de explicable dolor, vociferar en términos de "nosotros" y de "ellos". No sólo porque sería indigno, sino porque luego de hacerlo las cosas no estarían mejor de lo mal que están. Lejos de allí, hablar de este modo y no del otro con quienes veneran al rojo y al negro como yo, es lo único que me proporciona algo de calma. Estas palabras son lo primero y lo último que digo; más, sería abrir el camino para especular sobre las dobles intenciones.
No se trata de la derrota, momentos en los que hay que mostrar altivez, como repetía Churchill ("en la lucha determinación; en la derrota altivez; en la victoria magnanimidad; y en la paz, buena voluntad"). Al fin y al cabo, el ejercicio de vivir —si se lo hace sin concesiones— es una escuela de aprendizaje para las pérdidas. Bismarck, el Canciller de Hierro, cierta vez le escribió a su futura esposa que todo lo que es imponente en la tierra tiene indefectiblemente algo del ángel caído, que es hermoso, pero no tiene paz; que es grande en sus concepciones y sus esfuerzos, pero sin éxito, orgulloso y solitario. No, no es la derrota, no; rara vez en la vida logramos lo que nos hubiera gustado alcanzar o lo que sentimos que es nuestro deber concretar. Es el camino que conduce a ella y el modo como se pierde. Hablo de eso.
Puedo reconstruir una corrida del "Mono" Obberti desparramando rivales como si fuera hoy, o un cabezazo de Balbo, o un tiro libre de Ruffini, o una estirada de Justo Villar o una trepada del "Flaco" Vergini. En todos esos procesos hubo convencimiento, sudor y modestia, por sobre otros atributos e incluso por encima de alguna excepción, y en consecuencia los éxitos no fueron fortuitos y todos nos reconocimos en ellos, tanto por el resultado como por el producto que lo obtenía. Esa es la mejor expresión del "nosotros", de la primera persona del plural: el resultado favorable que suscita identificación y que homologa algunos de los valores más honorables de la condición humana. Aunque no siempre los términos de la tríada "dirigentes", "profesionales" y "simpatizantes" lo expresen del mismo modo y con idéntico sentido.
La derrota del 14 de febrero contra nuestro clásico rival es cruel más por lo que no debía suceder que por lo que sucedió ese domingo. Alguien dijo que la locura es como la gravedad: sólo precisa de un pequeño empujón. Eso es lo que hay que evitar. También, la indolencia, la pedantería y la inconstancia. A veces las respuestas a las mismas preguntas pueden ser distintas, porque las cosas han cambiado; pero otras veces hay que volver a las viejas respuestas para cambiar las cosas. La derrota, esta vez, fue menos que una derrota, porque en lugar de altivos nos dejó airados. Un paso en la dirección equivocada puede profundizar la gravedad del cuadro.
Momentos así ponen a prueba el material del que estamos hechos. Serán necesarias mucha generosidad y grandeza, porque el abismo es profundo. Habrá que estar más envueltos que nunca en el rojo y el negro de las alegrías y los desvelos. Habrá que hacer un ejercicio de memoria para recuperar las tradiciones: previsión en lugar de improvisación, legitimidad en lugar de apoderamiento, diálogo en lugar de testarudez, decisión en lugar de irreflexión, profesionalismo en lugar de capricho, serenidad en lugar de represalia.
El momento es hoy. Ñuls, su historia, su tradición, sus glorias deportivas, su estilo, no se merece ser un basural de desaciertos. Y sus hinchas no merecemos este sufrimiento sin esperanzas.